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domingo, 9 de abril de 2017

Crítica de "NADIE CONOCE A NADIE" (1999)


Año: 1999. Escrita y dirigida por: Mateo Gil (“Proyecto Lázaro”). Basada en: la novela homónima de Juan Bonilla publicada en 1996. Música: Alejandro Amenabar. Intérpretes: Eduardo Noriega (“Abre los ojos”), Jordi Mollá (“La buena estrella), Natalia Verbeke (posteriormente, coprotagonista de la serie “Doctor Mateo”), Paz Vega (“Lucía y el sexo”), Críspulo Cabezas (“Barrio”), Manuel Morón (“AzulOscuroCasiNegro”). Premios: ganó el Goya correspondiente a los Mejores Efectos Especiales.


El atentado real: uno de los hechos verídicos que más se antojan como referentes en la escritura de la novela y el guión fue el atentado llevado a cabo por una secta en 1995 en el metro de Tokio, donde se utilizó el famoso gas Sarín que también es un arma de destrucción masiva en el film. Las investigaciones posteriores efectuadas tras en el incidente ha llevado a pensar que los idearios de la secta querían desencadenar el apocalipsis y de esta manera asentar como Emperador de Japón al líder de la secta, que se había autoproclamado como “nuevo cordero de Dios” y se había tomado al pie de la letra todas las teorías de la conspiración que involucraban a masones, judíos, caballeros templarios y etc.


Sinopsis: Simón es un joven madrileño que se gana la vida en Sevilla escribiendo crucigramas, mientras termina de concebir por fin la gran novela que le convierta definitivamente en escritor “serio”. Un día, recibe un misterioso mensaje conminándole a incluir en una línea concreta del crucigrama para el Domingo de Ramos la palabra “Adversario”. A esto se le suman una serie de atentados en la capital hispalense en plena Semana Santa que hacen pensar a las autoridades en que una célula de una secta satánica opera en la ciudad. Las pesquisas llevan a Simón a pensar que el autor material de los hechos puede ser su compañero de piso, un hombre al que apodan “Sapo” y que se gana la vida dando clases de inglés.


Crítica: “En una ciudad donde medio millón de personas siguen en procesión a un tronco de madera… sólo hace falta que alguien se crea que es el diablo para que realmente lo sea”. Estábamos a punto de llegar al fin del milenio. Era una época bastante paranoide, mirada con retrospectiva. Muchos vaticinaban el fin del mundo al llegar a la cifra mágica, mientras de manera periódica nos asaltaban en los noticieros violentas crónicas de muchachos que se habían pasado de la raya jugando al rol, y la creencia popular de que los videojuegos tipo “Doom” fomentaban la violencia de nuestros adolescentes nos llevaba al paroxismo. Incluso adelantos tecnológicos con los que hoy los niños nacen equipados, como el móvil o internet eran conceptos completamente novedosos con los que aún peleábamos por adaptarnos. En todo este contexto, de repente nuestra industria cinematográfica descubrió que podían hacer thrillers de calidad que llamasen la atención del público. Principalmente, gracias a un recién graduado en la Facultad de Imagen y Sonido que primero llamó la atención con un par de cortos y luego reventó el panorama con dos largometrajes que ya son patrimonio cultural ineludible. Con este equipo de “amiguetes” (Gil, colaborador en los guiones de Amenabar, se ponía aquí detrás de las cámaras, el mencionado Alejandro hacía cameo y componía la música y Noriega era el actor fetiche de ambos… sumándole la presencia en el elenco de Paz Vega, por aquel entonces novia de Mateo), parecía una jugada perfecta esta “Nadie conoce a nadie” que, en efecto, tiene buenos mimbres, pero a día de hoy parece un tanto anacrónica y contiene algunas secuencias que dan vergüenza ajena. Ya despertaban una risita nerviosa los tiroteos con pistolas láser contra un grupo de nazarenos o el “gran ardid final” (nótese el uso de las comillas) de Mollá embutido en una imagen de la virgen, pero casi veinte años después… es que no hay por donde cogerlas. Empero, no sería justo tampoco quedarnos con esta impresión, pues habrá otras muchas producciones (no sólo nacionales, sino también extranjeras) que no soportarían un examen parecido. Como señalaba, la cinta es heredera de la época en que se rodó y tiene un escenario sin igual donde desenvolverse, al tiempo que utiliza con efectividad los mecanismos propios del género, si bien el conjunto final adolece de taras demasiado grandes como para aprobar, como mínimo, con el suficiente “raspado”.


Resumiendo: si bien ver al Noriega de aquella época jugando a ser el “Tom Cruise patrio” me remonta a una época bastante feliz y significativa de mi vida, y todo el film rezuma ese “compadreo” al que hacía mención en el apartado anterior que te introduce en la historia como si tú mismo fueses colega de los responsables, lo cierto es que el hándicap negativo más notorio de “Nadie conoce a nadie” lo tenemos precisamente en su argumento y desarrollo, donde las “casualidades” propias del género y que en muchos casos se perdonan en beneficio de la tensión o las escenas de acción, son aquí demasiado forzadas como para pasarlas por alto. Ni la motivación del villano, ni la caracterización del héroe, ni la participación de los “colaboradores necesarios”… nada tiene sentido en la premisa. Mucho menos la utilización de las imágenes religiosas que en ocasiones bordean lo irreverente para zambullirse directamente en lo sacrílego, y que no obtienen la justificación necesaria como para quitarnos la sensación de que han sido empleadas para “provocar” en lugar de ser un recurso realmente obligado.


Memorable: el polvo con una Natalia Verbeke lanzada aquí al estrellato siendo prácticamente una desconocida en aquel momento, consolidad después con los éxitos de “El hijo de la novia” o “El otro lado de la cama”, si bien en mi cabeza tenía el recuerdo de ella cabalgaba a Noriega con un capirote en la cabeza. ¿O era una fantasía personal? Ahora que lo pienso, igual me estoy confundiendo con una escena parecida en la película de “Lobo” pero con un pasamontañas etarra.


Mejorable: por no repetirme en los aspectos ya señalados en la crítica, también creía recordar, de cuando la vi en su día en el cine, que los efectos especiales eran un tanto cutres. Paradójicamente, habida cuenta de que son uno de los elementos que más se devalúan en el cine, en esta revisión me parece que dan bastante “el pego” no sólo la explosión de los restos de la antigua Expo 92, sino también la impresionante maqueta de la ciudad, que se convierte en una protagonista más de la historia.


Curiosidades: Bonilla, autor de la novela original, criticó mucho en su día la adaptación que Mateo Gil había hecho de su obra, cuyo final parece ser era bastante diferente del que él había ideado en las páginas. También se discutió la elección de Mollá como némesis, ya que la descripción literaria le asemejaban más al cliché del friki: gordo, antisocial, etc. Por cierto, el actor (que pelea durante todo el metraje con el acento sevillano de su rol) se negó a responder durante el rodaje a todo aquel que le llamase por su nombre, ya que quería que se le llamase “Sapo” en todo momento. Mollá ha sido varias veces definido por compañeros como un riguroso seguidor del conocido como “El método” que lleva a los intérpretes a meterse literalmente en la piel de los personajes que interpretan.



Parafraseando: un preocupado Simón comenta con su compañero de piso el macabro mensaje que le han dejado en el contestador y que le obliga a incluir una palabra en su próximo crucigrama so pena de atentar contra sus seres queridos. El Sapo le quita hierro a la amenaza: “Mira, si los que te han dejado el mensaje son sevillanos… puedes estar tranquilo. Porque sea lo que sea lo que pretenden, seguro que hacen una chapuza. ¿Qué se puede esperar de una ciudad que en el mapa tiene el norte hacia la izquierda?”.

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