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sábado, 23 de septiembre de 2017

Crítica de “UNA BALA EN LA CABEZA”


Año: 2012. Dirigida por: Walter Hill (“Los amos de la noche”). Intérpretes: Sylvester Stallone (“Rocky”), Sung Kang (Han en la saga de “Fast & Furious”), Sarah Shahi (“Aquellas juergas universitarias”), Adewale Akinnuoye-Agbaje (“Thor: El mundo oscuro”), Christian Slater (“Amor a quemarropa”), Jason Momoa (Aquaman en “Liga de la Justicia”), Jon Seda (la serie “Chicago P.D.”), Brian Van Holt (“La casa de cera”), entre otros. Presupuesto: 40 millones de dólares. Recaudación: 21 millones.


El origen: el guión de la película está basado en la novela gráfica francesa titulada “Du Plomb Dans La Tête” (algo así como “Dirigido a la cabeza”), escrita por Matz y dibujada por Colin Wilson. En un principio, el equipo de producción, el mismo que habían concluido “Soy el número cuatro”, eligieron a Wayne Kramer (“La prueba del crimen”) como director, si bien el realizador se desvinculó del proyecto cuando su visión de la historia resultó ser más oscura de lo que Stallone quería. De este modo, fue el propio actor quien le envió el libreto a Walter Hill. De igual forma, Thomas Jane (“El Castigador”) se designó originariamente como su “compañero de fatigas”, pero el productor Joel Silver prefirió a Sung Kang para llegar a un audiencia internacional más amplia.


Sinopsis: pese a encontrarse en puntos equidistantes de la ley, un asesino a sueldo y un policía deberán hacer equipo, a regañadientes, para desmantelar una vinculación entre la mafia de Nueva Orleans y una red de policías corruptos que intentan acabar con ellos a toda costa. En su aventura serán ayudados por la hija del asesino, una “tatuadora” con nociones de medicina.


Crítica: “¿Vamos a pelear o vas a matarme de aburrimiento”. Recuerdo haber visto por primera vez el film que nos ocupa en una sesión doble de un cine de barrio. Sinceramente, no recuerdo qué otra cinta completaba el pase. Para el caso, poco importa. Lo que sí es relevante es que la disfruté en su justa medida. Un segundo visionado, sin embargo… no me ha traído tan buenas impresiones. Y es que creo que, en su día, el estreno de “Los Mercenarios” (“The Expendables”, Sylvester Stallone, 2010) fue un soplo de aire fresco para todos aquellos que nacimos en la década de los ochenta o un poco antes. El proyecto en sí mismo era una sonrisa cómplice con el espectador, un recuerdo de cuando “los hombres eran hombres” y la etiqueta de “héroe de acción” había que ganársela con muchas horas de gimnasio y muchas frases lapidarias. ¡Cuánto mal, en este sentido, hizo “The Matrix”! Pero bueno… al lío. Stallone aprovechó entonces para renacer con más fuerza que nunca y encadenar un proyecto detrás de otro, pues las puertas de la pantalla grande se le volvían a abrir de par en par con más de sesenta años cumplidos y, como su propio personaje dice al final del metraje: “No se vive eternamente”. Sin embargo, la broma duró muy poco, y a la postre quedó claro que el propio “Sly” era el único que realmente entendía en qué condiciones un producto como el suyo podía ser entendido hoy en día, y la mezcla perfecta entre aquel añejo cine “de antes” y el de “ahora” para que funcione en la pantalla. Pero claro… ¡no lo va a hacer todo él, el pobre! Que bastante hizo ya con escribir, dirigir, producir y protagonizar la mencionada cinta de “Los mercenarios”. Por todo ello, las riendas de esta “buddy movie” recaen en otra leyenda viva del género, Walter Hill, cuyo “pulso” se demuestra mucho más atrofiado que el del actor, con una narrativa muy poco moderna, abusando de los primeros planos y el montaje en las escenas de acción, lo que se traduce en un lucimiento bastante pobre de las mismas, si bien su manejo de las atmósferas aún se mantiene solvente. Con todo, lo peor sin duda del proyecto es el casting, donde la elección de su compañero en pantalla es un error garrafal, completamente incapaz de resultar interesante por sí mismo y carente de química con el protagonista de “Rambo”. Intuyo, no obstante, que el guión y la concepción misma del producto como un vehículo de lucimiento para su principal estrella le dejaban poco margen para sumar puntos al resultado final… pero es que, inclusive, a menudo incluso “resta” valores a la producción. ni siquiera el tímido flirteo con la voluptuosa Sarah Shahi se puede tomar en serio en ningún momento. Y la caracterización de los villanos… mejor ni hablemos. Hasta el propio guión es consciente de lo absurdo de su final, con el “jefe malísimo” expuesto innecesariamente en el desenlace para que así la pareja formada por el asesino y el poli les tengan a todos juntitos y en fila para despacharlos uno por uno. Lo que queda, por tanto, es un proyecto nostálgico que funciona por lo que funciona, completamente anacrónico pero con Stallone queriendo demostrar que su espalda aún es lo suficientemente fuerte como para soportar el peso de la función. Lo malo es, como les pasa a todos los jubilados cuando quieren batirse con sus nietos en lo que sea… es que la edad no perdona.


Curiosidades: por su desempeño tanto en la que nos ocupa como en “Plan de escape” y “La gran revancha”, Stallone fue nominado a un premio Razzie como Peor Actor, si bien acabó “perdiendo” (o ganando, según se mire) la candidatura frente al Jaden Smith de “After Earth”. La cinta, sin embargo, significó el peor arranque en taquilla de una película protagonizada por el actor en los últimos 32 años. Stallone se resarció, no obstante, con el posterior estreno de “Creed”, que no sólo supuso un éxito, sino también una nominación para el Oscar al Mejor Actor, así como un Globo de Oro. Por otra parte, de la mencionada “Plan de escape” se está rodando actualmente una secuela y ya hay confirmada una tercera entrega.


Memorable: la pelea final, hacha en mano, contra Jason Momoa. Es la única donde Hill realmente se luce y recuerda a los buenos tiempos del género en los ochenta. Ah, y el humor de “Sly”, siempre a punto tanto para disparar balas… como chistes rancios. A veces, incluso las dos al mismo tiempo.


Mejorable: si bien es lo de menos en este tipo de propuestas, el empaque de los “malosos” es una mala broma. Entre todos no harían uno bueno. A Slater le reconoces cuando aparecen los títulos de crédito, al “negro” (me niego a volver a escribir otra vez su nombre) sólo le falta llevar un letrero en la frente, y Momoa carece de carisma para hacerle sombra a Stallone, más allá de su físico.



Parafraseando: lo mejor del metraje, son las vaciladas que el asesino le pega al “picoleto”, a costa de su dependencia del móvil y sus métodos políticamente correctos. Ahora, las carcajadas que despertó en la platea este intercambio de frases fueron épicas:“El tatuaje que tenía tu hija… es muy parecido al que tenía la puta que iba con Greely” “Nome digas que estás llamando puta a mi hija. No vayas por ahí”.

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