Buscar este blog

miércoles, 15 de febrero de 2017

Crítica de "WHIPLASH" (2014)


Año: 2014. Escrita y dirigida por: Damien Chazelle (“La ciudad de las estrellas (La La Land)”… vercrítica). Intérpretes: Miles Teller (el nuevo Reed Richards de “Los 4 Fantásticos”), J.K. Simmons (el J. Jonah Jameson de la trilogía “Spider-Man”, de Sam Raimi), Melissa Benoist (“El viaje más largo”(, Austin Stowell (“Love and Honor”), Paul Reiser (“Aliens, el regreso”). Presupuesto: 3 millones de dólares. Recaudación: 33 millones. Premios: entre otros, ganó los Oscar a Mejor Montaje, Mejor Edición de Sonido y Mejor Actor de Reparto para J.K. Simmons, quien previamente había ganado también el Globo de Oro.

Sinopsis: el joven Andrew Newman entra en el Conservatorio de Música de Shepherd, en New York, donde tendrá que soportar los crueles métodos de enseñanza de Terence Fletcher, profesor de jazz con fama de llevar a sus alumnos hasta el límite para sacar lo mejor de sí mismos. Cuando de forma casi fortuita, Andrew entra en la banda de Fletcher como primer batería, su sueño acabará definitivamente convirtiéndose en pesadilla con accesos de ansiedad, depresión y rabia.

Crítica: todos los baterías están un poco locos. De esta afirmación, que los propios interesados ratifican cada vez que se les pregunta, nace “Whiplash”, una de las mejores películas del pasado año, un “thriller” en toda regla con giro final inesperado incluido, que te tiene pegado a la butaca desde el primer plano hasta el último, sudando a mares como mininguna otra cinta del género pueda hacerlo. El mérito de la propuesta es incontestable desde el mismo instante en que consigue hacer atractivo algo que, a priori, no lo parece. El esfuerzo de un chaval por llegar a ser el mejor tocando la batería, sufriendo la tiranía de un profesor demasiado exigente, podría haber sido un telefilm de sobremesa al uso. Lo mismo pasaba con “Cisne negro” (Darren Aronofsky, 2010), otra película cuya premisa me atraía más bien poco. La brutal y exagerada puesta en escena de ambos realizadores, que estiran y exprimen su proyecto hasta convertirlo en una suerte de duelo pugilístico a lo “Rocky Balboa”, hacen que el resultado final se eleve por encima de lo que en principio podría haber sido un drama de serie B, convirtiéndose en puro arte, uno de esos “tapados” con claro espíritu independiente que año tras año se van colando en lo mejor que puede exportar Hollywood; un descenso a los infiernos en toda regla (ojo a la fotografía, que misteriosamente no ha llamado tanto la atención como el resto de sus virtudes) con un descarnado retrato del sacrificio. El profesor al que brillantemente da vida J.K. Simmons disfrazado de Clint Eastwood en “El sargento de hierro”, se confiesa ante su alumno aseverando que las dos palabras más peligrosas en el mundo son: “Bien hecho”. Paradójicamente, no se me ocurre nada mejor que decir sobre “Whiplash”. Una película “bien hecha”.

Resumiendo: a pesar de estrenarse en nuestras salas cuando su éxito internacional ya era una constatación con grandes premios incluidos, pasó sin pena ni gloria en nuestra cartelera. Desde aquí, animo a todo aquel que tenga un poco de sensibilidad y buen gusto a que la recupere, aunque no tenga muchas expectativas sobre ella. Crecerán.

Memorable: (aviso de SPOILER) aunque toda la cinta en sí está llena de grandes secuencias (la discusión la reunión familiar, la bronca a los tres baterías cuando ninguno de ellos encuentra el tempo correcto, el apoteósico concierto final), imagino que no cabe duda que el gran instante de “Whiplash” es el accidente de tráfico y su posterior presentación en el escenario, cubierto de sangre.

Mejorable: los elogios llovieron sobre Simmons, un actor que ha visto cómo su carrera ha sufrido un espaldarazo tremendo a raíz de la cinta que nos ocupa, pero resulta cuanto menos cuestionable que no haya tantas alabanzas hacia Teller, quien soporta realmente todas y cada una de las escenas del film.


Parafraseando: después de haber tenido muchos “tira y afloja”, profesor y alumno se reencuentran en un club nocturno y llegan a un “entente cordiale”. El primero invita al segundo a un nuevo recital. Todo muy correcto. Hasta que se suben al escenario y el alumno descubre que no tiene las partituras de las piezas que van a tocar. Fletcher se acerca a él con una sonrisa y suelta la traca: “¿Te crees que soy idiota? Sé que fuiste tú”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario