Información general:
reseña de “Bush”, décimo tercer álbum de estudio del rapero Snoop Dogg,
publicado por Doggistyle, I Am Other y Columbia Records el 12 de mayo de 2015,
con producción ejecutiva de Pharrell Williams y adicionales de su socio en The
Neptunes, Chad Hugo. Debutó en el puesto 14 de la lista Billboard con 27.000
copias vendidas. Hasta la fecha, se han extraído los singles “Peaches n cream”,
“So Many Pros” y “California Roll”. El álbum tiene colaboraciones de Charlie
Wilson, Stevie Wonder, Gwen Stefani, T.I., Rick Ross y Kendrick Lamar.
Crítica: la
tradición dicta que el público suele elegir cuando “jubilar” a un rapero, y no
al revés. Y lo cierto es que yo no daba un duro por éste MC de apodo gracioso y
pinta de “pimp”, que comenzó su carrera nada más y nada menos que en 1992, hace
casi 25 años, cuando salió de la cárcel y fue apadrinado por Dr. Dre. Y sin
embargo, ahí le tenéis: con 43 tacos y manteniendo esa estética tan desfasada y
un “flow” algo retro. ¿Cómo es posible? Pues porque parece que los porros no le
han afectado al cerebro y el hombre es un tipo inteligente. Desde 2011 que no
sacaba un LP con su aka más reconocible, pero eso no quiere decir que haya
estado quieto. Al revés: ha currado mucho en estos cuatro años,
diversificándose y buscando nuevas vías a su sonido, consciente de que su fecha
de caducidad podía estar llegando. Se unió al genio de la música electrónica
David Guetta para el rompe-pistas “Sweat” y luego se “desdobló” en otras
versiones de sí mismo, Snoop Lion y Snoop Zilla, para sacar sendos discos de
reggae y funk, respectivamente, para terminar acudiendo de nuevo al productor
con el que mejor se ha sentido en los últimos tiempos, el “happy” Pharrell que
ya le diese singles tan exitosos como aquel “Drop it like its hot”. El
resultado pues es un disco psicodélico y policromático, donde tanto Williams
como Wilson se apoderan del LP como si fuese suyo en lugar de Dogg,
entretejiéndose en las pistas más allá de aparecer en los créditos para darle
algo de prestigio al trabajo, redundando en un repertorio escaso pero compacto
que parece más propio de los 70 u 80 que de la era de lo digital. A los típicos
silbatos, bajos rítmicos y percusiones étnicas que suelen tener las
producciones de Pharrell se les une ahora la armónica del dios Stevie Wonder,
en el tema que abre el disco y que le da un sello de calidad como nunca antes
había tenido el “estilo-perrito” del rapero. Y si la declaración de principios
no estaba clara, en el siguiente corte, “This City”, Dogg rapea un trozo que rememora
al “mamasé mamasá mama-cusa” de Michael Jackson. Sobran las palabras. No todo
es bueno, claro. Snoop sigue empeñado en perpetuar su imagen de proxeneta de
película de “blaxplotation” (eso sí: le queda un videoclip de lo más chulo en
“So Many Pros”), lo que hace que las letras no sean gran cosa y además suenen a
lo de siempre, a lo que tampoco ayudan las apariciones de Lamar o Ross, que
definitivamente no encajan con la línea que ha llevado el álbum hasta el
momento (afortunadamente, llegan justo al final del tracklist). Otra cosa es lo
de Gwen Stefani, que en “Runaway” se mimetiza en la primera parte de la canción
con esa parsimonia fumeta de Dogg que le hace parecer “desganado”… y de repente
todo cambia y se convierte en un tema de baile al borde de la piscina, como si
ellos estuvieran contemplándolo todo desde un trono de terciopelo en las
alturas. La sensación general es que el rapero de la Costa Oeste vuelve a salir
indemne de su nueva reválida, habiendo aprendido que lo mejor es ser ecléctico
y rodearse de gente que sepa hacer bien su trabajo, manteniéndose casi en un
segundo plano, para poder seguir estando en la cresta de la ola. “Bush”, en
cualquier caso, no tiene uno de esos singles que darán la vuelta al mundo, pero
tampoco es un álbum de “gangsta rap” al uso. Y eso se agradece. Porque el “tito
Snoop” ahora pasa de las drogas y las pistolas y se ha quedado con su otra gran
pasión: melocotones y cremas. Entre nosotros nos entendemos.
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