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miércoles, 8 de febrero de 2017

Crítica de "Inferno" (2016)


Año: 2016. Director: Ron Howard (“Una mente maravillosa”). Guión: David Koepp (guionista de cintas como “Spider-Man” o “Jurassic Park”). Basada en: la novela homónima de Dan Brown. Intérpretes: Tom Hanks (“Naúfrago”), Felicity Jones (“Un monstruo viene a verme”… ver crítica), Omar Sy (“Intocable”), Ben Foster (“Comanchería”), Irfan Khan (“Jurassic World”), Sidse Babett Knudsen (“Esperando al rey”). Presupuesto: 75 millones de dólares. Recaudación: 220 millones.

Curiosidades: todos sabemos a estas alturas que ésta es la tercera incursión cinematográfica del profesor Robert Langdon, pero quizás no sepas que “Ángeles y demonios” (la segunda) se publicó en forma de novela antes de “El código Da Vinci” (que fue la primera en estrenarse). Algo parecido vuelve ha ocurrir ahora, puesto que la saga se “salta” la adaptación de “El símbolo perdido”, tercera entrega en cuanto a novelas se refiere, que sin embargo quedó aparacada tras varios años en desarrollo a favor de la que nos ocupa.

Sinopsis: el profesor de Harvard y criptólogo Robert Langdon despierta en un hospital de Florencia sin ningún recuerdo de lo acontecido en las últimas 48 horas. Cuando la policía intenta detenerle, la doctora Sienna Brooks le ayuda a escapar y ambos descubren que son el centro de la búsqueda de un virus que podría acabar con más de la mitad de la población, y cuyo punto de detonación se encuentra oculto en distintas pistas del “Infierno” descrito por el poeta Dante Aligheri en su libro “La divina comedia”.

Crítica: para ir al grano desde el principio, “Inferno” es un pasatiempo entretenido que, por otra parte, dudo mucho que permanezca en tu memoria mucho tiempo después de haberla visto. En bastante probable, de hecho, que algún día la pasen por televisión y al descubrirla no sepas si la has visto o si se diferencia en algo de las dos entregas anteriores. Teniendo en cuenta, además que de la (hasta ahora) trilogía ha sido la que menos ha recaudado en taquilla, parece obvio que hay más espectadores que han llegado a la misma conclusión y que el simple interés por el protagonista o sus desventuras ha mermado bastante. Muy lejos queda aquella irrupción de la novela de Brown (hablo de “El código Da Vinci”), cuando parecías un bicho raro si no la habías leído o tuvieses intención de hacerlo. Un fenómeno que recientemente hemos vuelto a sufrir con las no menos famosas “Cincuenta sombras de Grey” (ver crítica) de la que también hemos tenido su correspondiente adaptación.  De entre todos los valores de la película, creo que el más flojo de esta entrega es el realizador Ron Howard, quien quizás haya perdido el inter´res por seguir vinculado a la saga, si bien es sabido por todos lo que puede hacer el dinero en Hollywood, máxime cuando en la Meca del Cine eres tan valorado como lo que haya recaudado tu último film y ente sentido una nueva peripecia del profesor Langdon parecía un éxito seguro. El guión de Koepp nos mete de lleno en la acción desde el primer momento, consciente de que cualquier tipo de presentación resultará “cansina” y ya vista por el espectador. Esto sacrifica, obviamente, la caracterización de los nuevos personajes (en especial, el de Felicity Jones), pero ganamos en lo que afecta a la espectacularidad, algo que estaría muy bien si el encargado de resolverlo fuese un director que no estuviese todo el tiempo con el piloto automático y que sólo muestra cierto brío en momentos muy puntuales (cierta caída desde el techo del “Salón de los Quinientos”, por ejemplo). Especialmente notorio es en el tramo final, donde la desconexión con lo que se supone es el punto álgido de la historia es total, bien sea por la dudosa pericia de Howard o porque la puesta en escena de todo lo que acontece es cualquier cosa menos original. Sin embargo, se agradece el esfuerzo del último tercio por presentar una relación sentimental para el protagonista y con una mujer de su edad, toda vez que la Jones sólo aparece en el elenco para lucir palmito.

Resumiendo: todos hemos asumido que la industria del cine a día de hoy se parece más a la pequeña pantalla (y viceversa, si te paras a pensar), limitándose cada vez más a presentar “nuevas entregas” de aquellas aventuras que se han ganado el favor del público, cual si de un nuevo episodio de una serie al uso se tratase. En este sentido, no creo que haya nadie que vea “Inferno” y se sienta decepcionado. Los misterios encerrados en las obras de arte están ahí y tanto el elenco técnico como artístico de la propuesta es el mismo que el de las dos entregas precedentes. No obstante, hay fórmulas que quedan obsoletas más rápidamente que otras, y cierto tipo de “ligerezas” que puede que el espectador tolere una vez… pero no quiere decir que lo vaya a hacer siempre. Sus responsables harían bien en replantearse algunos conceptos para la próxima vez… en caso de que la haya. El “suficiente” a veces no basta para pasar de curso.

Memorable: el recurso de la empresa que “mueve los hilos” del mundo a un nivel inimaginable (una especie de “solucionadores de problemas” a gran escala) es un recurso que ya hemos visto en otras novelas del género, por ejemplo en las perpetradas por Douglas Preston y Lincoln Child. Será otra de las “licencias prestadas” por parte de Brown. En cualquier caso, podría estar mejor explicada esta subtrama, porque la resolución final de la misma huele a truco barato para justificarlo todo que tira de espaldas. Lo mismo pasa con las motivaciones del “villano”, que yo personalmente comparto (¿seré acaso un genocida sin saberlo?) pero que quedan reducidas al fanatismo del típico “genio loco”.

Mejorable: una de las supuestas “sorpresas inesperadas” de la película, relacionada con uno de sus personajes principales (y que no desvelaré para no cometer SPOILER) se ve venir desde el minuto uno, por mucho que intenten hacernos ver lo contrario. Que ya estamos muy baqueteados en estas lides para dejarnos engañar así, por fortuna o por desgracia.   


Parafraseando: cuando Robert y Sienna acuden al Palazzo Vecchio para buscar una pista escondida en el fresco de “La batalla di Marciano”, de Giorgio Vasari, topan con una historiadora que reconoce al profesor. Éste intenta disimular actuando con normalidad, pero no sabe cómo presentar a su compañera: “Ella es Sienna, mi… sobrina” “Por favor, profesor… Estamos en Italia. No hace falta que la llame”sobrina””.


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