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martes, 21 de marzo de 2017

Crítica de "EL TALENTO DE MR RIPLEY"


Año: 1999. Escrita y dirigida por: Anthony Minghella (“El paciente inglés”). Basada en: la novela del mismo nombre escrita por Patricia Highsmith en 1955. Intérpretes: Matt Damon (“La gran muralla”… ver crítica), Gwyneth Paltrow (ganadora del Oscar por “Shakespeare enamorado”), Jude Law (la serie de HBO “The Young Pope”), Philip Seymour Hoffman (ganador del Oscar por “Truman”),  Cate Blanchett (“Carol”), Jack Davenport (“Piratas del Caribe”), James Rebhorn (la serie “Homeland”).  Presupuesto: 40 millones de dólares. Recaudación: 128 millones. Premios: fue nominada a 5 premios Oscar, incluyendo Mejor Actor de Reparto (Law) y Mejor Guión Adaptado, sin conseguir finalmente ninguno.


Curiosidades: la novela de Highsmith ya había sido llevada previamente a la gran pantalla en 1960, en la película francesa “A pleno sol” (“Plein Soleil”, en el original), con Alain Delon interpretando el personaje de Ripley. Es la primera novela en la que aparece, de un total de cinco, publicadas entre 1955 y 1991. Otra novela de la saga, “Ripley´s Game”, también ha sido llevada un par de veces al cine: en 1977, bajo el título de “El amigo americano”, con Dennis Hopper como protagonista, y en 2002, bajo su título original, con John Malkovich como protagonista. Por último, “Ripley Under Ground” también se convirtió en película en 2005 con Barry Pepper interpretando el rol principal.


Sinopsis: Tom Ripley es un chico neoyorquino que malvive como puede y sueña con una vida mejor en la alta sociedad. Sin quererlo, la oportunidad se le presenta cuando, por error, los padres de Dickie Greenleaf le toman por un antiguo amigo de su hijo. El díscolo Dickie está pasando una larga temporada de vacaciones en un pequeño pueblo de Nápoles, en Italia, gástandose el dinero de la familia, y le ofrecen a Tom pagarle el viaje y un cheque de mil dólares si consigue convencerle de volver a casa. Tom accede a la petición, pero nada más llegar a Europa, cuenta a Dickie y a su novia, Marge, el propósito de sus progenitores, ideando entonces ambos una forma de seguir sacándoles dinero con falsas promesas y comenzando un truculento triángulo amistoso… y quién sabe si algo más.


Crítica: “Tommy, ¿por qué será que cuando dos hombres juegan siempre simulan que se matan?”. Excelente película tenemos hoy, una de mis debilidades preferidas, de obligada revisión y que me atrevería a señalar como una de las mejores de “serie negra” de las últimas décadas. Sobre si es mejor que la novela original (que también he leído) no me pronunciaré, si bien creo que al menos Minghella es más valiente a la hora de plasmar las personalidades de los protagonistas. En este sentido, el film es pegajoso y turbador como una noche etílica de verano. Hay algo realmente oscuro y culpable en la homosexualidad latente de Damon aquí, pero imposible negar el magnetismo que desprende un Law que era absolutamente desconocido en el momento de estrenarse esta película, un ser completamente primitivo que te atrae inevitablemente como podría hacerlo un agujero negro en medio del espacio, pero que te abandona cuando quiere y dejas de resultarle interesante. Ambos están sencillamente magistrales, creíbles y bien retratados en su poliédrica definición. Lo realmente “sucio” que tiene la cinta de Minghella es que nos hace ponernos en la piel de un tipo que no nos gusta. Un ser despreciable, mezquino, mentiroso y cobarde, atrapado en una huida hacia adelante donde es incapaz de detenerse a pesar de que en muchas ocasiones se le ponga la suerte de cara. Un monstruo, en definitiva. Pero, si bien en la serie “Dexter” había muchas formas de empatizar con un tipo tan frío, resbaladizo y de moral dudosa (empezando, obviamente, de que sólo matase a tipos peores que sí mismo), en esta película no se produce tal circunstancia. Considero todo un acierto que el guionista/realizador no recurra a la socorrida voz en off para mostrarnos los pensamientos del anti-héroe protagonista y se limite a mostrarnos sus acciones sin decantarse ni por condenarlo ni por elevarlo, lo que invariablemente nos convierte en cómplices de todo lo que Damon hace en la pantalla, y los espejos con los que el director juega en el metraje para mostrarnos las distintas caras del protagonista nos obligan a reflejarnos nosotros mismos y asumir que, de algún modo, queremos que todo acabe “bien” para Ripley, lo que nos lleva a salir del visionado del film con un nudo en el estómago que difícilmente nos dejará conciliar el sueño durante la noche.


Resumiendo: una de esas películas reivindicables, no ya sólo por lo atractivo de su premisa argumental, sino porque tiene otros alicientes (lo decadente, ya la vez hermoso, de su diseño de producción, o la banda sonora son buen ejemplo de ello) y que te invitan a viajar como pocas producciones lo hacen, entendiendo realmente que contar una historia debe suponer una travesía para el espectador, no ya sólo por lo que cuenta la propia película, sino por el interior de uno mismo. Y si encima consigue sacar cosas que uno ni siquiera sabía que llevaba dentro… pues ya ni te cuento. Sencillamente brillante. Vista, además, hoy en día, te hace lamentar el hecho de que ni Anthony Minghella ni el tan brillante como siempre Philip Seymour Hoffman, se encuentren ya entre nosotros, pues los dos nos dejaron prematuramente y nos privaron de su talento.


Memorable: la forma en que está representado el juego de mimetismo de Ripley, a base de primeros planos, estudiando a las personas que quiere “replicar”. La secuencia en el tren, que también está cargada de una sexualidad bastante elevada, o la “pillada” de Dickie en el primer viaje a Roma, cuando sorprende a Tom imitándole a medio vestir por toda la habitación del hotel, son sencillamente brutales.


Mejorable: si bien se entiende como más funcional que un elemento realmente imprescindible de la historia en todas sus apariciones, podríamos decir (por decir algo, que conste) que la forma en que el rol de Blanchett se siente atraído por el de Damon es demasiado abrupto. Tampoco se entiende que Ripley, siendo consciente desde el principio de su interés, le siga la corriente. Si bien, esto último, puede justificarse aduciendo que quería llevar su “transformación” hasta las últimas consecuencias.



Parafraseando: en un festival de jazz en San Remo, donde finalmente se desatará la tragedia, Greenleaf desenmascara finalmente a su compañero, entre risas y copas, y le hace confesar que en realidad no se conocieron en Princeton, ni tampoco tiene sus mismos gustos, sino que simplemente lo hizo para ganarse su simpatía. Ripley acaba con una significativa frase que no obstante Dickie ya no escucha porque ha encontrado otra cosa con la que entretenerse: “En realidad he aprendido a apreciar tu forma de vida… es como estar enamorado”.

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