Año: 2013. Director:
Jean Marc Vallee (“C. R.A.Z.Y.”). Intérpretes: Matthew McConaughey (“Magic
Mike”), Jared Leto (“Requiem por un sueño”), Jennifer Garner (“Alias”), Steve
Zahn (“Sahara”). Presupuesto: 5 millones de dólares. Recaudación: 56 millones.
Premios: consiguió 2 Oscars al Mejor Actor Principal (McConaughey) y Secundario
(Leto).
Sinopsis: la
película es una biografía de Ron Woodroof, quien en 1992 fue sujeto de un
extenso reportaje por el periodista Bill Minutaglio para el “The Dallas Morning
News” y donde explicaba su lucha contra el Gobierno tras caer enfermo de SIDA y
serle negadas sus opciones de conseguir fármacos que puedan paliar los efectos.
Ron terminó montando su propia clínica ilegal con un travesti llamado Rayon,
que le conseguía los clientes.
Crítica: en mi
círculo próximo no encontré gente con la que querer ver esta película porque el
argumento ya les tiraba para atrás. Así que voy a dejarlo claro desde el
principio, por si eres de los que también están indecisos: esta película no es
“Philadelphia” ni “Brokeback Mountain”. Ignoro si hay muchos gays implicados en la
producción (en la filmografía de su director, al menos, sí es una constante
dicha temática), pero tranquilos, que no os van a “contagiar” nada. De hecho, a
pesar de lo que se cree erróneamente, el papel por el que McConaughey le birló
el Oscar a Di Caprio no es el de un mariposón redomado, sino al contrario: un
homófobo drogadicto que no tiene más remedio que empezar a tolerarlos cuando se
contagia de la enfermedad. Pero más allá de las fobias del espectador,
“Dallas…” es una película que huye del sentimentalismo fácil o del dramón de
sobremesa y consigue jugar en varios campos sin hacerse pesada, que es, de
hecho, su gran mérito. Ése, y el de contar con dos actores sacrificados para la
causa, con un Matthew resucitado para la industria y jugando con los
estereotipos de sus paisanos (él es oriondo de Texas), extremadamente delgado,
al estilo Christian Bale en “El maquinista”, pero sobretodo un Leto esquelético
que da grima y al que dan ganas de darle un bocadillo de jamón. Ambos están muy
bien secundados por Garner y Zahn y por el sobrio trabajo de dirección, guión y
montaje, que hacen de esta película una sorpresa para quien espere encontrarse
una… bueno, pues eso… una “mariconada”.
Concluyendo:
afortunadamente, el abanico cinematográfico de cada temporada es muy amplio y
hay cabida para todo, incluso para un film tan a contracorriente como el que
nos ocupa. Precisamente ayer mismo me sorprendía ante la afirmación de un amigo
que confesaba odiar los musicales, motivo por el que no pretendía ver ninguno,
por muy bueno que supuestamente éste sea. Algo parecido me pasó hace unos años,
con otro colega que manifestó su animadversión hacia las cintas de corte
bélico. Los prejuicios son horribles en cualquier aspecto de la vida, y en su
mayoría nos impiden disfrutar de cosas de lo más placenteras. No diré que “Dallas
Buyers Club” sea uno de los mejores films de la historia, pero la contención de
su relato frente a una temática que a priori podría suscitar una aproximación
más lacrimógena nos permiten disfrutar de una historia realmente interesante,
focalizada en dos personas de mundos y caracteres muy distintos que descubren,
cuando la adversidad les golpea, que todos somos iguales frente al dolor.
Memorable: las
escenas de rodeo, que podrían haber tenido más presencia en el metraje. Meritorias
también las tareas de montaje, que permiten que no resulten bruscos los saltos
temporales del metraje, y el libreto que sustenta la historia (nominado al
Oscar también), con unos diálogos precisos y acertados.
Mejorable: que
sea imposible huir de los prejuicios. Y, aunque suene demagógico y
completamente al margen de los valores artísticos de la película, que la
historia que retrata sea tan real como la vida misma. Parece mentira que se
estén planteando viajes a la luna o que la realidad virtual haya hecho acto de
presencia en nuestras vidas… y que por el contrario sigamos sin tener cura para
taras como el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirido o el cáncer.
Parafraseando:
Ron, que hasta el momento de descubrir su enfermedad había llevado una vida
miserable, descubre precisamente en su mal, un modo de redimirse: “Sólo
quiero una cerveza fría, montar un toro, llevar a mi mujer a bailar… ya sabes.
tengo una vida. La mía. Pero joder… a veces preferiría tener la de otra
persona. A veces siento que lucho por una vida que no voy a tener tiempo de
vivir. Quiero que tenga sentido”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario