Año: 2014. Título original: the theory of
everything. Director: james Marsh. Basada en: “Travelling to Infinity – My life
with Stephen”, de Jane Wilde. Intérpretes: Eddie Redmayne (“Los
miserables”), Felicity Jones (“The Amazing Spider-Man 2: El poder de Elektro”),
Maxine Peake (la serie británica “The Village”), Charlie Cox (el Nuevo
Daredevil de Netflix), Harry Lloyd (“Jane Eyre”), Emily Watson (“Embriagado de
amor”). Presupuesto: 15 millones de dólares. Recaudación: 123 millones.
Premios: entre otras muchas nominaciones, obtuvo 4 para los Globos de Oro, 10
para los Premios del Cine Británico y 5 para los Oscar. Ganó la estatuilla
correspondiente a Mejor Actor para Redmayne.
Sinopsis: en la
década de 1960, coinciden en la Universidad de Cambridge un joven cosmólogo
llamado Stephen Hawking y la estudiante de arte Jane Wilde. Se enamoran y el
destino les unirá aún más cuando diagnostiquen a Stephen una rara enfermedad
que le hará perder por completo el uso de su cuerpo, a pesar de ser una de las
mentes más brillantes del mundo. Así, su relación continuará a pesar de los problemas
mientras él intenta encontrar una fórmula matemática que resuma el nacimiento
del universo.
Crítica: “La
cosmología es una religión para ateos inteligentes”. El amor entre cifras y
letras. La cruel paradoja de uno de los hombres más inteligentes de la historia
confinado en un cuerpo prácticamente inerte; la lucha de un hombre contra sí
mismo mientras intenta desvelar el misterio del origen del universo; el
sacrificio de un ser humano para que otro pueda sobrevivir a pesar de
significar una muerte en vida… Ciertamente, la vida de Stephen Hawking y de su
mujer prometía ser un relato apasionante, con una factura técnica que se
anticipaba exquisita, muy del estilo “british”, por lo que se veía en los
avances del film. Desgraciadamente, “La teoría del todo” es, de momento, mi
gran decepción en las favoritas para la próxima edición de los Oscar. Un dramón
insoportable que reduce la figura del físico a una suerte de teleñeco,
desmitificando sus logros y representándole como un simple ser humano con una
desgracia personal mucho mayor que su supuesto intelecto. Uno termina de
visionar el film de Marsh sin tener muy claro por qué es famoso Hawking, más
allá de por haber sobrevivido durante décadas (en la actualidad, tiene 72 años)
cuando su esperanza de vida al diagnosticarle la enfermedad era de tan sólo
dos. Y no, no quiero hacer pensar a quien esté leyendo esto que mi crítica se
centra en que desvirtúa la efigie del protagonista. “The theory of everything”
me ha decepcionado, sobre todo, porque es aburrida, porque juega muy mal sus
cartas y porque plantea su propuesta en base a una historia de amor que, en
pantalla, no consigue verse como tal; le falta pasión y parece artificial,
relegada a una artificiosa escena (muy bonita, eso sí) con un baile a la luz de
las estrellas, que en ningún caso traspasa al espectador y queda como un truco
de guión para que el menos exigente diga “Ah, es verdad. Están enamorados”. Con
todo, excelente interpretación de Redmayne, quien lo tendría fácil para
llevarse la estatuilla este año (sobre todo, teniendo en cuenta que es de ese
tipo de papeles que los académicos suelen premiar) si no fuese por un “hombre
pájaro” al que también se quiere homenajear por su carrera.
En resumen: a
pesar de su innegable factura y la interpretación de sus protagonistas, la
cinta fracasa como biopic y, lo que es aún más grave, como simple
entretenimiento. Ni siquiera su desenlace se muestra comprensible.
Lo mejor: lo poco
(poquísimo) de física que se deja ver en la historia. Y lo dice una persona de
letras a quien las matemáticas le suenan a chino, pero esperaba que, en una
película de Stephen Hawking, se hablase algo sobre su trabajo.
Lo peor: es
demasiado convencional. Siendo un dramón de esos que harían llorar a la
mismísima Mona Lisa, tampoco es que incida en ningún momento en ello. Su visión
es demasiado “amable” y, por ende, desapegada.
La frase: la
cruel broma del destino a una de las mentes más brillantes, en una enfermedad
que…: “El cerebro no se ve afectado. Sus pensamientos no cambiarán. Sólo que…
con el tiempo… nadie los entenderá”.
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