Año: 2016. Director:
J.A. Bayona (“El orfanato”). Guión: Patrick Ness adaptando su propia novela, “A
Monster Calls”). Intérpretes: Lewis MacDougall (“Pan”), Sigourney Weaver
(“Alien, el octavo pasajero”), Felicity Jones (“La teoría del todo”… vercrítica), Liam Neeson (“Non Stop”), Toby Kebbell (“Warcraft”), Geraldine
Chaplin (“Lo imposible”). Presupuesto: 44 millones de dólares. Recaudación: 41
millones. Premios: es una de las grandes favoritas de cara a los próximos Goya,
con 12 nominaciones incluyendo Mejor Película, Director, Actriz de Reparto o
Guión adaptado, entre otros.
Sinopsis: Connor
es un niño fruto de una familia disfuncional que además afronta el doble peso
de sufrir bullying en su colegio y de estar a punto de perder a su madre por
una grave enfermedad. Pero hete aquí que un día aparece un monstruo en las
inmediaciones de su casa y le advierte que le va a contar tres historias. Después
de esto, el propio niño le deberá contar la suya, que será, según dice, “la
verdad”.
Crítica:
lamentablemente, no puedo hacer una crítica objetiva de esta película. Si hay
alguien que se haya quedado a leer lo que sigue después de tal arrebato de
sinceridad, intentaré daros los motivos. Acudí muy tarde a ver la cinta en
cines, ya que esperaba un momento propicio para acudir al pase junto a mi
madre, quien no es muy propensa a esto (creo que la última vez que acudió a un
cine fue para ver “La lista de Schindler” de Spielberg, con eso lo digo todo). Me
parecía lo más acertado, dado el cariz a priori de la historia y que el propio
Bayona había definido el trabajo como el broche a su “trilogía matriarcal”,
como él mismo bautizó a sus tres primeras películas. Bueno, todo dispuesto,
pues, para pegarse dos horas llorando en el cine, tal y como pronosticó mi
madre. En efecto, escuché algunos sollozos entre el patio de butacas, y mi
propia progenitora confesó que había echado alguna lagrimita durante el
visionado, pero la verdad es que no debió ser muy ostentosa, porque yo no la
percibí. Como decía al principio, acudí muy, muy tarde a ver la película, y eso
se traduce en que me comí un par de meses de bombardeo publicitario por parte
de Mediaset, que me destriparon toda la película y , por ende, me dibujaron en
la mente una idea bastante clara de lo que me iba a encontrar en la pantalla
grande, eliminando de este modo el factor sorpresa. Siempre he apoyado el uso
de las campañas publicitarias en nuestro cine, máxime cuando lo considero una
de nuestras grandes asignaturas pendientes, si realmente queremos algún día
hacerle mella al producto que importamos de Hollywood. En el caso que nos
ocupa, es incluso ejemplarizante. “Un monstruo viene a verme” ha arrasado en la
taquilla gracias, sobre todo (y aunque intenten vendernos lo contrario) al
respaldo de una cadena privada. En cambio, sin dicho apoyo, la propuesta de
Bayona ha sido un estrepitoso fracaso en USA. Y, para quienes lo justifiquen
aduciendo que en los “States” se la trae bien floja lo que aquí hagamos, vamos
a recordar que el estreno se produjo cuando ya se había hecho oficial la
contratación del realizador español para ponerse detrás de las cámaras de “Jurassic
World 2” (lo que es, empero, otra forma de publicitar su último trabajo, pues
suscitará el interés), y por ende, “Un monstruo…” es la película española menos
española de la historia. Ni un solo actor nacional campea por el metraje de la
propuesta, a menos que aceptemos que Geraldine Chaplin es patrimonio adoptado. En
fin, que el márketing influye mucho en la recaudación de un film, y quien
todavía no lo asuma puede dedicarse a otra cosa. No obstante, en según qué
casos, puede resultar contraproducente, y esto es lo que ha pasado, a mi
juicio, con la cinta que nos ocupa. Telecinco no sólo te atacaba con sucesivos
spots, sino que “empujaba” a las figuras más relevantes de su cadena para que
hablasen en sus respectivos programas de lo que les había aparecido el
visionado de la misma, llegando incluso a meter cámaras en las sesiones para
grabarles tirando de Kleenex. En todos los casos, se repetían las advertencias
de “Te hará llorar” y presuntas sesudas reflexiones sobre la vida que lo
proyectado había fagocitado en los susodichos. Unas “verdades de la vida” de
estas que puedes encontrar dentro de una galleta de la suerte china (al menos,
en las películas, porque en los restaurantes orientales de aquí, brillan por su
ausencia) y que las adolescentes utilizan para forrar su carpeta. Con esto, en
efecto, las dos horas de película que vi finalmente eran todo lo que esperaba
de ella, y no es una de esas cosas de las que disfrutes aunque conozcas sus
vericuetos. A pesar de esto, no puedo decir que lo filmado por J.A. Bayona haya
sido una mala película. Pero es que, a mi juicio, el famoso “monstruo”, que es
el elemento supuestamente llamativo de la propuesta, directamente me sobra. Es superfluo,
predecible en su retórica y acciones y distrae de los elementos verdaderamente
importantes de la historia. Todo lo relacionado con el árbol antropomórfico me
producía un sopor que me “sacaba” a rachas de la película, con lo que “introducirme”
de nuevo en ella me producía un esfuerzo extra que, para cuando llegaba, ya
habían pasado las secuencias de mayor peso emocional y volvía a estar Liam
Neeson bramando en pantalla grande. Y vuelta a empezar. Interminable.
Resumiendo: he
escuchado a otros críticos referencias de Bayona en éste, su último film, pero
ninguna alusión a “Big Fish”, que considero su precedente más obvio, no sólo
por temático sino por el uso de fantasía como evasión del dolor. Pero mientras
que en la de Tim Burton dicha vía de escape era un vehículo para contar una
historia con entidad propia, aquí sólo veo un regoedo innecesario y
autocomplaciente en el mismo. Aceptando que es un lance de la vida que todos
vamos a tener que pasar, ¿por qué ahondar en ello de esta manera? Pero en fin…
mi propia madre, protagonista sin quererlo de esta reseña, me ha confesado que
en ocasiones repasa fotos antiguas cuando tiene ganas de llorar. Supongo que es
el equivalente de escuchar cierto tipo de música en momentos de “bajón”, en mi
caso. Vista de este modo, quizás encuentres en “Un monstruo viene a verme”
aquella que buscas en su visionado. Porque es lo que te va a dar. Ni más ni
menos.
Memorable: el
epílogo donde se descubre que el monstruo es… bueno, mejor no lo digo por si
acaso. Pero, independientemente de que lo anticipes o no, es el típico recurso
que funciona por sí solo, sin necesidad de efectismo barato que redunde en él.
Mejorable: muchos
señalan las tres famosas historias que cuenta el monstruo como lo mejor del
film, aunque sólo sea por el hecho de pintar un poco de color en un metraje en
tonos bastantes oscuros y grises (me refiero ahora a la fotografía, que conste).
Sin embargo, a mí me parecieron innecesarios, como ya he señalado, y el hecho
de saber desde un principio el número de historias, me hacían revolverme en el
asiento cuando sabía lo que aún faltaba para la llegada de los títulos de
crédito.
Parafraseando:
aunque es de esos momentos hartamente explotados por los tráilers y
publicidades, el único pellizco en el corazón que realmente sentí fue cuando
acude al hospital tras pelearse en el colegio y la madre le dice: “Es
normal que estés enfadado. Yo también lo estoy. Y si tienes que romper cosas…
por Dios… rómpelas”.
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