Año: 2002. Dirigida y
producida por: John Woo (“Blanco Humano”). Intérpretes: Nicolas Cage (“Ghost
Rider”), Adam Beach (“Banderas de nuestros padres”), Christian Slater (“Amor a
quemarropa”), Noah Emmerich (“El show de Truman”), Peter Stormare (actualmente,
Czemobog en la serie “American Gods”), Mark Ruffalo (el Hulk de “Los Vengadores”),
Jason Isaacs (Lucius Malfoy en la saga “Harry Potter”), Frances O´Connor (“Inteligencia
Artificial”). Presupuesto: 115 millones de dólares. Recaudación: 77,5 millones.
Premios: en unos curiosos premios a los mejores especialistas del año, ganó el
concerniente a “Mejor Truco con Fuego”.
Fidelidad histórica: la
cinta fue incluida en una particular lista de las 10 películas más “inexactas”
en lo concerniente a conflictos bélicos. En ella figuraban también otras como “El
patriota”, “Red Tails”, “Enemigo a las puertas”, “Pearl Harbor” o “En
territorio hostil”. Insistimos que no es una lista que desmerezca los méritos
artísticos de los largometrajes incluidos, sino únicamente la recreación de los
hechos en que se inspiran.
Sinopsis: en
1943, en plena guerra contra Japón, el ejército de los Estados Unidos realiza
pruebas con un nuevo código de cifrado basado en el lenguaje de los indios
navajos. Enviados al campo de batalla por la toma de una isla que puede
resultar clave, la misión secreta de dos soldados será actuar como escoltas de
quienes comprenden y pueden comunicarse en dicho dialecto. Ahora bien… también
deben procurar que el enemigo no consiga capturarlos y apoderarse así de tan
valiosa herramienta estratégica. Aunque eso suponga acabar con la vida de sus
propios compañeros.
Crítica:
re-visionar década y media después de su estreno una película como “Windtalkers”
me retrotrae a una época bastante bizarra de mi vida. Como buen buscador de
reliquias en los videoclubs (recordemos, internet no era lo que es ahora) y de
los cómics, me había pasado gran parte de mi adolescencia en pos de los títulos
hongkoneses del cineasta como “The Killer” o “Hard Boiled”, de los que tanto
había oído hablar. La noticia de su llegada a Hollywood fue, en su momento, una
pequeña victoria personal para muchos, por tanto, que le habíamos idolatrado
cuando no era nadie. Por estúpido que parezca, era como si “uno de los nuestros”
(y no me refiero a la película de Scorsese) hubiese conseguido su sueño de
triunfar en el cine. Por lo mismo, aplaudí a rabiar aquella “Misión Imposible
II” que en realidad no había por donde cogerla. Pero es que, empero, “Windtalkers”
tenía el aliciente (sí, ya sé que no podéis captar la ironía retroactiva de mis
palabras) de estar protagonizada por Nicolas Cage, toda una estrella de “blockbusters”
por aquel entonces gracias a la confianza que Jerry Bruckheimer depositó en él
para cintas como “La roca”, “Con Air” o “60 segundos”. A todo ello, súmesele
que los dramas bélicos volvían a estar de moda desde que a Spielberg le diese
por “Salvar al Soldado Ryan” y tuvimos amplia cobertura con producciones del
estilo “Pearl Harbor”, “Cuando éramos soldados” o “La delgada línea roja”,
todas ellas tan distintas entre sí como cabría esperar pero con el mismo
denominador común. Todo invitaba, pues, al optimismo. Craso error. Si no
recuerdo mal, cuando la vi en cine, “Windtalkers” me hizo sestear. Ahora,
muchos años después… ¡lo ha vuelto a hacer! Pero no sólo eso, sino que realza
lo peor de toda aquella “fiebre bélica” y de la filmografía de sus dos
principales reclamos. “Windtalkers” no sólo está llena de lugares comunes
dentro del género, sino también de las propias películas de Woo. Algo, por otro
lado, que en cualquier otro proyecto podría entenderse e incluso disfrutarse
como un “sello de autor”, pero que aquí huelen a “cuerno quemado”. Un protagonista
(Cage), tan traumatizado como para que llegue a ser imposible empatizar con él
(y encima sobreactuado como pocos), un sentido de la lealtad y la amistad que
raya en la homosexualidad, etc… De esto, por cierto, otro inciso importante. Es
notorio el constante desprecio que el personaje de Cage siente hacia las
mujeres, hasta el punto de que el rol de la enfermera que se insinúa bastante
descaradamente dan un poco de vergüenza ajena. Nada de malo tendría, por tanto,
si pudiésemos “entrar” un poco más en la personalidad del protagonista y
descubrir… ¡oh, sorpresa!... que es abiertamente gay. Nada de malo, insisto. El
problema es que esto no llega a concretarse, y la pose de Cage parece más la de
que rechaza a la mujer porque “esto es la guerra, nena, y estoy traumatizado
por cosas que tú no llegarías ni a entender, así que déjame en paz”. En fin…
todo bastante rollo, la verdad. Pero también es cierto que era una película de
John Woo. ¿A quién coño le importaba todo eso? Lo que queríamos era la acción.
¡Meeeek! Error de nuevo. “Windtalkers” no aporta nada nuevo en este sentido, y
su epicidad acostumbrada aquí brilla por su ausencia, con un descontrol bastante
palpable. Comparado, además, con la planificación que de este tipo de
secuencias suelen hacer gente como Iñárritu, Nolan o incluso el Mel Gibson de “Hasta
el último hombre”… Todo es bastante lamentable, la verdad. Y pese a que ambos
han seguido trabajando después, en muchos sentidos se puede decir que la
película que nos ocupa fue la cumbre en las carreras de director y
protagonista. A partir de aquí (que no era mucho) todo fue cuesta abajo.
Curiosidades:
tanto Nicolas Cage como Christian Slater habían trabajado anteriormente con el
realizador. El primero, en “Cara a Cara”, y el segundo en “Broken Arrow”. Y es
que Woo siempre ha tenido fama de tener actores “fetiche” como en su día lo
hiciese con Chow Yun Fat, quien también llegó a la Meca del Cine precisamente
por el calado que entre el público habían llegado a tener dichas cintas. El realizador
también fue el primero en explotar (con el permiso de Tarantino) la vertiente
como villano de John Travolta, gracias a las dos películas anteriormente
citadas donde compartió cartel con los mencionados Cage y Slater.
Memorable: sin
duda, la premisa argumental de la que parte la historia. Introducir, dentro de
un conflicto bélico, una minoría tan poco representada dentro de este género (y
del cualquier otro, ya puestos, si exceptuamos obviamente al western) como los
nativos americanos. Lástima que su papel quedase, en la práctica, reducido a un
rol bastante secundario e incluso, si me apuran, prescindible.
Mejorable: hay
una escena que ejemplifica bastante bien los defectos del Woo narrador y lo mal
entendida que está la película en las escenas que no tienen que ver con
batallas. En el primero encuentro entre Cage y el indio con el que le han
emparejado, Cage le espeta: “Me estás tapando la vista”, y se nos inserta un
primer plano de un pájaro que no tiene nada que ver ni con la escena, ni con la
película ni con nada. Vamos, un plano recurso que habían buscado entre los
rollos de metraje porque algo tenían que poner. Exportado eso al campo de
batalla… es un auténtico caos. Nada se entiende realmente y todo se monta de
tal manera que parezca que las explosiones y las ráfagas de metralleta darán
algo de sentido al contexto. Muy mal, en serio.
Parafraseando: una
de esas reflexiones acerca de las ironías del tiempo y de la guerra que bien
merecen unas líneas: “¿Sabes? “Caballo Blanco” me salvó el
pellejo. ¿Qué habría pensado de eso George Armstrong Custer? Recuerdo a mi
abuelo sentado en el porche y hablándome de matar indios como quien habla de
matar alimañas o conejos. Contaba que le pagaban tres dólares por cada oreja
comanche. No sé. Da que pensar. A lo mejor dentro de quince años nos sentamos a
la misma mesa que los nipones, bebemos su “sake”, charlamos con ellos y buscamos
a otros a los que zurrar”. “Piensas demasiado”. “Es la primera vez que me lo
reprochan”.
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