Año: 2014. Director:
Paul WS Anderson (“Resident Evil: El capítulo final”… ver crítica).
Intérpretes: Kit Harington (el John Nieve de “Juego de Tronos”), Emily Browning
(“Una serie de catastróficas desdichas de Lemony Snicket”), Carrie Anne Moss
(la Trinity de “Matrix”), Adewale
Akinnuoye-Agbaje (“The Mummy Returns”), Kiefer Sutherland (el Jack Bauer
de “24”), Jared Harris (Lane Pryce en la serie de AMC, “Mad Men”), Jessica
Lucas (la serie “Gotham”). Presupuesto: 80 millones de dólares. Recaudación:
108 millones. Premios: Kiefer Sutherland estuvo nominado en una de esas
ceremonias que se dedican a reseñar “lo menos bueno del año” como Peor
Secundario.
La realidad: el
24 de agosto del año 79 después de Cristo, el volcán Vesubio (que se encuentra
en la actual Nápoles y que todavía se mantiene activo, sin ir más lejos volvió
a manifestarse en 1944) entró en erupción y pasó a la historia por ser uno de
los mayores desastres naturales de la jamás vividos por el hombre, cobrándose
la vida de, se calcula, unas diez mil personas; o, lo que es lo mismo, la mitad
de la población de Pompeya, de la que se han recuperado mil cadáveres
fosilizados. El por qué de dichas muertes sigue siendo a día de hoy objeto de
estudio, pues las erupciones volcánicas, de por sí, no producen en su gran
mayoría víctimas mortales, ya que las mareas de lava son demasiado lentas como
para resultar un peligro en sí mismas, y la lluvia de proyectiles rocosos suele
ser con polvo o sedimentos casi microscópicos. A día de hoy, se cree que fue
una mezcla de fortuitos desastres, culminados con una reacción poco frecuente
de oleadas de polvo ardiente, que golpeó a quienes todavía no habían escapado a
la velocidad de 200 kilómetros por hora, hirviéndoles la piel y llenando sus
pulmones de aire caliente. Dicha oleada se extendió por un perímetro de 30
kilómetros alrededor del volcán, con lo que escapar de sus efectos en dicha
época fue sumamente difícil.
Sinopsis: en los
días previos a la erupción del Vesubio, un gladiador conocido como “El Celta”
es llevado a la ciudad de Pompeya para ser la atracción principal de unos
juegos que podrían suponer la liberación de Ático, un veterano luchador de la
arena. Durante la travesía, El Celta conocerá a Casia, la hija del empresario
más importante de Pompeya, que acaba de regresar de Roma y mostrará un interés
especial por el joven. ¿Podrán sobrevivir a una de las mayores catástrofes
naturales de la historia?
Crítica: “Mataste
a mi familia. Masacraste a mi pueblo. No te equivoques: mis dioses vienen a por
ti”. Algo pasa con WS Anderson. Ni su divertida revisitación de los mosqueteros
de Dumas ni esta digna mezcla de “Gladiator” y “Volcano” han contado con el
apoyo del público. Y eso, a pesar de que es uno de los realizadores que mejor
partido sabe sacarle a la moda del 3D que aún da coletazos. El principal
problema que podría tener esta producción es que, al igual que ocurriese con
“Titanic” o “Pearl Harbor”, el desenlace de la historia es conocido por todos,
así que la espera hasta que llegue dicho momento puede resultar tediosa si no
hay algo entre medias que realmente nos llame la atención. Quizás sea porque la
moda de los “péplums” o las “películas de desastres” se pasaron en los 70. O
quizá porque Anderson abusa de los “homenajes”, rayando en el plagio, a otras
producciones épicas como “Braveheart”. Sin duda, “Pompeya” podría haber sido
mejor película de lo que es, si hubiese incidido más en los aspectos
socio-políticos de una urbe que, no lo olvidemos, fue borrada de la faz de la
tierra y de la noche a la mañana, en el año 79 a.c., quizás como un castigo de
los dioses, quizás por un mero capricho del volcán cercano. En cualquier caso,
Anderson parece creer que toda la secuencia de la erupción no va a ser
suficiente motivo para que el espectador quiera pagar una entrada de cine, así
que mete con calzador una historia de amor de dudosa credibilidad y una suerte
de peleas circenses con la venganza como trasfondo que restan bastante
protagonismo al inevitable y catastrófico final. ¿El resultado? Pues eso: una
película entretenida que es, ni más ni menos, lo que pretendían sus
responsables.
Resumiendo: qué
difícil es pasar de la televisión al cine (nada que ver, sin duda, con dar el
salto a la inversa). Por mucho que seas el “fan favourite” de millones de
personas en todo el mundo y te rodees de la mayor cantidad de efectos digitales
en 3D. Harington lo aprendió aquí por la fuerza, si bien el visionado de la
cinta no llega a justificar por sí misma el desastre, por tanto en cuanto, pese
a su falta de originalidad, se desenvuelve como un “blockbuster” competente y,
sobre todo, fidedigno a los hechos históricos, si bien es cierto que esto
último no suele ser un factor determinante que mueva masas a la hora de asistir
al cine. “Pompeya” es un “cine de sandalias”, para entendernos, y no sólo
referido al calzado de sus protagonistas, sino a que es altamente disfrutable
desde la comodidad de tu sala de estar. Bien vendría a ser un “Titanic” de
nuestra época… pero dirigido por Paul WS Anderson, claro. Y cuando has
consagrado tu filmografía a glorificar una saga de videojuegos sobre zombis…
pues pasa lo que pasa. Ya no distingues lo que está “muerto” de lo que está “vivo”.
Reflexionen.
Curiosidades:
según palabras del propio actor, Harington se obsesionó tanto con mostrar un
cambio físico en su primer gran papel en la pantalla que llegó a ir tres veces
al día durante seis días por semana al gimnasio… hasta que su entrenador
personal le paró los pies, claro. Y hablando de obsesiones, el director,
Anderson, se mostró especialmente cuidadoso en la recreación histórica de la
película, no sólo en la representación de la ciudad tal como era entonces, sino
también en la escenificación de las costumbres, la sociedad romana de la época,
el vestuario e incluso la erupción del Vesubio, para lo que contó con el
asesoramiento de expertos vulcanólogos. Independientemente de sus méritos
cinematográficos, el film fue muy aplaudido por su dirección de arte en
general.
Memorable: la
batalla entre gladiadores y soldados romanos para recrear la victoria sobre los
rebeldes célticos, con ese lanzamiento final de hacha hacia la pantalla donde
Ático vuelve a salvar la vida a su nuevo mejor amigo. Lástima que todo el
contexto estuviese ya “quemado” enla mencionada cinta de Ridley Scott o, sobre
todo, en las distintas temporadas de la ficción televisiva “Espartaco”.
Mejorable: ni un
castigo de quince latigazos la noche anterior, ni una batalla contra un
ejército de centuriones, ni un montón de tropelías entre medias… nada parece
hacer mella en nuestro héroe, que cabalga esquivando una lluvia de piedras
flamígeras sin despeinarse, como si de un Superman cuadrúpedo se tratase. Suspensión
de la credibilidad… ¿qué haría yo sin ti?
Parafraseando:
las cosas claras; así es como se consigue la amistad verdadera, y no con
presentaciones de cortesía: “Tendremos que hablar en algún momento” “No.
Tendremos que matarnos en algún momento. Así que mi nombre es cosa mía. Y el
tuyo no tengo interés por conocerlo”.
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