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Me veo en la necesidad, una vez más, de recordaros que me la
trae al pairo quien gane “Gran Hermano”, tanto el de los anónimos como el VIP.
Ni me voy a llevar una parte del codiciado maletín ni aspiro a ser amigo ni
siquiera conocido de ninguno de los concursantes. Insisto: me da absolutamente
igual. Lo único que me interesa tanto del programa como de quienes participan
en él es lo que busco cada vez que enciendo la televisión, ya sea en un
reality, serie de ficción o las noticias de sobremesa: entretenimiento. Tan simple,
directo, y aveces difícil de conseguir como eso. Un objetivo que “GH” siempre
me había despertado, exceptuando la pasada versión de los anónimos, cuando a
falta de un mes más o menos para su conclusión decidí dejar de verlo (para ser
más exactos: cuando vi claro que la expulsada de la semana iba a ser Adara),
por tanto en cuanto lo que quedaba dentro de Guadalix difícilmente iba a hacer
que me emocionase de algún modo. No tengo nada contra “Naranjita la lía” y, de
hecho, era una de mis favoritas al principio de la emisión, pero ese odio
enfermizo que tuvo con Adara no sólo era injustificado, sino además nocivo para
ambas. No es obligatorio que cada año tenga que ganar aquel que se aísla del
grupo mayoritario (sin ir más lejos, en la pasada edición del VIP ganó Laura
Matamoros frente a Carlos Lozano), pero sí se agradece que, al menos, los ejes
más representativos de cada bando lleguen a la final, porque si no nos
encontramos con un descafeinado desenlace donde nada importa ya, porque sus
integrantes parecen estar en lago más parecido a unas vacaciones entre amigos
(experiencia que, ya puestos, me gusta más vivirla que verla por televisión).
Por todo ello, no me gustaría que Aída ni Alejandro salgan
este jueves de la casa. A no ser que con la presumible salida de la polemista
se de inicio a la “repesca” y ello de con Toño Snachís de nuevo dentro del
concurso. Cualquier otra cosa se me antoja como perjudicial, no sólo para mis
intereses, sino para el propio espacio en sí. Recordemos que hace apenas un par
de semanas sufríamos por la posible cancelación del VIP, con caídas en picado
de audiencia en cada emisión y con la defenestración del “Límite 48 horas”, que
definitivamente se queda fuera de la parrilla. Esto, por supuesto, y como he
dicho otras muchas veces, no implica que comulgue con todo lo que hacen o dicen
los susodichos Aída y Alejandro.. sobre todo en lo que respecta a la primera,
que tiene un don natural para sacar de quicio a la gente. “Ni jarto de vino”,
como se suele decir, me iría con ella a vivir encerrado en una casa (ni a tomar
un café siquiera), pero me divierte profundamente verla en pantalla, máxime
cuando consiguió despertar una convivencia aletargada e insufrible. Esto es de
destacar, pues creo que mucha gente de la que seguramente voten esta semana
para echar a alguien de Guadalix lo hagan pensando en el pasado de la colaboradora,
que salió a las primeras de cambio tanto de su “Gran Hermano” como del postrero
“Supervivientes”. En ambas ocasiones, yo también estaba por esa labor, pero no
creo que debamos tomarlo como santo y seña. No al menos en esta ocasión. Hemos de
ser justos y, sobre todo, coherentes con lo que estábamos viendo hasta su
llegada.
Y, de la misma manera que no juzgo como persona (o
personaje, si preferís) a Aída más allá de sus méritos o deméritos televisivos,
otro tanto me pasa con “el trío Cobra”, como he bautizado a Aless Gibaja,
Daniela Blume y Elettra Lamborgini. Nuevamente, tiremos un poco de eso que
tantas veces se echa en falta: la memoria. El “influencer” (o como se defina)
era un chico con armario monocromático que se pasaba los días diciendo cosas
como “consejito”, “super pink”, “siempre smile” y “ok doky”. Un tipo en
apariencia tan malvado como pudiese serlo un osito de peluche, que se
disfrazaba con pijamas de unicornio y que decía luchar contra las injusticias y
especialmente contra el “bullying” que él mismo había sufrido en el colegio. Y mira
tú por dónde que desde la llegada de Aída su comportamiento ha cambiado
ostensiblemente, hasta el punto de decirle cosas como: “Tienes 41 años y
quieres ser tener muchos hijos, pero no vas a encontrar a nadie que quiera
hacértelos”. Sí, ya sé que estaréis pensando que voy a soltar una parrafada en
contra de Gibaja a costa de estas declaraciones, altamente desafortunadas y que
agreden directamente a una cosa muy personal de una compañera. Pero… ¡no lo voy
a hacer! Éste Gibaja me encanta. Al otro era al que no soportaba. Una personalidad
así la quiero ver en pantalla, y por supuesto también quiero ver a la némesis
que le saca dicho carácter. ¿Qué es lo que vamos a conseguir si sale Aída esta
semana? ¿Qué vuelva a impregnarnos con sus “super consejitos”? ¿De verdad es lo
que queremos?
Seamos sensatos, por favor. Nunca he dicho que la Nízar deba
ganar este concurso ni creo que sea una postura que defienda en el futuro. Pero
su presencia en la casa, a día de hoy, es innegociable. De momento, ha
despertado el lado más oculto de gente que estaba muy en la sombra, como el
mencionado Gibaja, pero también Alyson Eckman o Marco Ferri. Todos ellos han
comprendido, cuanto menos, que les estaban “castigando” con la irrupción
inesperada de Aíza y, por tanto, debían hacer algo en consecuencia, bien fuese
estar a su lado o en contra, pero hacerlo de manera activa y no con la
languidez con la que estaban dejando que pasaran las semanas.
En fin, no sé qué más decir para haceros entender que hemos
ganado mucho con la llegada de Aída, y seríamos unos necios si la dejásemos
escapar. Ya lo hicimos con Toño Sanchís, imbuidos por una supuesta necesidad de
hacer justicia a favor de Belén Esteban que ni nos competía ni dio como
resultado algo bueno para el desarrollo del concurso. No nos equivoquemos otra
vez. Seguro que hay mejores oportunidades de volver a dar su escarmiento a Aída
Nízar. Pero no esta semana.
Y mañana, como siempre en Orgullo Fan… más y mejor.
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