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martes, 28 de febrero de 2017

Crítica de "Dallas Buyers Club" (2013)


Año: 2013. Director: Jean Marc Vallee (“C. R.A.Z.Y.”). Intérpretes: Matthew McConaughey (“Magic Mike”), Jared Leto (“Requiem por un sueño”), Jennifer Garner (“Alias”), Steve Zahn (“Sahara”). Presupuesto: 5 millones de dólares. Recaudación: 56 millones. Premios: consiguió 2 Oscars al Mejor Actor Principal (McConaughey) y Secundario (Leto).

Sinopsis: la película es una biografía de Ron Woodroof, quien en 1992 fue sujeto de un extenso reportaje por el periodista Bill Minutaglio para el “The Dallas Morning News” y donde explicaba su lucha contra el Gobierno tras caer enfermo de SIDA y serle negadas sus opciones de conseguir fármacos que puedan paliar los efectos. Ron terminó montando su propia clínica ilegal con un travesti llamado Rayon, que le conseguía los clientes.

Crítica: en mi círculo próximo no encontré gente con la que querer ver esta película porque el argumento ya les tiraba para atrás. Así que voy a dejarlo claro desde el principio, por si eres de los que también están indecisos: esta película no es “Philadelphia” ni “Brokeback Mountain”.  Ignoro si hay muchos gays implicados en la producción (en la filmografía de su director, al menos, sí es una constante dicha temática), pero tranquilos, que no os van a “contagiar” nada. De hecho, a pesar de lo que se cree erróneamente, el papel por el que McConaughey le birló el Oscar a Di Caprio no es el de un mariposón redomado, sino al contrario: un homófobo drogadicto que no tiene más remedio que empezar a tolerarlos cuando se contagia de la enfermedad. Pero más allá de las fobias del espectador, “Dallas…” es una película que huye del sentimentalismo fácil o del dramón de sobremesa y consigue jugar en varios campos sin hacerse pesada, que es, de hecho, su gran mérito. Ése, y el de contar con dos actores sacrificados para la causa, con un Matthew resucitado para la industria y jugando con los estereotipos de sus paisanos (él es oriondo de Texas), extremadamente delgado, al estilo Christian Bale en “El maquinista”, pero sobretodo un Leto esquelético que da grima y al que dan ganas de darle un bocadillo de jamón. Ambos están muy bien secundados por Garner y Zahn y por el sobrio trabajo de dirección, guión y montaje, que hacen de esta película una sorpresa para quien espere encontrarse una… bueno, pues eso… una “mariconada”.

Concluyendo: afortunadamente, el abanico cinematográfico de cada temporada es muy amplio y hay cabida para todo, incluso para un film tan a contracorriente como el que nos ocupa. Precisamente ayer mismo me sorprendía ante la afirmación de un amigo que confesaba odiar los musicales, motivo por el que no pretendía ver ninguno, por muy bueno que supuestamente éste sea. Algo parecido me pasó hace unos años, con otro colega que manifestó su animadversión hacia las cintas de corte bélico. Los prejuicios son horribles en cualquier aspecto de la vida, y en su mayoría nos impiden disfrutar de cosas de lo más placenteras. No diré que “Dallas Buyers Club” sea uno de los mejores films de la historia, pero la contención de su relato frente a una temática que a priori podría suscitar una aproximación más lacrimógena nos permiten disfrutar de una historia realmente interesante, focalizada en dos personas de mundos y caracteres muy distintos que descubren, cuando la adversidad les golpea, que todos somos iguales frente al dolor.

Memorable: las escenas de rodeo, que podrían haber tenido más presencia en el metraje. Meritorias también las tareas de montaje, que permiten que no resulten bruscos los saltos temporales del metraje, y el libreto que sustenta la historia (nominado al Oscar también), con unos diálogos precisos y acertados.

Mejorable: que sea imposible huir de los prejuicios. Y, aunque suene demagógico y completamente al margen de los valores artísticos de la película, que la historia que retrata sea tan real como la vida misma. Parece mentira que se estén planteando viajes a la luna o que la realidad virtual haya hecho acto de presencia en nuestras vidas… y que por el contrario sigamos sin tener cura para taras como el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirido o el cáncer.


Parafraseando: Ron, que hasta el momento de descubrir su enfermedad había llevado una vida miserable, descubre precisamente en su mal, un modo de redimirse: “Sólo quiero una cerveza fría, montar un toro, llevar a mi mujer a bailar… ya sabes. tengo una vida. La mía. Pero joder… a veces preferiría tener la de otra persona. A veces siento que lucho por una vida que no voy a tener tiempo de vivir. Quiero que tenga sentido”.

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