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jueves, 9 de febrero de 2017

Crítica "Toy Story 2" (1999)


Año: 1999. Director: John Lasseter (“Cars”). Intérpretes (voces en la V.O.): Tom Hanks (“Inferno”… ver crítica), Tim Allen (“¡Vaya Santa Claus!”), Joan Cusack (“Escuela de rock”), Kelsey Grammer (la seire “Frasier”), Annie Potts (“Los Cazafantasmas”), Jodi Benson (“La Sirenita”). Presupuesto: 90 millones de dólares. Recaudación: 497 millones. Premios: Randy Newman estuvo nominado para un Oscar por el tema “When she loved me”.

Sinopsis: una serie de catastróficas desdichas acaban con Woody en el maletero del coche de un coleccionista de juguetes, quien a su vez pretende vender como reliquia a un museo de Japón. Es así como Woody descubre todo un pasado como pieza de una colección mayor donde él era protagonista y estrella de su propio show televisivo. Mientras, el resto de la pandilla, con Buzz Lightyear a la cabeza, acudirán a su rescate sorteando todo tipo de peligros.

Crítica: “Quería ver el sol una vez más, antes de que me vuelvan a empaquetar·”. Imagino que no soy el único al que le pasa que el visionado de cualquier entrega de “Toy Story”, aún disfrutándola, le deja un poso de cierta nostalgia. Esto podríamos justificarlo de manera harto lisonjera (a la par que un tanto dramática) aduciendo que todos tenemos “juguetes muertos” en nuestro armario. Pero también demuestra que cada una de las películas de Pixar funcionan en varios niveles que al margen de su propia intrahistoria y su objetivo de entretener, también reflexionan sobre temas tan maduros y complejos de resolver en un metraje de menos de dos horas como lo son la vejez, el abandono, el inexorable paso del tiempo o la perdurabilidad de tu legado. En lo que respecta a “Toy Story 2”, hay que añadir además que estábamos en una época donde Pixar era una productora de animación independiente. Trabajaba ya entonces en exclusiva para Walt Disney, pero no formaba parte de la compañía del ratón Mickey, quienes de hecho en paralelo seguían produciendo sus propios films de animación tradicional como “Zafarrancho en el rancho”. La misma Disney que ya no tenía el monopolio del cine de animación (surgían los primeros éxitos de las correspondientes divisiones de Dreamworks o la FOX), y que había dilapidado en gran medida su crédito explotando sus éxitos más recientes con secuelas directas al mercado del VHS o DVD, caso de “La Sirenita”, “Aladdin” o “El rey león”. Precisamente esto es lo que le pidieron a Pixar en un inicio: una continuación directa al mercado casero de la película que había enamorado a todos cuatro años antes y que se había convertido en la cabeza de lanza del estudio de Lasseter. De esta manera, la cinta que hoy nos ocupa empezó a trabajarse en un pequeño estudio separado de las oficinas principales de Pixar (quienes estaban ocupados con la producción de “Bichos”) y cuya premisa argumental no dejaba de ser un remedo de la propia “Toy Story” original, pero cambiando las tornas entre Woody (quien sería en esta ocasión el que sufriría una “crisis de identidad”) y Buzz (encargado de hacerle entrar en razón). Una manera como otra cualquiera de “prostituir” su obra con la que Lasseter no estaba convencido pero que aceptaba como mal menor de haberse convertido en el centro de la industria. Sin embargo, cuando unas primeras pruebas de la cinta llamaron la atención de la propia Disney y cambiaron la idea inicial para proyectar su estreno en cines, el propio realizador cogió las riendas del proyecto y se reunió con el equipo para pulir toda la historia en un solo fin de semana y planificar un proceso de producción que pudiera condensarse en tan sólo nueve meses (el desarrollo de una cinta de estas características suele tardar años, normalmente). El resultado pues fue que “Toy Story 2” volvió a ser insuflada de alma, paradójicamente (o quizás de manera intencionada) a la reflexión que hace el propio film cuando señala que los juguetes sólo tienen vida propia cuando se la da su auténtico dueño. Esto hace que, en muchos sentidos (obviamente, no se puede superar el factor sorpresa con el que partió la original) la secuela sea mejor que la entrega precedente, demostrándole de paso a Disney que esto podía ser posible si cada proyecto se trataba con el cariño y el respeto adecuado, y no sólo como un “producto manufacturado”. Y no, no es que la nueva aventura de Woody y el resto sea de repente un sesudo tratado filosófico… Todo lo contrario. Es tan divertida o más que la anterior, sobre todo por el recurso de las meta-referencias; algo muy “quemado” hoy en día en ficciones como, por ejemplo, “Padre de familia”, pero que en aquel entonces sacudía de risotadas toda la platea con sus guiños a “Parque Jurásico”, “Junga de Cristal 2” o “El imperio contraataca”.

Resumiendo: si bien es cierto que, a día de hoy, la propia Pixar está cayendo en la misma trampa que señalaba anteriormente, y abusando de las secuelas de las que hoy en día ya se pueden considerar como sus clásicos (y no, ni “Cars 2” ni “Buscando a Dory” son mejores que sus respectivas entregas anteriores), la época en la que se estrenó “Toy Story 2” fue maravillosa y seguía forjando el mito de un estudio que estaba dando el gran salto necesario entre el cine de animación y el de imagen real para crear un producto que fuese realmente “familiar” y no “infantiloide”. La sensación con cada película de la (hasta que se estrene la cuarta, en 2019) trilogía es que hay un rico universo propio que siempre te deja con ganas de más, y tanto es así que hay muchos ecos de las dos primeras entregas en producciones más recientes como “Mascotas” o “La fiesta de las salchichas”. Pero ninguna de ellas, aún entretenidas, superan la que nos ocupa. Quizá sea el factor humano que hay detrás. Algo que, esta vez sí, resulta muy paradójico por tanto en cuanto hablamos de una cinta de animación.

Memorable: las “tomas falsas” de los títulos de crédito, con el “Oloroso Pete” tirándose el rollo delante de un par de “Barbies”, asegurando que él tiene los contactos necesarios para conseguirles un papelito en la siguiente entrega. Antológico.

Mejorable: precisamente, que no se le de más cancha a la rubia más famosa de Mattel y su orgiástica fiesta de bikinis en la tienda de juguetes, secuencia que podía haber dado lugar a una película propia si se lo hubiesen propuesto.


Parafraseando: aunque el personaje de la vaquera Jessie me da mucha pereza (no me preguntéis por qué, es una manía personal), reconozco que la condenada me hace soltar siempre una  lagrimita: “Deja que lo adivine: Andy es un niño muy especial. Y para él tu eres su mejor amigo, su colega. Y cuando él juega contigo es como si… aunque no puedas moverte, sientes que estás vivo. Porque así es como él te ve”.

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