Año: 2017. Escrita y
dirigida por: Iñaki Dorronsoro (“La distancia”). Intérpretes: Luis Tosar (“El
niño”… ver crítica), Javier Gutiérrez (“La isla mínima”… ver crítica), Alain
Hernández (“El rey tuerto”), Florin Opritescu (“Dos a la carta”), Jaroslaw
Bielski (“Un suave olor a canela”), Israel Elejalde (“El hombre de las mil
caras”… ver crítica), Alba Galocha (“No culpes al karma de lo que te pase por
gilipollas”).
Sinopsis: Víctor,
un atracador profesional, se introduce en una peligrosa banda de delincuentes
compuesta en su totalidad por ex militares del Este. Un grupo cerrado que, ante
la muerte de uno de los suyos, se ve obligado a reclutar un nuevo miembro. El
plan a realizar, robar un banco. El trabajo de nuestro protagonista, perforar
la cámara acorazada...
Crítica: “Sólo
necesitas saber dos cosas en la vida: quién eres y en quién puedes confiar”. Lugares
comunes. De eso suele estar lleno el género del thriller y los “atracos
perfectos”, de los que a día de hoy tantos hemos visto en la pantalla grande. Hace
unos años, tuve la suerte de ver “La distancia”, primer largometraje del
cineasta al que hoy recuperamos; una película, por cierto, que de haberse
estrenado unos pocos meses después, el pleno “boom” televisivo de su
protagonista, Miguel Ángel Silvestre, habría tenido sin duda un éxito comercial
bastante diferente. No sólo por el tirón adolescente del susodicho, sino porque
se lo merecía. Curiosamente, Dorrosnsoro vuelve a confiar en algunos puntos
clave de la que fuese su “ópera prima”. Sobre todo, la apuesta en un intérprete
poco conocido para el gran público, pero secundado por dos intérpretes de lujo.
Una jugada que, más allá de ser una especie de talismán para el realizador,
funciona a la hora de “descolocar” al público, pues lo quieras o no uno siempre
va con ideas preconcebidas sobre el rol de cada actor en una película, en el
momento en que ve el cartel de la misma y decide acudir a la correspondiente
sala de cine para certificar (o no) sus conclusiones. Al igual que en la
mencionada “La distancia”, el thriller que hoy nos ocupa tiene valores añadidos
que hacen de ella un entretenimiento aceptable, e incluso algo más por tanto en
cuanto construye unos buenos personajes y un drama humano que trasciende lo que
solemos ver en este tipo de “cine de género”. No obstante, y por volver al
principio de esta reseña, adolece de unos lugares comunes que salpican todo el
metraje de un halo de “deja vu” que te llevan a desconectar casi por completo
de lo que acontece en pantalla. Y en nada ayuda, por cierto, la mirada fría y
desapegada del director, que sólo al final parece haberse metido un chute de “redbull”
para hacerte levantar las cejas. Porque si bien tampoco resulta muy original en
este sentido, el principal lastre argumental de la propuesta radica en ese “gran
final” que todos presuponemos y que, a la postre, es lo que nos ha hecho llegar
a sentarnos en la butaca. Como cuando ves el resumen de un partido y por muy
buenas jugadas que haya habido, lo que de verdad importa son los goles. Aquí es
exactamente igual. Todos queremos ver el robo. ¿El resto? Es lo de siempre: un
protagonista atormentado por los fantasmas de su pasado, un amigo
autodestructivo, una bailarina de “striptease”… Vamos, que “Plan de Fuga” viene
a ser una película “más” dentro del género. Para lo bueno y para lo malo.
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