Año: 2016. Director: Ron Howard (“Una mente maravillosa”). Guión: David
Koepp (guionista de cintas como “Spider-Man” o “Jurassic Park”). Basada en: la
novela homónima de Dan Brown. Intérpretes: Tom Hanks (“Naúfrago”), Felicity
Jones (“Un monstruo viene a verme”… ver crítica), Omar Sy (“Intocable”), Ben
Foster (“Comanchería”), Irfan Khan (“Jurassic World”), Sidse Babett Knudsen (“Esperando
al rey”). Presupuesto: 75 millones de dólares. Recaudación: 220 millones.
Curiosidades: todos sabemos a estas alturas que ésta es la tercera
incursión cinematográfica del profesor Robert Langdon, pero quizás no sepas que
“Ángeles y demonios” (la segunda) se publicó en forma de novela antes de “El
código Da Vinci” (que fue la primera en estrenarse). Algo parecido vuelve ha
ocurrir ahora, puesto que la saga se “salta” la adaptación de “El símbolo
perdido”, tercera entrega en cuanto a novelas se refiere, que sin embargo quedó
aparacada tras varios años en desarrollo a favor de la que nos ocupa.
Sinopsis: el profesor de Harvard y criptólogo Robert Langdon
despierta en un hospital de Florencia sin ningún recuerdo de lo acontecido en
las últimas 48 horas. Cuando la policía intenta detenerle, la doctora Sienna
Brooks le ayuda a escapar y ambos descubren que son el centro de la búsqueda de
un virus que podría acabar con más de la mitad de la población, y cuyo punto de
detonación se encuentra oculto en distintas pistas del “Infierno” descrito por
el poeta Dante Aligheri en su libro “La divina comedia”.
Crítica: para ir al grano desde el principio, “Inferno” es un
pasatiempo entretenido que, por otra parte, dudo mucho que permanezca en tu
memoria mucho tiempo después de haberla visto. En bastante probable, de hecho,
que algún día la pasen por televisión y al descubrirla no sepas si la has visto
o si se diferencia en algo de las dos entregas anteriores. Teniendo en cuenta,
además que de la (hasta ahora) trilogía ha sido la que menos ha recaudado en
taquilla, parece obvio que hay más espectadores que han llegado a la misma conclusión
y que el simple interés por el protagonista o sus desventuras ha mermado
bastante. Muy lejos queda aquella irrupción de la novela de Brown (hablo de “El
código Da Vinci”), cuando parecías un bicho raro si no la habías leído o
tuvieses intención de hacerlo. Un fenómeno que recientemente hemos vuelto a
sufrir con las no menos famosas “Cincuenta sombras de Grey” (ver crítica) de la que también hemos
tenido su correspondiente adaptación. De
entre todos los valores de la película, creo que el más flojo de esta entrega
es el realizador Ron Howard, quien quizás haya perdido el inter´res por seguir
vinculado a la saga, si bien es sabido por todos lo que puede hacer el dinero
en Hollywood, máxime cuando en la Meca del Cine eres tan valorado como lo que
haya recaudado tu último film y ente sentido una nueva peripecia del profesor
Langdon parecía un éxito seguro. El guión de Koepp nos mete de lleno en la
acción desde el primer momento, consciente de que cualquier tipo de
presentación resultará “cansina” y ya vista por el espectador. Esto sacrifica,
obviamente, la caracterización de los nuevos personajes (en especial, el de
Felicity Jones), pero ganamos en lo que afecta a la espectacularidad, algo que
estaría muy bien si el encargado de resolverlo fuese un director que no
estuviese todo el tiempo con el piloto automático y que sólo muestra cierto
brío en momentos muy puntuales (cierta caída desde el techo del “Salón de los
Quinientos”, por ejemplo). Especialmente notorio es en el tramo final, donde la
desconexión con lo que se supone es el punto álgido de la historia es total,
bien sea por la dudosa pericia de Howard o porque la puesta en escena de todo
lo que acontece es cualquier cosa menos original. Sin embargo, se agradece el
esfuerzo del último tercio por presentar una relación sentimental para el
protagonista y con una mujer de su edad, toda vez que la Jones sólo aparece en
el elenco para lucir palmito.
Resumiendo: todos hemos asumido que la industria del cine a día de
hoy se parece más a la pequeña pantalla (y viceversa, si te paras a pensar),
limitándose cada vez más a presentar “nuevas entregas” de aquellas aventuras
que se han ganado el favor del público, cual si de un nuevo episodio de una
serie al uso se tratase. En este sentido, no creo que haya nadie que vea “Inferno”
y se sienta decepcionado. Los misterios encerrados en las obras de arte están
ahí y tanto el elenco técnico como artístico de la propuesta es el mismo que el
de las dos entregas precedentes. No obstante, hay fórmulas que quedan obsoletas
más rápidamente que otras, y cierto tipo de “ligerezas” que puede que el
espectador tolere una vez… pero no quiere decir que lo vaya a hacer siempre. Sus
responsables harían bien en replantearse algunos conceptos para la próxima vez…
en caso de que la haya. El “suficiente” a veces no basta para pasar de curso.
Memorable: el recurso de la empresa que “mueve los hilos” del mundo
a un nivel inimaginable (una especie de “solucionadores de problemas” a gran
escala) es un recurso que ya hemos visto en otras novelas del género, por
ejemplo en las perpetradas por Douglas Preston y Lincoln Child. Será otra de
las “licencias prestadas” por parte de Brown. En cualquier caso, podría estar
mejor explicada esta subtrama, porque la resolución final de la misma huele a
truco barato para justificarlo todo que tira de espaldas. Lo mismo pasa con las
motivaciones del “villano”, que yo personalmente comparto (¿seré acaso un
genocida sin saberlo?) pero que quedan reducidas al fanatismo del típico “genio
loco”.
Mejorable: una de las supuestas “sorpresas inesperadas” de la
película, relacionada con uno de sus personajes principales (y que no desvelaré
para no cometer SPOILER) se ve venir desde el minuto uno, por mucho que
intenten hacernos ver lo contrario. Que ya estamos muy baqueteados en estas
lides para dejarnos engañar así, por fortuna o por desgracia.
Parafraseando: cuando Robert y Sienna acuden al Palazzo
Vecchio para buscar una pista escondida en el fresco de “La batalla di Marciano”,
de Giorgio Vasari, topan con una historiadora que reconoce al profesor. Éste intenta
disimular actuando con normalidad, pero no sabe cómo presentar a su compañera: “Ella
es Sienna, mi… sobrina” “Por favor, profesor… Estamos en Italia. No hace falta
que la llame”sobrina””.
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