Año: 2016.Coescrita y
dirigida por: Alberto Rodríguez (“La isla mínima… ver crítica). Basada en: “Paesa,
el espía de las mil caras”, de Manuel Cerdán. Intérpretes: Eduard Fernández (“En la ciudad”),
José Coronado (“No habrá paz para los malvados”), Carlos Santos (“Los hombres
de Paco”), Marta Etura (“Celda 211”), Emilio Gutiérrez Caba (“La comunidad”), Luis
Callejo (“Tarde para la ira”), Pedro Casablanc (“Truman”). Premios: otra de las
favoritas de este año de cara a los Goya, con 11 nominaciones, cosechando
finalmente el de Mejor Actor Revelación para Carlos Santos y Mejor Guión
Adaptado.
Sinopsis:
traicionado por un país al que ha servido fielmente pero que le ha apuñalado
por la espalda, el ex espía Francisco Paesa encuentra la manera de redimirse
servida en bandeja de plata cuando Luis Roldán y su mujer, Nieves, le piden
ayuda para poner a buen recaudo mil quinientos millones de pesetas sustraídos
del erario público. Paesa se dedicará a ello con devoción, acompañado siempre
por su fiel escudero, Jesús Camoes.
Crítica: “Es
correcto”. Escribo estas líneas cuando recién termina la gala de los Goya y aún
sigo con cierto estupor por el triunfo soterrado de “Un monstruo viene a verme”.
No es que tenga nada contra la cinta de Bayona ni contra él mismo, pero no sé…
Considero que su último proyecto es un film “made in Hollywood” pero hecho con
dinero español (que no esmalo, ojo). En cambio, quizás “El hombre de las mil
caras” sea su contrapartida más directa, al tratarse de un film “meid in Espein”
pero con mucho aroma hollywoodense, sobre todo a la muy reivindicable “Atrápame
si puedes” de Steven Spielberg. Un thriller eléctrico, vibrante, laberíntico y
muy castizo, aunque sólo sea por el halo de mentiras y corrupción casposa que
envuelve a sus protagonistas. En una película quizás “comercial”, que dirían
algunos, como si esa etiqueta fuese algo peyorativo en lo que a una propuesta
de entretenimiento se refiere. Muchos la han querido comparar con su anterior
trabajo, “La isla mínima”, pero esa comparación no es solo odiosa, como se
suele decir, sino que además es absurda. Si un director tuviese que vivir con
la permanente exigencia de superarse constantemente, nos quedaríamos sin
películas tan disfrutables como esta o como cualquiera de las que firman cada
año realizadores que nunca han vuelto a estar en primera plana, quizás
precisamente porque no están obsesionados con ello. Pero es que, además, sería
injusto decir que Rodríguez no ha dado un salto cualitativo con “El hombre de…”.
Hasta cierto punto, me parece más fácil resultar contemplativo, elegante y sutil
con una historia como la de ”La isla mínima”, pero hacer malabares con una
propuesta tan grandilocuente como la que nos ocupa, abriendo como un bisturí
una historia de nuestro pasado reciente harto conocida por todos en mayor o
menor medida (con lo que eso implica, en un país donde todos pensamos que
sabemos más de fútbol que Di Stéfano, para que me entiendan), es sencillamente
digna de un orfebre cinematográfico; papel que en principio, ni por edad ni por
tablas, debería asumir pero ejecuta de buen grado. Aunque aún no estoy en el
apartado de “parafraseando”, podría decir que “el cielo es de unos pocos. Y el
cine… también”.
Resumiendo:
empapándose mucho también de la narrativa de Scorsese en este tipo de epopeyas
mafiosas (que es lo que no deja de ser esta cinta, aunque con la contradicción
de ser, a la par, de “altos vuelos” y “cañí”), Alberto Rodríguez formula la que
puede ser buque insignia para un nuevo género patrio, a poco que se lo proponga
la industria, dado el historial delictivo de quienes ostentan el poder en
nuestra piel de toro (váyase usted a saber por qué). Un ejercicio de estilo que
no pretende emocionar pero lo consigue. Porque la emoción, amigos, no sólo se
traduce en lágrimas. También puede ser una sonrisa socarrona. Sobre todo, si
quien la dibuja es Eduard Fernández.
Memorable: si
bien muchos críticos aborrecen las voces en off, por tanto en cuanto se entiende
como un recurso que a veces se utiliza para explicar con palabras lo que no
eres capaz de contar sin ellas, aquí la conducción de José Coronado por todo el
relato se hace poco menos que indispensable para seguir el hilo por los
distintos saltos espacio-temporales de la historia.
Mejorable: la
propuesta de Rodríguez, intencionadamente, hace un sacrificio muy grande. Para poder
mantener el ritmo al galope de su película, se mimetiza con la personalidad de
su protagonista para no decirnos, en realidad, quién era Francisco Paesa. Aparecen
los títulos de crédito y no llegas a saber más del personaje de lo que suponías
antes del visionado. Un sinvergüenza, sí. Pero… ¿por qué?
Parafraseando: aterrizamos
con uno de esos prólogos que es toda una declaración de principios y que
advierten que no podrás pestañear en las próximas dos horas: “La
historia que voy a contarles tuvo lugar en una época en la que el cielo
pertenecía a unos pocos. No había compañías e vuelo a bajo coste. No era como
ahora. Un avión era un avión… no un autobús. Es una historia real. Como todas
las historias reales… contiene alguna mentira. Es la historia de un mentiroso. La
historia de un hombre que engañó a todo un país”.
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