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Información
editorial: reseña de la maxiserie de doce números “Marvel Knights: Los
Inhumanos”, publicada por Marvel en 1999 y que ganó el Premio Eisner a Mejor
Nueva Serie. Realizada por Paul Jenkins (guión) y Jae Lee (dibujo), en su día
se editó en formato grapa por Planeta de Agostini y años después Panini la
recuperaría en un solo volumen de 280 páginas dentro de su colección “Extra
Superhéroes” al precio de 14.95 euros.
Antecedentes: en
la pugna ancestral que mantienen Marvel y DC Comics, el sello Vértigo de la
última siempre ha sido un factor determinante para los partidarios de la
“Distinguida Competencia”, algo que la Casa de las Ideas ha intentado paliar a
lo largo de los años con líneas de cómics que han tenido mayor o menor éxito.
Una de ellas fue “Marvel Knights”, encomendada a Joe Quesada y Jimmy Palmiotti,
donde se encargaron de personajes que no estaban teniendo su mejor momento como
Daredevil, Punisher, Pantera Negra o la Viuda Negra. La que nos ocupa fue un
éxito rotundo de crítica y permitió que tanto Jenkins (“Lobezno: Origen”) como
Lee (“La torre oscura”) repitiesen posteriormente con la creación de “Sentry/El
Vigía”.
Principal:
Attilan, la ciudad protegida por una cúpula que sirve de hogar a los Inhumanos,
se encuentra ahora en la Tierra, en la isla reflotada de la Atlántida. Esto
provoca que sea objeto de deseo de un ejército de mercenarios que ansían su
tecnología. Ante la negativa de la ONU por ayudarles tras los primeros ataques
humanos, los habitantes de Attilan desean devolver el golpe, pero Rayo Negro,
su líder, impone una política de “no agresión” que empieza a minar el respeto
de sus súbditos hacia su liderazgo, especialmente notable en su círculo más
cercano: su esposa Medusa, Gorgon o Kandrak.
Secundario: un
grupo de niños Inhumanos se enfrentan a su rito de iniciación en la edad
adulta, consistente en exponerse a las nieblas terrágenas que dejen al
descubierto su mutación y les permita ocupar su sitio en la élite de la
sociedad. Pero Woz, uno de los adolescentes, parece retro-traerse genéticamente
hasta el estado de “alpha”, la raza que ocupa el rango menor dentro de las
castas que componen la sociedad inhumana, por lo que es condenado a trabajar en
el subsuelo. Allí, no obstante, su mutación se manifestará como capaz de
teletransportarse a otros lugares, lo que le facilitará el acceso a Maximus, el
hermano de Rayo Negro, encerrado en una mazmorra tras un nuevo (y fallido)
golpe de estado, quien se hará valer de las ansias de Woz por vengarse de sus
antiguos amigos que le han repudiado para poner a todos los “alphas” de su
parte.
Crítica: en su
día, la serie que nos ocupa fue todo un soplo de aire fresco en Marvel
“post-Image”, que se desangraba en varios frentes buscando de nuevo su grandeza
perdida y perdiendo con ello el sentido de cohesión que Stan Lee y Jack Kirby
le imprimieron en la década de los sesenta. Los Inhumanos de Jenkins y Lee eran
una “rara avis” madura y oscura (a lo que ayudaba, por supuesto, el entrañable
“feísmo estilizado” del dibujante), en una historia de intrigas palaciegas al
más puro estilo shakesperiano, con un Maximus convertido en protagonista en la
sombra como un remedo del Yago de “Otelo”. Releída hoy, no obstante, pierde
cierto encanto, pues también es un exponente de los peores defectos de Jenkins:
una narración muy, muy lenta, con un nulo sentido de la épica y, sobre todo, un
anti-clímax que echa por tierra la brillante partida de ajedrez que había ido
jugando en la primera mitad de la maxiserie, como si llegado el momento de
convertirla en sobresaliente… se hubiera dado cuenta de que no sabía qué hacer
con ella. Aún así, sigue manteniendo el mérito de haber conseguido que unos
personajes tan atípicos pudieran sostener el peso de su popia historia sin
injerencias de ningún tipo (apenas hay breves cameos de Reed Richards o Namor),
planteando interesantes (y desconocidos hasta la fecha) conceptos de los
habitantes de Attilan como el sistema de castas o los ritos de iniciación. En
resumen: con la perspectiva de los años, queda claro que no estábamos ante la
obra maestra que todos creímos en su día, pero sigue siendo una historia
auto-conclusiva que merece la pena recuperar, sobre todo en formato tomo que
facilita su lectura. Nuff said!
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