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miércoles, 15 de febrero de 2017

Crítica de "La ciudad de las estrellas (La La Land)" (2016)


Año: 2016. Escrita y dirigida por:: Damien Chazelle (“Whiplash”). Intérpretes: Emma Stone (la Gwen Stacy de “The Amazing Spider-Man”… ver crítica), Ryan Gosling (“Cruce de caminos”),  John Legend (músico ganador del Oscar junto a Common por el tema principal de la película “Selma”), Rosemarie DeWitt (el remake de “Poltergeist”), J.k. Simmons (ganador del Oscar por la citada “Whiplash” y futuro comisario Gordon de “Justice League”), Tom Everett Scott (el batería de “That thing you do!”). Presupuesto: 30 millones de dólares. Recaudación: 294 millones (hasta la fecha).

Premios: de momento, y entre muchos otros, se llevó a casa 7 Globos de Oro. Pero sin duda, su gran noche aún está por llegar, puesto que es la principal favorita en la próxima gala de los Oscar, con 14 nominaciones en las principales categorías. Un récord de candidaturas que hasta la fecha sólo habían conseguido “Eva al desnudo” (1950) y “Titanic” (1997).

Sinopsis: él es Sebastian Wilder, un pianista peleado con el mundo que aspira a devolver al jazz al lugar que se merece, y montar su propio club en el mismo lugar en el que sus referentes se convirtieron en leyenda. Ella es Mia Dolan, una actriz en ciernes y camarera a tiempo parcial, que tiene los zapatos gastados de recorrerse agencias de representación y cástings de series piloto que nunca llegarán a emitirse. Los dos están en un momento de sus vidas en en el que puede pasar cualquier cosa: o despegan hacia la gloria… o “despiertan” al mundo real y se convierten en ese tipo de personas que un día dirán: “Yo quería ser”… Ambos se conocerán en la mayor máquina de fabricar y destruir sueños del mundo: la ciudad de Los Ángeles.

Crítica: ”¿Cómo vas a ser revolucionario siendo tan conservador? Te aferras al pasado… pero el jazz habla del futuro”.  Me ha costado mucho hacer la reseña de “La la land”. Quizás porque ya se ha dicho mucho sobre ella. Y también se ha escrito. O quizás porque el crítico, ante el arte, se queda sin palabras. No sólo es una gran película, sino que es un ejercicio de virtuosismo sólo al alcance de quien lleva toda la vida practicando para ser el mejor en lo que hace. algo que, a priori, no se espera de alguien que prácticamente acaba de aterrizar en esto de hacer cine. Pero quizás no haga falta haberlo hecho para saber de lo que no habla. Y para amarlo. Algo que también sabe muy bien un Tarantino que como única escuela tuvo la televisión, los video-clubs y las sesiones dobles dominicales. “La la land” es una película que, como si de un Paulo Coelho cinéfilo se tratase, nos dice que el viaje no lo hace el destino, sino el propio camino en sí. Pero más allá de su historia, lo sorprendente del film es su forma de contarlo, con un ejercicio de estilo que hacía años que no veíamos, donde cada apartado de la película está sublimado por un acabado redondo que sólo podría haber conseguido un brillante director de orquesta empleado a fondo en mover la batuta de un lado al otro durante todo el concierto, acabando empapado tras la representación ante la paliza de matices que ha dispuesto para llegarte al corazón por todos los sentidos posibles. De la vista, por supuesto, con su gusto por el plano secuencia, su estilizada fotografía y su paleta multi-cromática. Del oído, sin duda, por su preciosista partitura y ese “leit motiv” principal al piano que seguirá en tu cabeza durante semanas. Incluso del tacto, no sólo por lo mucho del mismo que se ha tenido en cada uno de sus apartados, sino también por ese plano detalle de las manos buscándose en la oscuridad de la sala de cine, que prácticamente puedes llegar a sentir. Y del gusto y el olfato no hablemos. Del (buen) gusto que tienen todos los implicados en la realización y el (buen) sabor de boca que te queda cuando aparecen los títulos de crédito. Y del olfato que todos tenemos, seamos o no entendidos de la materia, en que esta película “huele” mucho a Oscar.

Resumiendo: el cine es un entretenimiento de masas. Se hacen películas para todo tipo de personas. De vez en cuando, también se hacen algunas para los propios actores, directores, guionistas… para todos aquellos que hacen y viven (lo lo pretenden) del séptimo arte. Películas para soñadores, vamos. Hace un par de años pasó también con “Birdman”, si bien aquella estaba más centrada en el teatro. Se daba la circunstancia de que en aquel entonces yo estaba sumido en la producción de un montaje sobre “Glengarry Glen Ross” de David Mamet. Terminé el visionado de la obra de Iñárritu extasiado, completamente desbordado por su rotundidad. Y me animé a recomendarla a todo el que pude, especialmente a los actores que en aquel momento estaban bajo mi mando en el citado montaje. Sin embargo, me topé con el crudo cliché que en este mundillo se cumple: el de la envidia y la soberbia, que tiende a mostrar indiferencia frente a lo que es elogiado por el común popular, con la esperanza de que la pose de estar “por encima” a un nivel artístico o intelectualoide te haga desistir de intentar emular aquello que adoras. Todo esto, para intentar explicar el halo de nostalgia que te deja la película de Chazelle, ejemplificado en la mirada cómplice de sus protagonistas al final del metraje. Porque los sueños que se cumplen, no tienen por qué gustar necesariamente a todo el mundo. Ni siquiera a uno mismo.

Memorable: el “revival” del final. ¿Hay una mejor manera de decir que la música es capaz de transportarte a otro lugar… incluso a otra vida? Y la secuencia de apertura; un derroche por todos los costados. ¿De qué? Pues de todo, joder. Que buena peli, la mires por donde la mires.

Mejorable: por ponerme en plan “gafapasta”, podría decir que lo de estructurar su narrativa en “estaciones”, y que cada una de ellas sirva como representación del momento emocional en el que se encuentran los protagonistas, es un guiño muy musical (por tanto en cuanto remite a piezas de música clásica que todos conocemos) pero también es demasiado evidente. Pero vamos… por decir algo.

Parafraseando: tanto Gosling como Stone están de Oscar, en una química absolutamente magistral, pero el entrañable perdedor al que encarna el primero es adorable, con frases para el recuerdo como la que sigue: “¿Por qué hablas como si la vida me tuviese contra las cuerdas? ¡Yo quiero estar contra las cuerdas! Estoy dejando que la vida me golpeé hasta que se canse. Entonces le golpearé yo”.

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