Año: 2016. Escrita y
dirigida por: Rodrigo Grande (“Cuestión de principios”). Intérpretes: Leonardo
Sbaraglia (“Relatos salvajes”), Pablo Echarri (“Plata quemada”), Clara Lago (“8
apellidos vascos”), Federico Luppi (“Éxtasis”), Javier Godino (“El secreto de
sus ojos”). Recaudación: más de dos millones (de dólares). Premios: fue
nominada en 8 categorías de los Premios Sur 2016, si bien se fue de vacío
frente a las triunfadoras “La luz incidente”, “El ciudadano ilustre” o “Cómo
funcionan casi todas las cosas”, que se repartieron los principales galardones.
Sinopsis
confinado en una silla de ruedas tras un accidente que le dejó sin familia, la
vida de Joaquín y su perro Casimiro parece condenada a languidecer en la
oscuridad de su mansión bonaerense, la cual también conoció tiempos mejores. Sin
embargo, y aquejado por las deudas, la vida de Joaquín y su mascota cambiarán
cuando Berta, una bailarina de striptease, acude con su hija para alquilar una
habitación junto a su hija pequeña. Joaquín deberá entonces amoldarse a contar
de nuevo con compañía femenina, si bien ese será sólo el menor de sus
problemas, cuando el hombre descubre que por debajo de su sótano hay una banda
de atracadores excavando un túnel con la finalidad de acceder a un banco
cercano.
Crítica: lo que
tenemos aquí es una constatación más de que el cine hispano no tiene nada que
envidiarle a Hollywood, si decide jugarle en su terreno (para una discusión más
extensa deberíamos de dejar la valoración de, si en efecto, esa es nuestra
principal intención en la mayoría de ocasiones). “Al final del túnel” tiene muy
clara su finalidad como thriller palomitero, sin renunciar por ello a una
factura técnica perfecta y sin que suponga un menoscabo para construir un
relato tan lleno de claroscuros como su propia fotografía. Es fácil ubicar el
referente del maestro Alfred Hitchcock y su “La ventana indiscreta”, tanto en
la caracterización del protagonista como en la clara intención de “voyeur” de
la propuesta, siendo la exuberante Clara Lago indispensable en este último
punto, por tanto en cuanto al espectador se le van los ojos detrás de su cuerpo
casi sin querer hasta el punto de sentirse uno culpable con las cosas que se le
pasan por la cabeza. Sin embargo, en el virtuosismo que Rodrigo Grande ejecuta
para narrar su historia y la importancia que el decorado tiene en el devenir de
los acontecimientos, como un personaje más de lo expuesto en pantalla, remiten
también al David Fincher de, por ejemplo, “La habitación del pánico”. Amén, por
supuesto, de una zambullida en los estereotipos conceptuales del género “noir”
como la marginalidad de unos seres destruidos por sus vidas pasadas, la
idealización de un momento pasado que consideran como el único atisbo de luz en
sus vidas y el intento de revertir toda su existencia con un solo golpe de
suerte que el destino les ha servido como diana. Sin llegar a ser perfecta,
porque hoy en día pocas producciones se pueden definir como tales, “Al final
del túnel” es un ejemplo de cine tenso, vibrante y conceptualmente hipnótico.
Resumiendo: si
bien el uso de la climatología y la furia de los elementos no es en este caso
una metáfora sobre el devenir de los acontecimientos, sino una herramienta más
de la que hacer uso para “ahogar” aún más en sus miserias a los protagonistas y
hacerles bajar al lodo para luchar por lo que realmente les importa, podemos
decir que el diluvio final de la cinta de Rodrigo Grande podría considerarse
como esa catarsis bíblica que se lleva todos los pecados río abajo y desnuda la
verdad en la vida de uno mismo. Cinematográficamente, la verdad de “Al final
del túnel” es que es una buena película “palomitera”. Y… ¡sienta tan bien poder
decir eso de una coproducción hispano-argentina!
Memorable: de por
sí, ver a Clara Lago en pantalla grande y con poca ropa ya es todo un placer,
pero si encima, y aunque no fuese necesario, le pone empeño y clava el acento
argentino… pues mejor que mejor. A propósito de esto, Berta (su personaje),
maneja un “español ríoplatense” que la intérprete consiguió en tan sólo dos
semanas, con la única ayuda de un coach durante cuatro días.
Mejorable: la
analogía entre el hombre inválido su perro moribundo, aunque efectiva, es
bastante obvia. Pero vamos… por decir algo. Por otra parte, algunos críticos
destacaron negativamente que la limitación física del protagonista no resultaba
finalmente ningún impedimento para que éste llevase a cabo todas las acciones de
la película. Sin embargo, a mi juicio es harto evidente que su discapacidad sí
ha creado un muro emocional y psicológico en el rol de Sbaraglia. Quien, por
cierto, está excelente tanto en el manejo de su instrumento indispensable para
manejarse como en su desempeño de protagonista en una producción de estas
características.
Curiosidades: el
guión de la película fue depurado por el propio director, Rodrigo Grande,
durante cinco años en los que fue transformándolo también en un “story board”. Una
de las referencias citadas por el propio realizador han sido los relatos de
Edgar Allan Poe, donde los escenarios y la creación de atmósferas barrocas eran
claves en la construcción de la propia historia. Por último, Pablo Echarri, que
da vida al “villano” del film, participó en la producción de la cinta como productor,
en su debut como tal en dicho desempeño.
Parafraseando: cuando
Joaquín descubre a la banda que está socavando bajo su terreno, intenta hacer
que sus inquilinas abandonen el lugar aunque sea un par de semanas. Pero Berta
le da una argumentación que no tiene forma de rebatir: “Yo sé lo que pasa. Tienes miedo,
porque la otra noche bailé para ti” “No tiene nada que ver con eso” “Vi cómo me
miras. Te crees que por esa silla de mierda vales menos. Estabas cómodo estando
sólo… terriblemente sólo… y tienes miedo de romper eso. Eres un tipo
inteligente, Joaquín. Y atractivo. Y buena gente. Pero tienes una vida horrible
y prefieres quedarte con eso. Yo sé que te gusto. Y tú no tienes ni puta idea
de lo que me pasa a mí. Y eso es lo que te da miedo”.
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