Año: 2016. Escrita y
dirigida por:: Damien Chazelle (“Whiplash”). Intérpretes: Emma Stone (la Gwen
Stacy de “The Amazing Spider-Man”… ver crítica), Ryan Gosling (“Cruce de
caminos”), John Legend (músico ganador
del Oscar junto a Common por el tema principal de la película “Selma”),
Rosemarie DeWitt (el remake de “Poltergeist”), J.k. Simmons (ganador del Oscar
por la citada “Whiplash” y futuro comisario Gordon de “Justice League”), Tom
Everett Scott (el batería de “That thing you do!”). Presupuesto: 30 millones de
dólares. Recaudación: 294 millones (hasta la fecha).
Premios: de
momento, y entre muchos otros, se llevó a casa 7 Globos de Oro. Pero sin duda,
su gran noche aún está por llegar, puesto que es la principal favorita en la
próxima gala de los Oscar, con 14 nominaciones en las principales categorías. Un
récord de candidaturas que hasta la fecha sólo habían conseguido “Eva al
desnudo” (1950) y “Titanic” (1997).
Sinopsis: él es
Sebastian Wilder, un pianista peleado con el mundo que aspira a devolver al
jazz al lugar que se merece, y montar su propio club en el mismo lugar en el
que sus referentes se convirtieron en leyenda. Ella es Mia Dolan, una actriz en
ciernes y camarera a tiempo parcial, que tiene los zapatos gastados de
recorrerse agencias de representación y cástings de series piloto que nunca
llegarán a emitirse. Los dos están en un momento de sus vidas en en el que
puede pasar cualquier cosa: o despegan hacia la gloria… o “despiertan” al mundo
real y se convierten en ese tipo de personas que un día dirán: “Yo quería ser”…
Ambos se conocerán en la mayor máquina de fabricar y destruir sueños del mundo:
la ciudad de Los Ángeles.
Crítica: ”¿Cómo vas
a ser revolucionario siendo tan conservador? Te aferras al pasado… pero el jazz
habla del futuro”. Me ha costado mucho
hacer la reseña de “La la land”. Quizás porque ya se ha dicho mucho sobre ella.
Y también se ha escrito. O quizás porque el crítico, ante el arte, se queda sin
palabras. No sólo es una gran película, sino que es un ejercicio de virtuosismo
sólo al alcance de quien lleva toda la vida practicando para ser el mejor en lo
que hace. algo que, a priori, no se espera de alguien que prácticamente acaba
de aterrizar en esto de hacer cine. Pero quizás no haga falta haberlo hecho
para saber de lo que no habla. Y para amarlo. Algo que también sabe muy bien un
Tarantino que como única escuela tuvo la televisión, los video-clubs y las sesiones
dobles dominicales. “La la land” es una película que, como si de un Paulo
Coelho cinéfilo se tratase, nos dice que el viaje no lo hace el destino, sino
el propio camino en sí. Pero más allá de su historia, lo sorprendente del film
es su forma de contarlo, con un ejercicio de estilo que hacía años que no
veíamos, donde cada apartado de la película está sublimado por un acabado
redondo que sólo podría haber conseguido un brillante director de orquesta empleado
a fondo en mover la batuta de un lado al otro durante todo el concierto,
acabando empapado tras la representación ante la paliza de matices que ha
dispuesto para llegarte al corazón por todos los sentidos posibles. De la
vista, por supuesto, con su gusto por el plano secuencia, su estilizada fotografía
y su paleta multi-cromática. Del oído, sin duda, por su preciosista partitura y
ese “leit motiv” principal al piano que seguirá en tu cabeza durante semanas. Incluso
del tacto, no sólo por lo mucho del mismo que se ha tenido en cada uno de sus
apartados, sino también por ese plano detalle de las manos buscándose en la
oscuridad de la sala de cine, que prácticamente puedes llegar a sentir. Y del
gusto y el olfato no hablemos. Del (buen) gusto que tienen todos los implicados
en la realización y el (buen) sabor de boca que te queda cuando aparecen los
títulos de crédito. Y del olfato que todos tenemos, seamos o no entendidos de
la materia, en que esta película “huele” mucho a Oscar.
Resumiendo: el
cine es un entretenimiento de masas. Se hacen películas para todo tipo de
personas. De vez en cuando, también se hacen algunas para los propios actores,
directores, guionistas… para todos aquellos que hacen y viven (lo lo pretenden)
del séptimo arte. Películas para soñadores, vamos. Hace un par de años pasó
también con “Birdman”, si bien aquella estaba más centrada en el teatro. Se daba
la circunstancia de que en aquel entonces yo estaba sumido en la producción de
un montaje sobre “Glengarry Glen Ross” de David Mamet. Terminé el visionado de
la obra de Iñárritu extasiado, completamente desbordado por su rotundidad. Y me
animé a recomendarla a todo el que pude, especialmente a los actores que en aquel
momento estaban bajo mi mando en el citado montaje. Sin embargo, me topé con el
crudo cliché que en este mundillo se cumple: el de la envidia y la soberbia,
que tiende a mostrar indiferencia frente a lo que es elogiado por el común
popular, con la esperanza de que la pose de estar “por encima” a un nivel
artístico o intelectualoide te haga desistir de intentar emular aquello que
adoras. Todo esto, para intentar explicar el halo de nostalgia que te deja la
película de Chazelle, ejemplificado en la mirada cómplice de sus protagonistas
al final del metraje. Porque los sueños que se cumplen, no tienen por qué
gustar necesariamente a todo el mundo. Ni siquiera a uno mismo.
Memorable: el “revival”
del final. ¿Hay una mejor manera de decir que la música es capaz de
transportarte a otro lugar… incluso a otra vida? Y la secuencia de apertura; un
derroche por todos los costados. ¿De qué? Pues de todo, joder. Que buena peli,
la mires por donde la mires.
Mejorable: por
ponerme en plan “gafapasta”, podría decir que lo de estructurar su narrativa en
“estaciones”, y que cada una de ellas sirva como representación del momento
emocional en el que se encuentran los protagonistas, es un guiño muy musical
(por tanto en cuanto remite a piezas de música clásica que todos conocemos)
pero también es demasiado evidente. Pero vamos… por decir algo.
Parafraseando: tanto
Gosling como Stone están de Oscar, en una química absolutamente magistral, pero
el entrañable perdedor al que encarna el primero es adorable, con frases para
el recuerdo como la que sigue: “¿Por qué hablas como si la vida me tuviese
contra las cuerdas? ¡Yo quiero estar contra las cuerdas! Estoy dejando que la
vida me golpeé hasta que se canse. Entonces le golpearé yo”.
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