Disparar a todo lo que se mueva… y a lo que no… ¡también! Ya
hablamos en su día de la franquicia con la entrega “Metal Slug X”, pero la
nostalgia nos trae de nuevo a hablar de este mítico arcade desarrollado para
las máquinas Neo-Geo de los salones recreativos. Y como es de sabios empezar
por el principio, lo haremos con su primera entrega, desarrollada en 1996 por
Nazca Corporation, posteriormente adquirida por SNK y claramente inspirada en
sagas fílmicas como “Rambo” o “Desaparecido en combate”, cuya primera entrega
sería posteriormente adaptada para Sega Saturn, PlayStation y más recientemente
para la “consola virtual” de Wii.
A pesar de lo que
muchos piensan, “Metal Slug” no está ambientada en ninguna guerra histórica del
pasado, sino en ya cercano año 2028. Dos soldados (en caso de la opción dos
jugadores, of course), Marco y Tarma, de la División Halcones Peregrinos, serán
los encargados de evitar un golpe de estado perpetrado por un ejército
fascista… con claros paralelismos a los nazis de la II Guerra Mundial. La
aventura, dividida en “misiones” (o niveles) nos llevará por junglas, paisajes
nevados, pueblos arrasados o alta mar, enfrentándonos a soldados de a pie,
helicópteros, tanques y jefes de final de fase cuya originalidad es que no se
trata de gigantones con armas imposibles… sino que son en su mayoría grandes
máquinas de combate que nos lanzarán misiles, minas anti-persona o ráfagas de
balas.
Y es que, las máquinas son una parte importante del Metal
Slug. Porque el nombre del juego es también el del mini-tanque que se hará
imprescindible en muchas fases del juego y que aumentará nuestra capacidad
destructiva. Porque, amigos, no lo dudemos. Este juego se hizo rápidamente
conocido por el detallismo de sus escenarios… ¡unos escenarios que podíamos
hacer pedazos! Este “run and gun” nos permitía dispararle a todo lo que se
moviese, ya fuese con pistolas, bombas de mano, metralletas o lanza-llamas. Un
auténtico gustazo ideal para desahogarte… cuyo mayor hándicap era su extremada
dificultad. Sí, como todos los juegos, tenía sus trucos para avanzar de forma
más o menos sencilla (eso sí, en este caso no valía eso de ponerte en una
esquina de la pantalla y darle al botón de “disparar”), pero hasta que
conseguías pillar esos trucos, las misiones se hacían… nunca mejor dicho…
misiones imposibles.
Con todo, la
jugabilidad era muy elevada, los gráficos eran de lo mejorcito que te podías
encontrar en ese momento (con muchas de las animaciones hechas a mano, nada que
ver con los escenarios pixelados de otros juegos similares) y la mayoría de las
veces te bastaba con mirar cómo alguien intentaba pasárselo. Las sucesivas
entregas, con zombis, aliens, yetis y demás fauna fantástica, además de la
inclusión de nuevos personajes a elegir, hicieron de esta saga toda una leyenda
de los salones recreativos. ¡Ah,
qué tiempos aquellos!
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