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lunes, 27 de marzo de 2017

Crítica de "GOLD" (2017)


Año: 2017. Dirigida por: Stephen Gaghan (guionista de “Traffic”, por la que ganó el Oscar). Intérpretes: Matthew McConaughey (ganador del Oscar por “Dallas Buyers Club”… ver crítica), Édgar Ramírez (“Point Break”), Bryce Dallas Howard (“El bosque”… ver crítica), Joshua Harto (“Iron Man”), Timothy Simons (Jonah Ryan en la serie de HBO “Veep”), Corey Stoll (el congresista Peter Russo de “House of cards”), Toby Kebbell (“Kong: La Isla Calavera”… ver crítica), Bruce Greenwood (el Capitán Christopher Pike en “Star Trek” y “Star Trek II”), Stacy Keach (“American History X”), Rachel Taylor (Trish Walker en la serie “Jessica Jones”),  Craig T. Nelson (“Poltergeist”). Presupuesto: 20 millones de dólares. Recaudación: 9,3 millones.


La realidad: aunque se han alterado nombres y datos de los hechos verídicos, la película ficciona uno de los mayores escándalos del mercado de valores acaecido en 1993 y que tuvo al CEO de “BRE X”, David Walsh, como protagonista… no se sabe si voluntario o involuntario. Para llegar los huecos que el desenlace de la película deja (aviso de posible SPOILER), el auténtico Walsh falleció en 1998 víctima de un aparente aneurisma, en su casa de lujo de las Bahamas. Esto es, cinco años después de los acontecimientos narrados aquí. Saquen sus propias conclusiones, pues.


Sinopsis: Kenny Wells es un “looser” nato, que heredó una deficitaria empresa y pasión por los minerales de manos de su padre, y sigue intentando realizar el sueño de ambos pese a que hace tiempo debió darse por vencido. En su último intento por conseguir el éxito, Wells viaja hasta Indonesia para hacer un trato con Michael Acosta, un experto que está convencido de saber la ubicación exacta de una increíble mina de oro, si bien le faltan los medios económicos para comenzar la extracción. Depositando toda su fe en esa última bala, Wells pone en riesgo lo que le queda de dinero, reputación y salud… y semanas después el milagro se produce cuando las primeras batidas obtienen su fruto. Comenzará entonces una auténtica batalla entre bancos, accionistas de Wall Street y demás carroñeros ppor hacerse con una parte del pastel, que será de hecho la mayor aventura a la que se haya enfrentado en su vida.


Crítica: debo reconocer que el pelo de McConaughey me distrajo bastante durante el visionado de la cinta. Sé que parece algo pueril, pero al mismo tiempo ejemplifica que lo que acontecía en pantalla permitía este tipo de disquisiciones personales, con lo que el interés aparecía y desaparecía tal y como si de un niño caprichoso jugando con un interruptor se tratase. Yo lo perdí hace tiempo (sí, el pelo, digo), así que siempre me pregunto qué lleva a alguien como el bueno de Matthew, que sigue luciendo una pelambrera excelente a su edad, a caracterizarse de la forma en la que lo hace en la película. Estaréis pensando, claro, que es una exigencia del guión para parecerse a la persona real que retrata. Pobres ilusos. No, a pesar de estar basada en hechos reales, el guión los “ficciona” para no entrar en problemas legales y, sobre todo, para hacer más interesante la propuesta. Además, el tío es productor de la peli, así que puede hacer lo que quiera. No, amigos. El verdadero motivo de que McConaughey luzca esa calva es la búsqueda, paradójica en este caso, del “oro”. Del reluciente metal dorado en que se bañan las estatuillas de los Oscar. Lo sabemos bien: a los académicos les impresiona mucho que un intérprete (independientemente de su género) se deje cambiar las facciones de manera significativa. Sobre todo, en el caso de aquellos actores o actrices más agraciados físicamente, como si el espejismo de lucir siempre aparentemente perfecto fuese óbice para tener cualidades interpretativas. El propio Matthew lo sabe por experiencia propia y ese aspecto demacrado que lució en “Dallas Buyers Club”. Quizás penséis que estoy dedicándole demasiadas líneas al tema capilar, pero en absoluto. Sirve como metáfora de una película concebida en todos sus aspectos para agradar a los académicos en un imposible cruce entre “El lobo de Wall Street” y “La gran estafa americana” (de cárcel es lo del tipo al que se le ha ocurrido el epígrafe “La gran estafa” para su estreno en España), y a la que se le ven tan claras las intenciones que termina defraudando por tanto en cuanto nunca llega a la altura de las mencionadas arriba. Le falta el brío de Scorsese en lo narrativo y la caracterización decadente de sus personajes en el caso de David O. Russell, respectivamente, para suponer un calado sobresaliente en lo que, por otro lado, no deja de ser un pasatiempo la mar de entretenido (con sus intermitencias, como señalaba al principio). Pero ciertamente el film llega a perderse en subtramas que no conducen a ningún sitio con personajes que no son para nada entretenidos de por sí… y luego dibuja con cierta ñoñería a sus protagonistas, en unas bucólicas e idealizadas relaciones entre McConaughey/Howard y McConaughey/Ramírez que nunca terminan de resultar creíbles. Ni se entiende el aparente final feliz en el caso de la primera, ni pasan el suficientemente tiempo juntos “confesándose” (en el caso de la segunda) como para entender el por qué no se mandan los unos a los otros un poquito a la mierda en según qué momentos álgidos del metraje. Y a todo esto, se le suma el cráneo pelado de McConaughey. Que como decía al principio, puede parecer una gilipollez, pero es que muy a menudo una cara bonita te salva una historia. Para ver un calvo, ya tengo espejos en casa. Y no necesariamente para mirarme de frente.


Resumiendo: bien es cierto finalizar esta reseña señalando que hay un consenso (no sé si crítico, pero sí cada vez más generalizado) en pensar que hay dos tipos de películas, en esa nueva etiqueta que se ha creado desde hace unos años y que identifica cierto tipo de producciones como “para adultos” (pero sin que tenga que haber gente en pantalla practicando sexo… aunque se agradezca): películas que optan a premio… y películas que no optan a nada. Y si la que toca es de estas últimas, se da por hecho que es (hablando en plata y con perdón, aunque bueno… a estas alturas…) una “mierda”. No es el caso de la mayoría, como tampoco lo es en el de “Gold”, una película que adolece de cierta locura en alguno de sus elementos para convertirse en una experiencia realmente excitante, pero que sin embargo cuenta con mimbres suficientes como para vadear las caudalosas aguas de un río en medio de un paisaje paradisíaco.


Memorable: las partes de aventura que atesora el metraje, y el incierto final del personaje de Ramírez, sin duda el gran “tapado” de una propuesta concebida para el lucimiento de su principal protagonista. También, el uso de temas musicales de la época: joyitas nada comerciales que denotan eclecticismo gustativo.

Mejorable: pues precisamente, la poca cancha que se le da a algunos de los secundarios. Y el encuentro final entre la pareja protagonista, a modo de “happy ending”, que no tiene mucha concordancia con la anterior vez que vimos a Dallas Howard en la pantalla. O hubo algo de por medio que se quedó en la sala de montaje o falta un plano, un gesto, una línea de diálogo que nos haga plausible su aceptación del “regreso” sin cortapisas.


Curiosidades: los realizadores Michael Mann o Spike Lee estuvieron trabajando previamente en el proyecto antes de la incorporación de Gaghan. De igual modo, Christian Bale pudo ser el eventual protagonista, y Michelle Williams su esposa en la ficción, si bien amobs abandonaron el barco dejando su puesto a McConaughey y Dallas Howard, respectivamente. McConaughey, de hecho, es además productor ejecutivo de la cinta. Señalemos, por último, que “Gold” tuvo un estremo limitado el 30 de diciembre del pasado 2016, lo que ya le valía para entrar en la terna de aspirantes al Oscar (que finalmente no llegaron, ni siquiera en forma de nominaciones), para pasar después a un estreno más amplio en 2017. Algo similar a lo que ocurrió en nuestro país, cuyo estreno se fechó en marzo para poder aprovecharse de una presumible ceremonia de los premios de la Academia donde podría “caerle” algo.    


Parafraseando: los abogados de Kenny intentan hacer que éste firme un acuerdo con uno de sus principales competidores para vender la explotación minera a cambio de 300 millones de dólares… pero a costa, lógicamente, de sacarles a él y a su socio de la propiedad. Wells les da una respuesta bastante gráfica: “¿Ves estas manos? Son las manos de mi padre. He arañado la tierra con ellas. He cavado con ellas. Y voy a enterrarte con ellas. Y ahora, ve y dile al hijoputa de Mark Hancock que trabaja para mí. ¡Es mi púto día! Mí… día”.

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