Año: 2014. Escrita y
dirigida por: Carlos Marqués Marcet. Intérpretes: Natalia Tena y David
Verdaguer. Premios: triunfó en el Festival de Austin y en Málaga se alzó con 5
premios, incluyendo Película, Director y Actriz. En los Goya, sin embargo, tuvo
que conformarse con el Premio al Mejor Director Novel y las nominaciones a
Mejor Actor y Actriz Revelación.
Sinopsis: Álex y
Sergi son una pareja que llevan siete años juntos y han llegado al punto de
tener un hijo juntos, cuyas vidas cambian una mañana de domingo cuando ella
recibe un mail con una oferta para una beca artística en Los Angeles. A pesar
del rechazo inicial de Sergi, finalmente la anima a aceptarla, pero pronto
descubrirán que mantener una relación a distancia de un año será más complicado
de lo que creyeron en un primer momento, a pesar de las nuevas tecnologías.
Críticas: el
mundo cambia inexorablemente a una velocidad de vértigo… y, paradójicamente,
todo sigue igual. “10.000 Km” es una cinta que viene a testificar lo que muchos
ya sabíamos: que en la era de Google Maps, el Skype, WhatsApp o Facebook…
sigues estando igual de sólo que antaño si no hay una mano cerca a la que
agarrarse. Es más: las relaciones a distancia tenían cierto encanto antes,
cuando el recibir una carta o una llamada telefónica era casi como una señal
divina, y la ausencia del ser amado mitificaban la relación como si fueses el
protagonista de una tragedia de Shakespeare. Ahora, en cambio, la supuesta
“comunicación” digital en la época del 2.0 sólo sirven para constatar el desgaste
que el amor sufre en la distancia, convirtiendo a tu novio(a en una imagen
pixelada en la pantalla que, para más inri, tiene la dudosa cualidad de
resaltar todos sus defectos, ojeras, espinillas y pelos de la nariz incluidos.
Pero, dejando a un margen la reflexión a la que su visionado te lleva (que ya
es una cosa a su favor, ojo) tengo que decir que la ópera prima de Marques
Marcet no me ha deslumbrado tanto como a otros espectadores. Sí, yo también he
padecido una relación a distancia y es enternecedor el modo en el que retrata
actitudes cotidianas de todo el mundo a día de hoy, como compartir una canción
en el “muro” de tu pareja para demostrarle cómo te sientes o esos mensajes que
se envían estando borrachos y que nunca deberían de leerse. Además, la química
entre los actores es encomiable y, tras el plano secuencia inicial de veinte
minutos, el desglose de su metraje en “bloques” temporales la hacen llevadera.
Pero hay algo de… “Bueno, ¿y qué?”, que también queda cuando aparecen los
títulos de crédito, y, aunque puede que fuese ése precisamente su objetivo, el
final se antoja tan frío e insatisfactorio como el polvo que echan los
protagonistas. Es decir… que no emociona. Y eso, en una propuesta como la que
tenemos aquí, es prácticamente imperdonable, aunque tampoco es óbice para
contrarrestar el resto de sus (muchos) aciertos.
Resumiendo: una
de esas piezas “slice of life” que tan bien se nos da hacer en nuestra
industria, maximizando además sus escasos valores de producción. Pero todo ello
no quita que el guiso resultante, como el que realiza la actriz en pantalla,
parezca algo falto de “carne”.
Memorable: los
dos actores están estupendos y, durante algunos momentos, te sientes más como
el espectador de un “reality” o un voyeur al uso, espiando las vidas de la
pareja que viven frente a tu casa.
Mejorable: la
escena del “sexo telefónico” (o, en este caso, del “sexo webcam”), donde
claramente se ve la incompatibilidad del amor en la distancia. En lo meramente
cinematográfico, hay algunos “trucos” que parecen más el ejercicio de una
escuela de cine.
Parafraseando:
después de un año sin veros y una pelea de tras pares de narices a través de
internet, te haces diez mil kilómetros para ver a tu novia y te recibe así (¿no
me digáis que no es para coger la puerta e irte?): “Hola” “¿Qué haces aquí? Así, de
repente… sin llamar, sin avisar”.
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