Año: 2016. Título
original: Hacksaw Ridge. Director: Mel Gibson (“La pasión de Cristo”). Intérpretes:
Andrew Garfield (“The Amazing Spider-Man”… ver crítica), Vince Vaughn (en la
segunda temporada de “True Detective”), Sam Worthington (“Avatar”), Luke Bracey
(“Point Break”), Hugo Weaving (el agente Smith de “Matrix”), Teresa Palmer (“No
apagues la luz”). Presupuesto: 40 millones de dólares. Recaudación: 163
millones. Premios: entre otros, ha recibido 6 nominaciones a los Oscar, incluyendo
Mejor Película, Director y Actor Principal.
Sinopsis: en
1942, en plena II Guerra Mundial, Desmond Doss se alista para servir en el
ejército a pesar de haber sido educado como un adventista del séptimo día,
religión que le impide coger un rifle y, mucho menos, quitarle la vida a otro
hombre. Sometido a un consejo de guerra por este motivo, Desmond consigue
finalmente su objetivo de ayudar enla contienda y es enviado a Okinawa, donde
pese al recelo de todo el pelotón, se convertirá en un héroe de guerra al
ayudar a salvar la vida de 75 compañeros.
Crítica: La
guerra siempre es la misma, pero los que mueren en ella tienen rostros
distintos. Me encanta el cine, tengo que decir. Sin embargo, confieso que no
suelo juzgar una película por los valores que defienda, retrate o (en el peor
de lo casos) con los que pretenda aleccionar a su audiencia. Pueden ser, eso
sí, un valor añadido, pero no un motivo para juzgarla, por tanto en cuanto a mí
lo que me interesa realmente es su calidad artística. Es decir: si veo una
película donde el protagonista es un hijodeputa y se dedica a matar a todo lo
que encuentre a su paso sin motivo alguno… puede ser que me guste, simpre y
cuando me despierta alguna emoción (que puede ser, en esencia, unas cuantas
carcajadas). En cambio, un film que apueste por todo lo contrario lo denostaré
con ahínco si me produce sopor o hastío. Dicho queda. Ahora bien, y
paradójicamente, si me gusta a veces valorar una cinta por la intrahistoria personal
que tiene en algunos de sus apartados, y sólo por esto, “Haksaw Ridge” (título
original) ya me parecería excelente. Para quien no lo sepa… Mel Gibson siempre
ha sido acusado de ser un hombre con muy mal genio. La cosa no pasaría de ahí,
sino fuese porque hace unos años comenzaron a aparecer testimonios que daban
cuenta de sus problemas con el alcohol, lo que le llevaban a proclamar a grito
pelado chorradas antisemitas (llegando incluso a negar el Holocausto), amén de
discursos homófobos y sexistas. Y lo peor es que muchos pudieron escucharle con
sus propios oídos en un vídeo policial cuando le detuvieron por conducir ebrio
y unas conversaciones telefónicas que filtró una ex novia. ¿Resultado? Pues que
el antiguo mito en esto del cine que había alcanzado la cumbre con “Braveheart”
caía en la desgracia más absoluta, lo que ligado además al inevitable paso del
tiempo le condenó a malvivir en producciones de dudosa calidad y que casi nunca
conseguían el favor ni del público ni de la crítica. Vamos, que estaba acabado
y con medio cuerpo ya en la tumba, para muchos. Y hete aquí que el tío se saca
de la manga una película brillante a sus 60 tacos, expiatoria en más de un
sentido, emocionante hasta el punto de hacerte soltar alguna lágrima, hermoso
en y crudo a la vez en su forma de plasmar la violencia y reivindicable por
todo lo apuntado anteriormente pero también por las convicciones que defiende. Todo
ello, además, con la connivencia de un actor en estado de gracia (otro al que,
por cierto, también daban ya por perdido muchos).Porque si Anjélica Huston se
enamoró en su día de la mirada de Juan José Ballesta, lo mismo me ha pasado a
mí en este film con esa sonrisa inocente, que te dice mucho del personaje sin
necesidad de que pronuncie una palabra. Sólo por él ya merece la pena toda la
primera parte de la película, que podría haber sido bastante peor sin su
presencia, pero que con él se convierte en entrañable, tierna y edificante, a
posteriori. Una lástima que por lógica desaparezca el papel de Teresa Palmer,
porque la química entre ellos es pura como un manantial de agua virgen. Lo que
tenemos después es un derroche y destrucción bélica que no habíamos visto en
pantalla grande desde “Salvar al soldado Ryan” (“Saving prívate Ryan”, 1998,
Steven Spielberg). Siendo éste uno de los puntos fuertes del Gibson director
desde “Braveheart” y pasando por “Apocalypto”, cualquiera diría que su
estética, planificación narrativa o gusto por los detalles macabros ya habrían
quedado un tanto polvorientos y superado tras una década sin ejercer de maestro
de ceremonias, pero las escenas de acción siguen siendo tan vibrantes como en
las dos anteriormente citadas, lo que viene a demostrar que el talento, no sólo
sigue estando ahí, sino que lo hemos perdido durante todos estos años por “crucificarle”
en su día, con o sin motivo. Una imagen alegórica, por cierto, la de la
crucifixión, muy recurrente en su filmografía como realizador, y que aquí
también nos regala un plano precioso al final del metraje, más justificado si
cabe que en otras ocasiones.
Resumiendo: llega
la temporada de premios, que a la par es mi época favorita y tediosa del año. Me
lo paso como un crío viendo lo mejor que nos ha dejado el año en cuanto a cine
se refiere (que cada vez más, se esperan a estrenar en el último tercio, los
muy cabrones), pero es tedioso e injusto el tener que elegir siempre “la mejor”
y que, nos guste o no, tras cada entrega de galardones siempre quede una
señalada como “triunfadora” y el resto como “perdedoras”. ¿De qué lado caerá la
suerte para “Hasta el último hombre”? Pues ni lo sí ni me importa. Desde luego,
es de lo mejorcito que he visto en los últimos meses, y eso que todo lo que veo
últimamente tiene muchos quilates, como os decía. Su mera existencia, como acto
reivindicativo de un cineasta que nunca se fue (sino que lo apartamos) ya
justifica su existencia. Pero es que, además, es muy buena.
Memorable: en un
biopic (que a fin de cuentas, es lo que no deja de ser) hay ciertos tramos del
metraje que resultan pesados y lastran otros méritos del film, por el simple
hecho de estar supeditados a ser fieles al original que retratan. Aquí, y si
entendemos las distintas partes de la historia a modo de “set pieces”, todas
interesan por igual, sustentadas sobre todo en un elenco de actores que rayan a
la perfección, no sólo un Garfiel que está de Oscar.
Mejorable: aunque
para mí sería un punto a destacar en lo positivo, tengo que reconocer que hay
algunas ideas muy “gore” a la hora de plasmar la realidad de la guerra. El simple
hecho de ver a los soldados avanzando mientras pisan un terreno alfombrado de
cadáveres ya impresiona, pero es que… cuando empiezan ráfagas de balas y uno de
los protagonistas utiliza el cuerpo mutilado de un cadáver como escudo para
abrirse paso… Brutal.
Parafraseando: al
hilo de la sonrisa del protagonista a la que anteriormente hacía referencia, y
aunque el film está cuajado de grandes diálogos, utilizaré las propias palabras
del auténtico Desmond Doss, en unas imágenes de un documental que son
utilizadas al final del metraje, a costa de un episodio retratado en la
película, cuando le limpia la cara dubierta de sangre a un compañero que creía
haberse quedado ciego: “Si sólo hubiese conseguido aquella sonrisa
que me regaló, ya me habría dado por satisfecho”.
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