Año: 2004. Título
original: The Village. Escrita y dirigida por: M. Night Shyamalan (“El
incidente”). Intérpretes: Bryce Dallas Howard (“Jurassic World”), Joaquin
Phoenix (“Gladiator”), Adrien Brody (“El pianista”), William Hurt (“Una
historia de violencia”), Sigourney Weaver (“Avatar”)Judy Greer (“El amanecer
del planeta de los simios”), Jesse Eisenberg (“La red social”), Brendan Gleeson
(“Al filo del mañana”). Presupuesto: 60 millones de dólares. Recaudación: 266
millones. Premios: James Newton Howard fue nominado por cuarta vez a los Oscar por
la banda sonora de esta película.
Sinopsis: en
1897, una pequeña aldea vive en un claro del bosque, amenazados por unas
misteriosas criaturas con las que parecen haber llegado a un pacto tácito de no
agresión, siempre y cuando no se adentren en las profundidades. Allí viven Ivy
y Lucius, dos jóvenes que no se atreven a confesarse su amor y, al tiempo,
empiezan a hacerse preguntas sobre el sistema en el que viven. El mejor amigo
de Ivy, Noah, es un chico con problemas mentales, el único cuya inocencia no
provoca a las criaturas del bosque. Quizás él sea la clave para adentrarse más
allá de los límites de la aldea.
Crítica: “Sí él
muere, todo lo que para mí es vida morirá con él”. No sé si lo he comentado ya
alguna vez, pero a mí me “soplaron” el final de “El sexto sentido” (1999). Sí,
amigos. Iba sentado justo detrás del conductor de un autobús y no pude evitar
escuchar la conversación que el tipo tenía con un amigo que se dedicó a
contarle el final, sin que el otro se lo hubiera pedido siquiera. Así que poco
después, cuando a regañadientes fui al cine con unos colegas para ver la
susodicha, no salía de mi asombro mirándoles: “¿Es que no os estáis dando
cuenta?”. Me moría de ganas de gritarles lo que, lógicamente, para mí ya era
obvio. Pero me lo guardé. Y muy sabiamente, uno de ellos, a la salida del pase,
me dijo: “Aunque lo hubiera sabido… me hubiera dado igual”. En ese momento, no
supe entenderlo, obcecado como estaba en mi indignación. Ahora sí lo entiendo. Curioso
caso el de Shyamalan que, como Orson Welles, será recordado por el gran público
tan sólo por una película. Una tras otra, su filmografía se va desgranando y el
peso de su éxito cae en forma de decepción sobre el público. Especialmente
doloroso fue al principio, donde el cineasta se empeñó en reiterar la fórmula
de “gran sorpresa final que lo cambia todo”, y eso supedita el devenir de la
historia, con una perenne frustración en el espectador que “espera” que le den
un vuelco al corazón, con lo que el factor sorpresa se pierde por completo. Y
es una lástima, porque todas las películas de Shyamalan tienen, igual que “El
bosque”, un amplio abanico de valores añadidos que pasan desapercibidos en pos
de ese giro final imposible: un trazo de cámara sosegado a la par que
inquietante, una puesta en escena ejemplar, un punto de partido prometedor y un
elenco de actores entregados a la causa sin mácula. Sobresalientes tanto Dallas
Howard (una desconocida aquí, que se convierte en “los ojos” (y nunca mejor
dicho: su personaje es ciega) del espectador), un Phoenix (que consigue lo
impensable: dar vida a un pobre chico tímido) y Brody (haciendo valer su Oscar;
su encuentro con el rol de Phoenix en la cabaña es simplemente magistral, sin
decir ni una sola palabra). Cierto es que la pirueta circense de Shyamalan, el
“macguffin” que intenta colar al espectador, está más cogido por los pelos que
en otras ocasiones, lo que implica la total complicidad con el espectador para
que éste no se sienta al final como que le han tomado el pelo a base de bien;
pero aún con ello, le suma aún más méritos al realizador, que en todo momento
sabe manejar los hilos cual tirititero sabiendo que el mínimo fallo le hará
caer al vacío.
Resumiendo: si el
esquema narrativo de “El bosque” no fuese un puzle que sólo adquiere
significado cuando colocas la última pieza, la historia de la que parte ya
sería lo suficientemente interesante como para reivindicarla. El problema es
que cuenta con unas expectativas que “obligan” a constantes sustos para
complacer al respetable. Afortunadamente, Shyamalan, encierra en el interior de
esa frondosa parafernalia artificiosa, como si fuera una “matrioska”, una
enternecedora historia de amor que sigue vigente cuando las luces de la sala
vuelven a encenderse.la historia del cine está llena de “Rosebuds”, pero sólo
funcionan cuando todo lo anterior interesa.
Memorable: aunque
otras muchas veces lo criticamos por ser meros “truquitos”, en este caso es
brillante la utilización del director de la banda sonora y los efectos de sonido
o la mera asociación cromática (esas “caperucitas” y el lobo feroz) para crear
suspense donde no lohay, con el mero chasquido de una rama seca.
Mejorable: a mí
personalmente me provoca más risa que otra cosa, pero la costumbre de Shyamalan
por aparecer en todos sus films, cual Hitchcock (aquí no se le ve la cara, es
el escorzo del securata en la garita) despierta la ira de muchos.
La frase: Lucius
habla con uno de los miembros del consejo, quien se sincera: “Puede olerte como un perro.
Puedes intentar huir del miedo, como hicimos nosotros. Pero el miedo te
alcanza. Te olfatea”.
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