Año: 2017. Dirigida por:
Stephen Gaghan (guionista de “Traffic”, por la que ganó el Oscar). Intérpretes:
Matthew McConaughey (ganador del Oscar por “Dallas Buyers Club”… ver crítica), Édgar
Ramírez (“Point Break”), Bryce Dallas Howard (“El bosque”… ver crítica), Joshua
Harto (“Iron Man”), Timothy Simons (Jonah Ryan en la serie de HBO “Veep”), Corey
Stoll (el congresista Peter Russo de “House of cards”), Toby Kebbell (“Kong: La
Isla Calavera”… ver crítica), Bruce Greenwood (el Capitán Christopher Pike en “Star
Trek” y “Star Trek II”), Stacy Keach (“American History X”), Rachel Taylor (Trish
Walker en la serie “Jessica Jones”), Craig
T. Nelson (“Poltergeist”). Presupuesto: 20 millones de dólares. Recaudación:
9,3 millones.
La realidad: aunque
se han alterado nombres y datos de los hechos verídicos, la película ficciona
uno de los mayores escándalos del mercado de valores acaecido en 1993 y que
tuvo al CEO de “BRE X”, David Walsh, como protagonista… no se sabe si
voluntario o involuntario. Para llegar los huecos que el desenlace de la
película deja (aviso de posible SPOILER), el auténtico Walsh falleció en 1998
víctima de un aparente aneurisma, en su casa de lujo de las Bahamas. Esto es,
cinco años después de los acontecimientos narrados aquí. Saquen sus propias
conclusiones, pues.
Sinopsis: Kenny
Wells es un “looser” nato, que heredó una deficitaria empresa y pasión por los
minerales de manos de su padre, y sigue intentando realizar el sueño de ambos
pese a que hace tiempo debió darse por vencido. En su último intento por
conseguir el éxito, Wells viaja hasta Indonesia para hacer un trato con Michael
Acosta, un experto que está convencido de saber la ubicación exacta de una
increíble mina de oro, si bien le faltan los medios económicos para comenzar la
extracción. Depositando toda su fe en esa última bala, Wells pone en riesgo lo
que le queda de dinero, reputación y salud… y semanas después el milagro se
produce cuando las primeras batidas obtienen su fruto. Comenzará entonces una
auténtica batalla entre bancos, accionistas de Wall Street y demás carroñeros
ppor hacerse con una parte del pastel, que será de hecho la mayor aventura a la
que se haya enfrentado en su vida.
Crítica: debo
reconocer que el pelo de McConaughey me distrajo bastante durante el visionado
de la cinta. Sé que parece algo pueril, pero al mismo tiempo ejemplifica que lo
que acontecía en pantalla permitía este tipo de disquisiciones personales, con
lo que el interés aparecía y desaparecía tal y como si de un niño caprichoso
jugando con un interruptor se tratase. Yo lo perdí hace tiempo (sí, el pelo,
digo), así que siempre me pregunto qué lleva a alguien como el bueno de
Matthew, que sigue luciendo una pelambrera excelente a su edad, a
caracterizarse de la forma en la que lo hace en la película. Estaréis pensando,
claro, que es una exigencia del guión para parecerse a la persona real que
retrata. Pobres ilusos. No, a pesar de estar basada en hechos reales, el guión
los “ficciona” para no entrar en problemas legales y, sobre todo, para hacer
más interesante la propuesta. Además, el tío es productor de la peli, así que
puede hacer lo que quiera. No, amigos. El verdadero motivo de que McConaughey
luzca esa calva es la búsqueda, paradójica en este caso, del “oro”. Del reluciente
metal dorado en que se bañan las estatuillas de los Oscar. Lo sabemos bien: a
los académicos les impresiona mucho que un intérprete (independientemente de su
género) se deje cambiar las facciones de manera significativa. Sobre todo, en
el caso de aquellos actores o actrices más agraciados físicamente, como si el
espejismo de lucir siempre aparentemente perfecto fuese óbice para tener
cualidades interpretativas. El propio Matthew lo sabe por experiencia propia y
ese aspecto demacrado que lució en “Dallas Buyers Club”. Quizás penséis que
estoy dedicándole demasiadas líneas al tema capilar, pero en absoluto. Sirve como
metáfora de una película concebida en todos sus aspectos para agradar a los
académicos en un imposible cruce entre “El lobo de Wall Street” y “La gran
estafa americana” (de cárcel es lo del tipo al que se le ha ocurrido el
epígrafe “La gran estafa” para su estreno en España), y a la que se le ven tan
claras las intenciones que termina defraudando por tanto en cuanto nunca llega
a la altura de las mencionadas arriba. Le falta el brío de Scorsese en lo
narrativo y la caracterización decadente de sus personajes en el caso de David
O. Russell, respectivamente, para suponer un calado sobresaliente en lo que,
por otro lado, no deja de ser un pasatiempo la mar de entretenido (con sus
intermitencias, como señalaba al principio). Pero ciertamente el film llega a
perderse en subtramas que no conducen a ningún sitio con personajes que no son
para nada entretenidos de por sí… y luego dibuja con cierta ñoñería a sus
protagonistas, en unas bucólicas e idealizadas relaciones entre McConaughey/Howard
y McConaughey/Ramírez que nunca terminan de resultar creíbles. Ni se entiende
el aparente final feliz en el caso de la primera, ni pasan el suficientemente
tiempo juntos “confesándose” (en el caso de la segunda) como para entender el
por qué no se mandan los unos a los otros un poquito a la mierda en según qué
momentos álgidos del metraje. Y a todo esto, se le suma el cráneo pelado de
McConaughey. Que como decía al principio, puede parecer una gilipollez, pero es
que muy a menudo una cara bonita te salva una historia. Para ver un calvo, ya
tengo espejos en casa. Y no necesariamente para mirarme de frente.
Resumiendo: bien
es cierto finalizar esta reseña señalando que hay un consenso (no sé si
crítico, pero sí cada vez más generalizado) en pensar que hay dos tipos de
películas, en esa nueva etiqueta que se ha creado desde hace unos años y que
identifica cierto tipo de producciones como “para adultos” (pero sin que tenga
que haber gente en pantalla practicando sexo… aunque se agradezca): películas
que optan a premio… y películas que no optan a nada. Y si la que toca es de
estas últimas, se da por hecho que es (hablando en plata y con perdón, aunque
bueno… a estas alturas…) una “mierda”. No es el caso de la mayoría, como
tampoco lo es en el de “Gold”, una película que adolece de cierta locura en
alguno de sus elementos para convertirse en una experiencia realmente
excitante, pero que sin embargo cuenta con mimbres suficientes como para vadear
las caudalosas aguas de un río en medio de un paisaje paradisíaco.
Memorable: las
partes de aventura que atesora el metraje, y el incierto final del personaje de
Ramírez, sin duda el gran “tapado” de una propuesta concebida para el
lucimiento de su principal protagonista. También, el uso de temas musicales de
la época: joyitas nada comerciales que denotan eclecticismo gustativo.
Mejorable: pues
precisamente, la poca cancha que se le da a algunos de los secundarios. Y el
encuentro final entre la pareja protagonista, a modo de “happy ending”, que no
tiene mucha concordancia con la anterior vez que vimos a Dallas Howard en la
pantalla. O hubo algo de por medio que se quedó en la sala de montaje o falta
un plano, un gesto, una línea de diálogo que nos haga plausible su aceptación
del “regreso” sin cortapisas.
Curiosidades: los
realizadores Michael Mann o Spike Lee estuvieron trabajando previamente en el
proyecto antes de la incorporación de Gaghan. De igual modo, Christian Bale
pudo ser el eventual protagonista, y Michelle Williams su esposa en la ficción,
si bien amobs abandonaron el barco dejando su puesto a McConaughey y Dallas
Howard, respectivamente. McConaughey, de hecho, es además productor ejecutivo
de la cinta. Señalemos, por último, que “Gold” tuvo un estremo limitado el 30
de diciembre del pasado 2016, lo que ya le valía para entrar en la terna de
aspirantes al Oscar (que finalmente no llegaron, ni siquiera en forma de
nominaciones), para pasar después a un estreno más amplio en 2017. Algo similar
a lo que ocurrió en nuestro país, cuyo estreno se fechó en marzo para poder
aprovecharse de una presumible ceremonia de los premios de la Academia donde
podría “caerle” algo.
Parafraseando:
los abogados de Kenny intentan hacer que éste firme un acuerdo con uno de sus
principales competidores para vender la explotación minera a cambio de 300
millones de dólares… pero a costa, lógicamente, de sacarles a él y a su socio
de la propiedad. Wells les da una respuesta bastante gráfica: “¿Ves
estas manos? Son las manos de mi padre. He arañado la tierra con ellas. He cavado
con ellas. Y voy a enterrarte con ellas. Y ahora, ve y dile al hijoputa de Mark
Hancock que trabaja para mí. ¡Es mi púto día! Mí… día”.
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