Año: 2008. Escrita y
dirigida por: Guillermo del Toro (“Mimic”). Basada: en el personaje creado por
Mike Mignola. Intérpretes: Ron Perlman (actualmente, en la serie “Hand of
God”), Selma Blair (“Una rubia muy legal”), Luke Goss (“Death Race 2”), Thomas
Kretschmann (“Stalingrado”), Doug Jones (“Los amos del barrio”), Anna Walton
(“Vampire Diary”), Jeffrey Tambor (“Algo pasa con Mary”), John Hurt
(“Hércules”). Presupuesto: 85 millones de dólares. Recaudación: 160 millones.
Franquicia: lógicamente,
es la secuela de “Hellboy”, estrenada en 2004 (ver crítica), y los responsables
siempre han valorado la posibilidad de completar una trilogía sobre el
personaje de Mignola. Parece ser que Del Toro quería iniciar su producción este
año con vistas a su estreno en 2018, donde cumpliría una década desde el
estreno de la película que nos ocupa, pero no se ha llegado a un acuerdo en
este sentido y ahora más que nunca se duda que finalmente lleguemos a ver una
tercera entrega.
Sinopsis: Tras la
ruptura de un acuerdo milenario entre la humanidad y los poderes invisibles de
un mundo fantástico, el infierno en la Tierra está cada vez más cerca. Un líder
despiadado, que se maneja tanto en el mundo de los humanos como en el de las
criaturas, decide traicionar a sus ancestros, y despierta a un ejército
imparable de criaturas diabólicas. Ahora, en este momento de debilidad, el
superhéroe más duro deberá combatir contra el imparable líder y su ejército. Es
rojo, caliente e incomprendido… es Hellboy (Ron Perlman). Junto a su equipo
habitual de la Agencia de Investigación y Defensa Paranormal, la piroquinética
Liz Sherman (Selma Blair) y el anfibio Abe Sapien (Doug Jones), y contando esta
vez con el protoplásmico y místico Johann Kraus, Hellboy viajará entre los dos
mundos, haciendo frente a las versiones corpóreas de los seres invocados desde
el mundo de fantasía. Hellboy, que pertenece a los dos mundos, deberá elegir
entre la vida que conoce y el desconocido destino que le reclama.
Crítica: “No voy
a matarle. Pero voy a partirle la cara”. Un gigantesco dios del bosque es
abatido por Hellboy de un disparo en la cabeza y su sangre derramada va
haciendo crecer jardines a su paso. Es el momento más propiamente “Guillermo
del Toro marca registrada” de la secuela del diablo rojo creado por Mike
Mignola. Tras rodar la que todos aplauden como su obra maestra, “El laberinto
del Fauno” (cosa con la que discrepo, por cierto), Del Toro regresaba al
personaje más seguro de sí mismo y de su concepción visual, pero teniendo que
contar con una “major”, Universal Pictures, tras los problemas financieros de
Revolution, pequeña prouctora que sin duda le permitiría mayor control de la
cinta. Una curiosa mezcla de sensaciones encontradas (la obligación de firmar
un “blockbuster” pero la convincente intención de ser fiel a sí mismo), que se
traduce en una continuación un tanto inferior a su antecesora, un cruce entre
“Harry Potter” y “La Momia”, con algo de “Men In Black” y “Cazafantasmas”,
donde el amor y el espíritu naif se manufacturan dentro de una puesta en escena
sobre-expuesta, con criaturas de todos los tipos y tamaños inundando la
pantalla: hadas, elfos, goblins, el mercado de los trolls… y un ente
ectoplasmático alemán que responde al nombre de Johann Kraus y que en la
versión original tenía la voz de Seth MacFarlane (el creador de “Padre de
Familia” y “Ted”), pero que en España adquirió las cuerdas vocales de Santiago
Segura, “amiguete” del realizador mexicano y que se conformó en esta ocasión
con la labor de doblaje en lugar del socorrido “cameo” que habitualmente
frecuenta, al menos en las cintas más comerciales de Del Todo. O sea, que
sustituimos “profundidad” y caracterización de los personajes por una mayor
espectacularidad, cosa que no suele ser bueno, por lo menos en lo que respecta a
los valores artísticos de un film. Eso sí, en taquilla hizo bastantes más
millones que su predecesora, aunque paradójicamente, “Hellboy 2” también vino a
confirmar que el personaje no es un rompe-taquillas por mucho disfraz de gran
producción que le pongan. Eso debería hacer recapacitar a sus responsables y
ofrecernos, en la hipotética tercera entrega que debería cerrar una agradable
trilogía, la vertiente más oscura, adulta y “sucia” del anti-héroe de Dark
Horse, que es a fin de cuentas en el terreno donde una criatura como ésta se
siente más cómoda. Los chistes para toda la familia dejémoslos para las
Tortugas Ninja.
Resumiendo: como
también los genios se permiten algún capricho de cuando en cuando, Guillermo
del Toro en su regreso a Hollywood tras el segundo intervalo de su “aventura
española”, claudica ante la versión más “mainstream” de su cine para hacer de
“Hellboy” el héroe más grande de todos los tiempos. El problema es que quizás
no lo sea… ni pretenda serlo. El resultado pues es más grande, más ampuloso y
más “recomendable” (nótense las comillas) que la primera entrega, pero a la vez
también tiene un nudo narrativo más flojo y se antoja como algo más impersonal.
Un notable, vamos. Pero todos queríamos el sobresaliente.
Memorable: la
infinita imaginería visual de su máximo responsable y el prólogo que
afortunadamente recupera el rol de John Hurt y presenta a un Hellboy de niño
escuchando un cuento que presenta la historia y que se nos muestra en un corto
animado que podría firmar el mismísimo Tim Burton.
Mejorable:
sorprendentemente, el giro de la ambientación hacia la magia en detrimento de
los nazis, amén del mayor protagonismo de Abe Sapiens (algo que reclamábamos
todos) no se produce de forma tan satisfactoria como se esperaba.
Parafraseando: la
profecía de un “ángel de la muerte”, y las declaraciones de Ron Perlman
hablando sobre el épico y apocalíptico final que Del Toro tiene pensado para
cerrar su versión del personaje, junto a las últimas palabras del príncipe
elfo, nos ponen los dientes largos a la espera de que finalmente podamos ver un
“Hellboy 3”: “Los humanos se cansarán de ti. Se alzarán en tu contra. Son ellos o
nosotros. ¿Qué holocausto deberías escoger?”
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