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martes, 7 de marzo de 2017

Crítica de "KING KONG" (2005)


Año: 2005. Coescrita, producida y dirigida por: Peter Jackson (responsable de las trilogías de “El señor de los anillos” y “El Hobbit”). Basada en: la película omónima de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, estrenada en 1933. Intérpretes: Naomi Watts (“21 gramos”), Jack Black (“Escuela de rock”), Adrien Brody (“El pianista”), Thomas Kretschmann (“”Valkiria), Colin Hanks (Travis Marshall en la serie “Dexter”), Jamie Bell (“Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio”… ver crítica), Andy Serkis (César, el chimpancé protagonista de “El planeta de los simios”), Kyle Chandler (“Super 8”). Presupuesto: 207 millones de dólares. Recaudación: 550 millones.  Premios: ganó 3 premios Oscar, correspondientes a Mejor Sonido, Mejor Edición de Sonido y Mejores Efectos Especiales.

Franquicia: el original de 1933 creó a todo un icono cultural que dio lugar a numerosas secuelas, remakes, parodias y etc. Por ejemplo, “El hijo de King Kong”, del mismo año 1933, o el remake de 1976 protagonizado por Jeff Bridges y Jessica Lange. Ahora, se prepara una vuelta de tuerca con el estreno de “Kong: La isla de la calavera”, en este 2017, que continuará con un “Godzilla vs King Kong”, un curioso crossover que ya tuvo un precedente del mismo título en 1962.

Sinopsis: Ann Darrow es una actriz de vodevil sin mucha fortuna y a punto de tirar la toalla, cuyo destino cambiará para siempre cuando se inmiscuye en su camino el director de cine Carl Denha, un sinvergüenza sin escrúpulos que enrola a todo su equipo de producción en un viaje en alta mar en busca de la misteriosa “isla de la Calavera”, un lugar legendario donde pretende rodar los exteriores de su próxima película. A bordo también estará el dramaturgo Jack Driscoll, prácticamente “secuestrado” y que acabará enamorándose de Ann. Para sorpresa de todos, finalmente consiguen ir a la susodicha isla, que lejos de estar habitada es el hogar de un gigantesco simio llamado Kong. Un escollo más, aunque parezca mentira, en un hostil hábitat donde habitan todo tipo de animales prehistóricos y amenazas a cada paso.

Crítica; ¿Qué puede hacer uno cuando se convierte en el tipo que ha filmado la epopeya más grande jamás contada, y encima arrasa con 11 estatuillas, consiguiendo el récord más alto hasta la fecha para un solo film? Pues darse un capricho. El capricho más caro del mundo (a día de hoy, alguna que otra película llega a los 200 millones de presupuesto, pero hace más de una década era una total locura), revisionando uno de esos clásicos atemporales que, a la sazón, era su película favorita de niño. Estamos hablando, qué duda cabe, de Peter Jackson, ese tipo excéntrico que empezó haciendo películas de tintes gore y que se convirtió en inmortal al plantear lo que parecía un imposible: adaptar la obra de Tolkien de la manera más fiel jamás pensada. El principal problema que tenemos pues con “King Kong” es precisamente ese: que las expectativas estaban muy altas después de lo ya obtenido, y que en realidad el proyecto de una nueva versión del simio más famoso de todos los tiempos (obviando a la Cheetah de “Tarzán”) no suscitaba mucho interés por tanto en cuanto todos conocemos la historia, aunque sea grosso modo, y el inevitable final con los aviones sobrevolando el Empire State. Consciente de ello, Jackson lo que configura aquí es un regreso a la aventura en mayúsculas. Una orgiástica puesta en escena que es una puta montaña rusa en un “tour de forcé” que no acaba nunca, y con un sentido del espectáculo que no tiene nadie en el cine de hoy en día. Y no es una cuestión de echarle millones al asunto, sino de tener una imaginación portentosa y un tanto delirante para crear aberraciones tan dantescas como esos gusanos con dientes que se tragan a uno por la cabeza o los ciempiés gigantes que ídem de ídem, con un diseño de producción imposible que, efectivamente, sólo podía surgir de la mente de un niño que fantasease con visitar aquel mágico lugar, aunque sólo fuese para morirse de miedo. Bendito niño.

Concluyendo: a todo lo dicho anteriormente, no hay que olvidar que Jackson siempre tiene presente quién es realmente el protagonista de la función, un King Kong al que representa como un anti-héroe víctima de su propia grandeza, convertido en atracción circense por un “bon vivant” con ínfulas que bien podría ser un sosías del propio Jackson riéndose de sí mismo. La poesía que el realizador consigue sacar en un metraje rodado casi por completo con la famosa “pantalla verde”, es sencillamente digna de un maestro orfebre que confecciona cada una de sus piezas sabiendo que en su imperfección estará precisamente su originalidad. Es una lástima que el Hollywood de hoy en día no deje pasar una a la hora de crear una fructífera franquicia, porque este “King Kong” de Peter Jackson bien podría ser la recreación definitiva de aquel personaje que, a lo tonto y a poco que nos descuidemos, llegará a su centenario sin que nos demos ni cuenta.

Memorable: de las 3 bien diferenciadas “piezas” en que se dispone la película: la preparación de la aventura, la odisea en la isla y el final en Broadway, mi favorita después de haber visto otras tantas veces la cinta es la primera (si bien tengo que reconocer, no obstante, que fue en la que me quedé durmiendo en el cine en su estreno). La descomunal recreación del Nueva York de los años 30 es para quitarse el sombrero, y la construcción de los principales protagonistas humanos, que si bien son arquetipos del cine más clásico, resultan encantadores cada uno en su estilo.

Mejorable: tan exagerado en su duración como nos tiene acostumbrados, la versión que vimos en cine escatimaba casi 20 minutos de metraje con secuencias que no eran “de relleno” ni mucho menos, sino que incluían un enfrentamiento contra un triceratops o el ataque de una criatura marina mientras navegan por un río en busca de la chica protagonista. Para los interesados, no es difícil de encontrar por internet alguna copia que incluya dichas escenas subtituladas al castellano.


Parafraseando: toda vez que sólo le ha escrito quince páginas del libreto de la película, Denham consigue retener a su guionista hasta que el barco ya ha levado anclas y no tiene más remedio que acompañarles en la aventura:, viendo cómo el muelle se aleja de manera insalvable “Ya te lo he dicho: el teatro no es un buen negocio. El cine es mucho más rentable” “Yo no lo hago por el dinero… amo el teatro”. “No, Jack. Si de verdad lo amases… habrías saltado al agua”. 

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