Año: 1992. Dirigida por:
Francis Ford Coppola (“El padrino”). Intérpretes: Gary Oldman (“El topo”),
Winona Ryder (“Eduardo Manostijeras”), Keanu Reeves (el Neo de “The Matrix”), Richard
E. Grant (“Game of Thrones”), Cary Elwes (“La princesa prometida”), Billy
Campbell (“Rocketter”), Sadie Frost (“Love, Honour and Obey”), Monica Bellucci
(“Irreversible”), y el músico Tom Waits, entre otros. Presupuesto: 40 millones
de dólares. Recaudación: 215 millones. Premios: entre otros, ganó 3 premios
Oscar: Mejor Vestuario, Maquillaje y Edición de Sonido.
El origen: basada,
como su propio nombre indica, en la novela de Bram Stoker de 1897 (el nombre
del escritor se utilizó en el lanzamiento de la cinta para subrayar que ésta
sería una adaptación fiel del personaje, alejada de la iconografía de la
productora Hammer), el germen de la producción nos lleva hasta otra mítica
saga, la de “El padrino”, y más concretamente, al rodaje de su tercera entrega,
en 1990. Allí, Coppola tuvo un verdadero conflicto a la hora de elegir una
actriz para encarnar el rol de la hija de Michael Corleone (Al Pacino). Se habló
de Julia Roberts, Madonna… y Winona Ryder, quien finalmente firmó para tal
efecto. Sin embargo, llego el día del inicio de rodaje, la actriz fue
sustituida por la hija del propio realizador, y nunca se ha sabido si fue Ryder
quien abandonó o Coppola quien propició el cambio. El caso es que ambos
prometieron darse un tiempo y volver a verse, para acallar los rumores sobre su
enfado, y fue entonces cuando la actriz le llevó el libreto de “Drácula”, que a
Coppola le gustó porque parecía un sueño erótico de dos horas de duración.
Sinopsis:
Jonathan Harker es un joven abogado británico obligado por su firma a viajar
hasta Rumanía para hacerse cargo de los deseos de su cliente, un misterioso
conde que dice ser descendiente del mítico Vlad El Empalador. Paralelamente, la
vida de su prometida, Mina, en Londres, no parecen atravesar un buen momento,
cuando su mejor amiga cae presa del influjo de una misteriosa criatura que la
tiene cautivada en cuerpo y alma. Todo lo ocurrido acabará desembocando en la
llamada al prestigioso Abraham Van Helsing, quien les revelará la verdad: lo
que están sufriendo no proviene de este mundo. se enfrentan a un ser por encima
del bien y del mal. Se enfrentan con… un vampiro.
Crítica: “He
cruzado océanos de tiempo para encontrarte”. La leyenda dice que los ejecutivos
que vieron la película antes de su estreno, siempre tan acertados en sus
predicciones, la bautizaron como “La hoguera de los vampiros”; un juego de
palabras con la adaptación de “La hoguera de las vanidades” dirigida por BRIAN
DE Palma, que había sido un rotundo fracaso de taquilla. Según los “videntes”
de Columbia Pictures, la cinta era tan “barroca”, “extraña” y “grotesca”, que
difícilmente seduciría a la audiencia. ¡Que listos eran! “Drácula” no sólo fue
un éxito, sino que, en su pequeña parcela, lo cambió todo en su género. Y es
que a día de hoy, que si “Crónicas Vampíricas”, que si “Crepúsculos”, que si “Underworld”,
que si “Condemor”… estamos un poco saturados del género vampírico , la verdad. Pero
toda esta moda que parece no tener fin tuvo un principio. Y ese principo… es el
“Drácula, de Bram Stoker”. Y lógicamente, no me refiero únicamente a la novela
original, que recomiendo desde aquí encarecidamente pese a llevar más de un
siglo escrita. Ésta es una de esas películas casi “redondas”, donde se conjugó
el proyecto perfecto para las personas indicadas. Una cinta casi de otro
tiempo, debido al acertado uso que Coppola hizo de los efectos visuales “artesanales”.
Y no me refiero sólo a las escenas que implican a criaturas o secuencias de
acción. La planificación de toda la historia por parte de Coppola es la de un
niño que se está divirtiendo con lo que hace, con unas transiciones y juegos de
sombras cercano al teatro de marionetas, y una puesta en escena sencillamente
abrumadora. Coppola quería hacer un guiño a los inicios del séptimo arte (del
que se hace mención en la propia película), con ese poder subyugante de “generar”
ilusiones en el espectador, donde muchas veces se “insinuaba” en lugar de “enseñar”.
Y a fe que lo consigue. El metraje avanza durante su primer tercio como un
carruaje de caballos en medio del bosque balcánico (lo que, no obstante,
produce también cierta confusión en algunos pasajes), y se juega hábilmente con
la narrativa de la historia respetando el juego original del propio Stoker,
cuya novela estaba ensamblada merced a la correspondencia y diarios de todos
los implicados en la misma. Mención especial me gustaría dar a la banda sonora
de Wojciech Kilar, que se convierte en un instrumento más de seducción
aterradora, y al tema de Annie Lennox utilizado para la promoción del film, “Love
Song for a Vampire”, que escuché una y otra vez en el momento del estreno. Causante
también de numerosas parodias e imitaciones, si por algo es recordada “Drácula”
es la impactante y poderosa caracterización de Gary Oldman, completamente
entregado a la causa (ojo al movimiento de sus manos) y la dualidad como “ángel
caído” de la que dota a su personaje. Siempre habíamos sabido que el vampiro
tenía un corazón, pero no fue hasta esta película que entendimos que servía
para algo más que para clavarle una estaca. Otra cosa, puestos a quedarnos con “lo
malo”, sería hablar de la interpretación de Reeves y su acento londinense,
considerado como uno de los peores de la historia del cine, pero bueno… Siempre
hemos sabido que lo mejor que ha tenido Keanu “Cara de Palo” Reeves ha sido la
elección de sus papeles. Por eso pasará a la historia del cine, y ya lleva más
de treinta años en la profesión. Por algo será. En conclusión, que esta “Drácula,
de Bram Stoker” vino a dignificar un género de terror casi siempre denostado, y
cambió la forma de verlo, entenderlo y realizarlo… hasta nuestros días. Si todo
eso te parece poco… pues también es una grandísima película. Nos e puede decir
más.
Curiosidades: el
éxito de la película suscitó una adaptación de cómic realizada por Roy Thomas
(guión) y Mike Mignola (dibujos). También pudo verse en los salones recreativos
de la época una máquina de pinball inspirada en la película y figuras de acción
con los personajes, así como un juego de mesa. Posteriormente, cuando se lanzó
para el mercado doméstico en el VHS de la época, se comercializó una edición de
lujo presentada en forma de ataúd, que contenía la película y una edición de
bolsillo de la novela original de Stoker.
Memorable: las
concubinas del conde, y la escena de sexo con Reeves, incluyendo a una
desconocida por entonces Mónica Bellucci. En general, y tal y como quería
Coppola, el erotismo que siempre había acompañado la leyenda de los vampiros
impregna aquí cada fotograma del metraje, lo que incluye también el juego
cromático con el vaporoso vestido rojo de la “libertina” amiga de Mina, o el
blanco virginal usado por la misma en toda su vestimenta.
Mejorable: dejando
a un lado lo apuntado acerca de Reeves, lo cierto es que poco o nada podemos
decir negativo acerca de la película. Incluso la elección de Coppola de
escenarios recreados en el interior del estudio, que fue tomada únicamente para
controlar los gastos de producción que siempre le habían acompañado en su
carrera, ayudan a imbuir de una atmósfera “irreal” a todo el conjunto que, en
este caso en conreto, le viene como anillo al dedo.
Parafraseando:
tras haberla cortejado durante semanas, y a pesar de que ella acaba casándose
con su prometido, cuando el príncipe de las tinieblas vuelve a acudir a su
encuentro, la joven Mina se deshace a los encantos de su amado, quien no puede
evitar confesarle quién es realmente: “Yo… soy… nada. Sin vida. Sin alma. Odiado y
temido. Estoy muerto… para todo el mundo. escúchame. Yo soy el monstruo al que
los hombres vivos matarían. Yo… soy… Drácula”.
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