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domingo, 12 de febrero de 2017

Crítica de "COMANCHERÍA" (2016)


Año: 2016. Título original: Hell or High Water. Director: Davie Mackenzie (“Convicto –Starred up”). Guión: Taylor Sheridan (actor conocido por ser “David Hale, el joven pero ambicioso sheriff en las primeras temporadas de la serie de FX, “Hijos de la Anarquía”. También escribió el guión de “Sicario”). Intérpretes Jeff Bridges (“Corazón rebelde”), Chris Pine (el capitán Kirk de las nuevas “Star Trek”), Ben Foster (“3:10 a Yuma –Misión peligrosa”), Gil Birmingham (Billy Black en “La Saga Crepúsculo”), Marin Ireland (“Sólo un sueño”). Presupuesto: 12 millones de dólares. Recaudación: 32,1 millones (hasta la fecha).premios: entre otros, ha sido nominada a 4 premios Oscar, correspondientes a Mejor Película, Mejor Actor de Reparto (Bridges), Mejor Guión Original, Mejor Montaje.

Curiosidades: fue uno de los guiones inscritos en la “Lista NEGRA” EN 2012. Dicha lista es elaborada por Hollywood cada año con los mejores libretos que no han sido producidos en el año de su registro. En el mismo caso, pero de un año distinto, se encontraba por ejemplo “Infierno Azul”(“The Shallows”, Jaume Collet Serra, 2016).

Sinopsis: tras la muerte de su madre, dos hermanos recorren el Texas rural asaltando distintas sucursales del mismo banco que está a punto de desahuciar la granja familiar, con la esperanza de reunir el dinero antes de que el plazo venza y puedan pagarle a la entidad con su propio dinero. En su busca, obviamente, irán las fuerzas de la ley de la comarca, lo que incluye a un viejo y audo-destructivo “ranger” a punto de jubilarse y a su compañero mitad indio.

Crítica: “Parece estúpido. Los días de robar bancos y vivir gastando el dinero ya se fueron. Hace mucho tiempo”. Esta frase la pronuncia uno de los personajes del film (como anécdota: lo interpreta el propio guionista de la película, en ua breve intervención), con un tono que en realidad denota que echa de menos aquellos viejos tiempos. Porque la América de hoy siente mucha nostalgia por el “western”, y no sólo por el cinematográfico, sino por el modo de vida en sí mismo. Vale que la ambientación de “Comanchería” parece retratar una parte muy concreta de la geografía estadounidense. La parte seca y polvorienta del sur donde la gente todavía usa sombrero y sueña con bailes de instituto y ferias de ganado. Pero, en realidad, habla por boca de todo un pueblo. El mismo al que apelaba a voz en grito Donald Trump durante su campaña y que… ¡ups, sorpresa!... decidió convertirle en el presidente más inesperado de todos los tiempos. Es la misma patria a la que dice representar y proteger el Charlton Heston rifle en mano de “Bowling for Columbine” (Michael Moore, 2002), y que sigue existiendo hoy en día, por muy estereotipada, anacrónica o estúpida que nos pueda resultar a nosotros. Son las mismas personas que perseguían sin cuartel a Jesse James porque era un mal nacido hijo de puta, pero que luego se hacían fotos con su cadáver porque aquel tipo era leyenda. Que sirva como fiel reflejo de su tiempo, donde los bancos son los nuevos “indios” mientras que los viejos “indios” son ahora los que permiten lavar dinero con sus casinos libres de impuestos y casi de control estatal, es lo que elevan la película que nos ocupa, por mucho que a simple vista parezca un spin-off de “No es país para viejos” (“No Country for Old Men”, 2007, Hermanos Coen) o de cualquier otra novela surgida de la áspera pluma de Cormac McCarthy.  La casualidad ha querido que, sin pretenderlo, en realidad “Comanchería” remita más a otra cinta de este mismo año, que a priori podría encontrarse en un punto completamente opuesto de la balanza, pero de contenido lírico y emocional muy parecido a pesar de lo distante de su origen. Me refiero a la “Tarde para la ira” (ver crítica) de Raúl Arévalo que triunfó en los Goya y también nos hizo retorcernos en el asiento al mostrar un camino de venganza con el que todos podíamos sentirnos identificados a pesar de saber que era moralmente reprobable. Una forma de hacer justicia con la propia vida, si se quiere, y aunque se lleve por delante la vida de otros que quizás no lo merezcan tampoco. Porque así es como viven y mueren los hombres a este lado del río Mississippi, cariño.

Resumiendo: “¿Sabes lo que es “comanche”? Enemigos para siempre” “¿Enemigos de quién?” “De todos” “¿Sabes en qué me convierte eso” “Sí. En enemigo” “No. En comanche”. Es difícil que una propuesta llena de tantos lugares comunes (donde ni siquiera falta el “Marshall” que se enfrenta a su último caso antes de retirarse) funcione. Y sin embargo, esta pequeña película se destapa como una de las sorpresas del año, por su tono crepuscular (¿o no es acaso un “estern”?) y sus horizontes aún lejanos. Porque en el Oeste, nena, los tipos duros como nosotros respiramos polvo, bebemos bourbon, escuchamos música country y lloramos por la chica que dejamos escapar. Ah, y también miramos a la muerte a los ojos cuando llega, porque la haremos bailar hasta que vuelva a salir el sol. Ouh, yeah.

Memorable: el tono cutre-patético de los atracos, y a la par la epicidad decadente con la que están narrados, situando el punto de la cámara al ras del coche en el que huyen los hermanos, lo que ayuda a enfatizar el nivel de empatía del espectador con los susodichos antihéroes que se arrastran por la pantalla grande como una versión moderna de “Boonie & Clyde”.

Mejorable: una moraleja un tanto dogmatizante, si bien es de recibo señalar que en ningún momento se enfatiza ninguna de las posturas más de lo necesario. Esto es: desde el mismo planteamiento inicial se huye del arquetipo clásico de “policías” y “ladrones” donde los primeros son “los buenos” y los segundos “los malos”. Cada uno de los bandos ejemplificados en la película hacen lo que hacen porque tienen sus motivos, pero ninguno se dibuja para resultar más o menos “simpático” que el otro.


Parafraseando: otro de los puntazos de la cinta es el modo lacónico en que se expresan sus protagonistas, enlazando una frase lapidaria detrás de otra. La siguiente conversación transcurre cuando uno de los “rangers” le dice a u (en teoría) ciudadano ejemplar que les llame si se encuentra con alguien sospechoso: “Esos malditos no querrían conocerme. Se encontrarían con una soga”. “Bueno, eso simplificaría las cosas. Menos para usted”. “Tal vez… Si consigue encontrar el árbol” “Amo el oeste de Texas”

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