Año: 2005. Coescrita,
producida y dirigida por: Peter Jackson (responsable de las trilogías de “El
señor de los anillos” y “El Hobbit”). Basada en: la película omónima de Merian
C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, estrenada en 1933. Intérpretes: Naomi Watts (“21
gramos”), Jack Black (“Escuela de rock”), Adrien Brody (“El pianista”), Thomas
Kretschmann (“”Valkiria), Colin Hanks (Travis Marshall en la serie “Dexter”), Jamie
Bell (“Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio”… ver crítica), Andy
Serkis (César, el chimpancé protagonista de “El planeta de los simios”), Kyle
Chandler (“Super 8”). Presupuesto: 207 millones de dólares. Recaudación: 550
millones. Premios: ganó 3 premios Oscar,
correspondientes a Mejor Sonido, Mejor Edición de Sonido y Mejores Efectos
Especiales.
Franquicia: el
original de 1933 creó a todo un icono cultural que dio lugar a numerosas
secuelas, remakes, parodias y etc. Por ejemplo, “El hijo de King Kong”, del
mismo año 1933, o el remake de 1976 protagonizado por Jeff Bridges y Jessica
Lange. Ahora, se prepara una vuelta de tuerca con el estreno de “Kong: La isla
de la calavera”, en este 2017, que continuará con un “Godzilla vs King Kong”,
un curioso crossover que ya tuvo un precedente del mismo título en 1962.
Sinopsis: Ann
Darrow es una actriz de vodevil sin mucha fortuna y a punto de tirar la toalla,
cuyo destino cambiará para siempre cuando se inmiscuye en su camino el director
de cine Carl Denha, un sinvergüenza sin escrúpulos que enrola a todo su equipo
de producción en un viaje en alta mar en busca de la misteriosa “isla de la
Calavera”, un lugar legendario donde pretende rodar los exteriores de su
próxima película. A bordo también estará el dramaturgo Jack Driscoll,
prácticamente “secuestrado” y que acabará enamorándose de Ann. Para sorpresa de
todos, finalmente consiguen ir a la susodicha isla, que lejos de estar habitada
es el hogar de un gigantesco simio llamado Kong. Un escollo más, aunque parezca
mentira, en un hostil hábitat donde habitan todo tipo de animales prehistóricos
y amenazas a cada paso.
Crítica; ¿Qué puede
hacer uno cuando se convierte en el tipo que ha filmado la epopeya más grande
jamás contada, y encima arrasa con 11 estatuillas, consiguiendo el récord más
alto hasta la fecha para un solo film? Pues darse un capricho. El capricho más
caro del mundo (a día de hoy, alguna que otra película llega a los 200 millones
de presupuesto, pero hace más de una década era una total locura), revisionando
uno de esos clásicos atemporales que, a la sazón, era su película favorita de
niño. Estamos hablando, qué duda cabe, de Peter Jackson, ese tipo excéntrico
que empezó haciendo películas de tintes gore y que se convirtió en inmortal al
plantear lo que parecía un imposible: adaptar la obra de Tolkien de la manera
más fiel jamás pensada. El principal problema que tenemos pues con “King Kong”
es precisamente ese: que las expectativas estaban muy altas después de lo ya
obtenido, y que en realidad el proyecto de una nueva versión del simio más
famoso de todos los tiempos (obviando a la Cheetah de “Tarzán”) no suscitaba
mucho interés por tanto en cuanto todos conocemos la historia, aunque sea grosso
modo, y el inevitable final con los aviones sobrevolando el Empire State. Consciente
de ello, Jackson lo que configura aquí es un regreso a la aventura en
mayúsculas. Una orgiástica puesta en escena que es una puta montaña rusa en un “tour
de forcé” que no acaba nunca, y con un sentido del espectáculo que no tiene
nadie en el cine de hoy en día. Y no es una cuestión de echarle millones al
asunto, sino de tener una imaginación portentosa y un tanto delirante para
crear aberraciones tan dantescas como esos gusanos con dientes que se tragan a
uno por la cabeza o los ciempiés gigantes que ídem de ídem, con un diseño de
producción imposible que, efectivamente, sólo podía surgir de la mente de un
niño que fantasease con visitar aquel mágico lugar, aunque sólo fuese para
morirse de miedo. Bendito niño.
Concluyendo: a
todo lo dicho anteriormente, no hay que olvidar que Jackson siempre tiene
presente quién es realmente el protagonista de la función, un King Kong al que
representa como un anti-héroe víctima de su propia grandeza, convertido en
atracción circense por un “bon vivant” con ínfulas que bien podría ser un
sosías del propio Jackson riéndose de sí mismo. La poesía que el realizador
consigue sacar en un metraje rodado casi por completo con la famosa “pantalla
verde”, es sencillamente digna de un maestro orfebre que confecciona cada una
de sus piezas sabiendo que en su imperfección estará precisamente su
originalidad. Es una lástima que el Hollywood de hoy en día no deje pasar una a
la hora de crear una fructífera franquicia, porque este “King Kong” de Peter
Jackson bien podría ser la recreación definitiva de aquel personaje que, a lo
tonto y a poco que nos descuidemos, llegará a su centenario sin que nos demos
ni cuenta.
Memorable: de las
3 bien diferenciadas “piezas” en que se dispone la película: la preparación de
la aventura, la odisea en la isla y el final en Broadway, mi favorita después
de haber visto otras tantas veces la cinta es la primera (si bien tengo que
reconocer, no obstante, que fue en la que me quedé durmiendo en el cine en su
estreno). La descomunal recreación del Nueva York de los años 30 es para
quitarse el sombrero, y la construcción de los principales protagonistas
humanos, que si bien son arquetipos del cine más clásico, resultan encantadores
cada uno en su estilo.
Mejorable: tan
exagerado en su duración como nos tiene acostumbrados, la versión que vimos en
cine escatimaba casi 20 minutos de metraje con secuencias que no eran “de
relleno” ni mucho menos, sino que incluían un enfrentamiento contra un
triceratops o el ataque de una criatura marina mientras navegan por un río en
busca de la chica protagonista. Para los interesados, no es difícil de
encontrar por internet alguna copia que incluya dichas escenas subtituladas al
castellano.
Parafraseando:
toda vez que sólo le ha escrito quince páginas del libreto de la película,
Denham consigue retener a su guionista hasta que el barco ya ha levado anclas y
no tiene más remedio que acompañarles en la aventura:, viendo cómo el muelle se
aleja de manera insalvable “Ya te lo he dicho: el teatro no es un buen
negocio. El cine es mucho más rentable” “Yo no lo hago por el dinero… amo el
teatro”. “No, Jack. Si de verdad lo amases… habrías saltado al agua”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario