Año: 2017. Productora:
Walt Disney Pictures. Director: Bill Condon (“La Saga Crepúsculo”). Intérpretes:
Emma Watson (Hermione Granger en “Harry Potter”), Dan Stevens (Matthew Crawley
en la serie británica “Downton Abbey”), Luke Evans (“Drácula: La leyenda jamás
contada”), Kevin Kline (“Un pez llamado Wanda”), Josh Gad (“Frozen”), Ewan McGregor
(pronto en la tercera temporada de “Fargo”), Stanley Tucci (“Transformers: La
era de la extinción”… ver crítica), Ian McKellen (Gandalf en “El Hobbit”… vercrítica), Emma Thompson (“Sentido y sensibilidad”). Presupuesto: 160 millones
de dólares. Recaudación: 379 millones (hasta la fecha).
Clásicos Disney:
como todos sabemos, es la adaptación en imagen real de la película de animación
del mismo nombre estrenada en 1991, que a su vez era una adaptación del cuento
de hadas homónimo de Jeanne-Marie Duprince Bautencort, del siglo XVIII. Ni es la
primera, ni tampoco será la última en esta nueva moda de llevar de nuevo a la
gran pantalla los clásicos de su factoría con actores de carne y hueso (o seres
creados por ordenador). Antes ya tuvimos a “Alicia en el País de las Maravillas”,
“Maléfica”, “Cenicienta” o “El libro de la selva” (ver crítica), y pronto llegarán “Dumbo”, “Mulan”, “Aladdin” o “La
sirenita”.
Sinopsis: la joven
Bella es un bicho raro en el pequeño pueblo donde reside: se pasa el día
leyendo y no acepta la proposición de casarse con Gastón, el soltero más
pretendido de la comunidad. Pronto, su vida cambia cuando su padre es atrapado
en un castillo donde eternamente reina el invierno, habitado por una grotesca
bestia y una corte de súbditos en forma de objetos animados, todos ellos presas
de un antiguo maleficio que les va haciendo poco a poco menos “humanos” de lo
que ya de por sí son. Bella accede a ocupar el lugar de su padre, y poco a
poco, la imagen que tiene de su captor irá cambiando al descubrir que la
belleza de éste… reside en su interior.
Crítica: Bueno,
pues… qué bonito todo, ¿no? Ya sabéis: nace una ilusión, tiemblan de emoción…
Pues va a ser que no. Debo confesar que no recuerdo haber visto la película
original de los noventa. No estoy seguro, no obstante. Si la vi, desde luego no
tengo muy presente el recuerdo de dónde, cuándo ni con quién. Y, sin embargo,
podría haberlo hecho, ya que en mi mente siempre he tenido muy claro la presentación,
el nudo y el desenlace de la historia. Y me sé las canciones, y le pongo nombre
al candelabro, etc. Vamos, que es una de esas películas (la original, digo) que
no te hace falta haber visto para “saber” que ya la has visto, bien sea porque
narra una historia sabida por todos o porque te la han hecho tragar a trozos
con el paso de los años y lo único que debes hacer es rellenar los huecos. Bueno,
pues algo así pasa con la versión en imagen real que se estrenó el pasado fin
de semana. Voy a ir más allá: durante los últimos meses, ante el revuelo causado
por el lanzamiento de sus primeros avances en forma de tráilers y el anuncio de
su magnífico elenco, me picó la curiosidad y estuve tentado varias veces de
repescar de algún modo la cinta de dibujos animados. Y luego pensé: “¿Para qué?”.
Efectivamente, una vez visto el largometraje de Bill Condon, queda patente que
nunca más hará falta ver su referente más directo, como si la Disney estuviese
torpedeándose a sí misma. No es ya sólo el hecho de que la historia sea la misma,
de que utilicen las mismas canciones, la misma escenografía, el mismo vestuario…
es que Condon lleva aquí esta nueva moda de “revisionados” a sus últimas
consecuencias, copiando plano a plano el film original. He de confesar que
estuve varias veces entretenido durante el pase de la película preguntándome
por qué aparecían dos guionistas acreditados en los títulos de crédito… y sobre
todo, preguntándome cuánto dinero habrían cobrado por lo que, a todos los
efectos, no es más que un “copia y pega” del metraje ya rodado en su día. Pero es
que, además, los añadidos de la nueva versión juegan en su contra. Las nuevas
canciones no hacen sino convertir la película, en un musical en toda regla, lo
que echará para atrás a todo aquel que no claudique con el género. Además, la
media hora de metraje extra no sirve para que veamos realmente la química entre
quienes deberían ser sus protagonistas, por lo que el famoso desenlace en torno
a la supuesta verdad de que la belleza está en el interior se antoja como una
frase sacada de una galleta de la suerte china, del todo inverosímil. Para más
inri, los secundarios “animados” como el reloj, el “candelero” (parafraseando
al revés a la gran Sofía Mazagatos) y etc, pierden expresividad en su paso por
los CGI, y… ¿soy yo o la fotografía de la película es demasiado “oscura”? Sí,
habrá quien me justifique esto por el rollo de la maldición y demás, pero para
mí no tienen excusa. La cinta original, independientemente de que la haya visto
en algún momento y la recuerde o no, era una luminosa adaptación de un cuento
de hadas tradicional. La nueva encarnación en imagen real es un
incomprensiblemente oscuro plagio de dicha cinta. Un tiro en el pie de la
Disney en toda regla.
Resumiendo: hace
un par de semanas, tomando cervezas con un amigo, me comentó que había tenido
la feliz idea de ponerle a sus hijas otro clásico de Disney (en este caso, “El
rey león”) durante un domingo por la tarde. La broma le había costado tener que
tragarse cuatro veces en bucle las aventuras de Simba y compañía, pues sus
pequeñas no se cansaban de verla, a pesar de que sabían ya todo lo que pasaba. Sobre
ese principio se han basado los ejecutivos de la Disney. A los retoños de la
casa no les importa volver a ver lo mismo una vez, y otra, y otra… La cosa es,
que quien compra las entradas y las palomitas son los padres. Pero bueno…
mientras la caja registradora siga sonando, ¿qué más da? “La Bella y la Bestia”
no ha hecho sino hacer aún más grande aquella “Alicia…” de Tim Burton, que era
una “conversión” de su clásico precedente, pero
a la par era desconcertantemente original. La fórmula, no obstante, con
la lluvia de millones, la ha depurado la propia Disney para que sea más… “manufacturable”.
Y a la vista está. Ya lo dice la propia Bella: “¿Se puede ser feliz si no se es
libre?”
Memorable: la
lista de actores que participan en el proyecto. En cualquier otra producción, y
con el mismo elenco de actores, su sóla presencia ya justificaría la puesta en
marcha de cualquier película. No obstante, y teniendo en cuenta que la mayoría
de nosotros veremos la cinta en su versión doblada al castellano… lo que vais a
disfrutar de la presencia de muchos de ellos tal y como les conocéis, se limita
a un par de minutos. Inclusive, a la mayoría os costará reconocerlos cuando
llegue el momento, con esas pelucas y esos atavíos.
Mejorable: la
polémica que ha suscitado la cacareada inclusión del primer personaje
abiertamente gay en una película de Disney se convierte en una mala broma (para
algunos) tras el visionado de la cinta, por tanto en cuanto dicha condición
sexual es más un objeto de burla que una reivindicación de la libertad de
elección sexual en sí misma. No creo yo, sin embargo, que el tono general de la
película diese para otra cosa que no fuese lo que tenemos. Va acorde con el
resto de elementos un tanto “infantiloides”. Mejores ocasiones habrá (en todos
los sentidos) para darle su sitio al colectivo dentro de la industria del
entretenimiento.
Curiosidades:
Warner Bros llevaba años desarrollando una adaptación en imagen real del cuento
original, con Guillermo del Toro como realizador (cuando se encontraba en la
producción de “Pacific Rim”) y con Watson como protagonista (cuando ella
estrenaba la última entrega de “Harry Potter y las Reliquias de la muerte”). Finalmente,
el proyecto se canceló cuando Disney anunció que haría la adaptación en imagen
real de su película de dibujos, algo con lo que dudosamente iban a poder
competir. De forma un tanto extraña para los estándares de Hollywood, la
factoría del ratón Mickey siguió contando con la actriz como protagonista ideal
del proyecto, si bien Del Toro se desmarcó pronto del mismo, aduciendo que su
idea sobre la película era mucho más oscura y barroca de lo que habría sido con
Disney.
Parafraseando: al
margen de estériles polémicas y rasgaduras de vestimentas fuera de tono, la
pareja formada por Gastón y su escudero son un dúo cómico muy agradecida dentro
del tono encorsetado del resto del metraje. Me estuve riendo un buen rato con
la forma en que su Sancho Panza tiene de tranquilizar a su amo: “¡Gastón,
alto! Respira… piensa en cosas bonitas: como la guerra… sangre… explosiones…
montones de viudas” “Viudas…” “Sí, sí… eso es”.
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