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jueves, 23 de marzo de 2017

MARVEL-KNIGHTS: Los Inhumanos (1999)


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Información editorial: reseña de la maxiserie de doce números “Marvel Knights: Los Inhumanos”, publicada por Marvel en 1999 y que ganó el Premio Eisner a Mejor Nueva Serie. Realizada por Paul Jenkins (guión) y Jae Lee (dibujo), en su día se editó en formato grapa por Planeta de Agostini y años después Panini la recuperaría en un solo volumen de 280 páginas dentro de su colección “Extra Superhéroes” al precio de 14.95 euros.


Antecedentes: en la pugna ancestral que mantienen Marvel y DC Comics, el sello Vértigo de la última siempre ha sido un factor determinante para los partidarios de la “Distinguida Competencia”, algo que la Casa de las Ideas ha intentado paliar a lo largo de los años con líneas de cómics que han tenido mayor o menor éxito. Una de ellas fue “Marvel Knights”, encomendada a Joe Quesada y Jimmy Palmiotti, donde se encargaron de personajes que no estaban teniendo su mejor momento como Daredevil, Punisher, Pantera Negra o la Viuda Negra. La que nos ocupa fue un éxito rotundo de crítica y permitió que tanto Jenkins (“Lobezno: Origen”) como Lee (“La torre oscura”) repitiesen posteriormente con la creación de “Sentry/El Vigía”.


Principal: Attilan, la ciudad protegida por una cúpula que sirve de hogar a los Inhumanos, se encuentra ahora en la Tierra, en la isla reflotada de la Atlántida. Esto provoca que sea objeto de deseo de un ejército de mercenarios que ansían su tecnología. Ante la negativa de la ONU por ayudarles tras los primeros ataques humanos, los habitantes de Attilan desean devolver el golpe, pero Rayo Negro, su líder, impone una política de “no agresión” que empieza a minar el respeto de sus súbditos hacia su liderazgo, especialmente notable en su círculo más cercano: su esposa Medusa, Gorgon o Kandrak.


Secundario: un grupo de niños Inhumanos se enfrentan a su rito de iniciación en la edad adulta, consistente en exponerse a las nieblas terrágenas que dejen al descubierto su mutación y les permita ocupar su sitio en la élite de la sociedad. Pero Woz, uno de los adolescentes, parece retro-traerse genéticamente hasta el estado de “alpha”, la raza que ocupa el rango menor dentro de las castas que componen la sociedad inhumana, por lo que es condenado a trabajar en el subsuelo. Allí, no obstante, su mutación se manifestará como capaz de teletransportarse a otros lugares, lo que le facilitará el acceso a Maximus, el hermano de Rayo Negro, encerrado en una mazmorra tras un nuevo (y fallido) golpe de estado, quien se hará valer de las ansias de Woz por vengarse de sus antiguos amigos que le han repudiado para poner a todos los “alphas” de su parte.



Crítica: en su día, la serie que nos ocupa fue todo un soplo de aire fresco en Marvel “post-Image”, que se desangraba en varios frentes buscando de nuevo su grandeza perdida y perdiendo con ello el sentido de cohesión que Stan Lee y Jack Kirby le imprimieron en la década de los sesenta. Los Inhumanos de Jenkins y Lee eran una “rara avis” madura y oscura (a lo que ayudaba, por supuesto, el entrañable “feísmo estilizado” del dibujante), en una historia de intrigas palaciegas al más puro estilo shakesperiano, con un Maximus convertido en protagonista en la sombra como un remedo del Yago de “Otelo”. Releída hoy, no obstante, pierde cierto encanto, pues también es un exponente de los peores defectos de Jenkins: una narración muy, muy lenta, con un nulo sentido de la épica y, sobre todo, un anti-clímax que echa por tierra la brillante partida de ajedrez que había ido jugando en la primera mitad de la maxiserie, como si llegado el momento de convertirla en sobresaliente… se hubiera dado cuenta de que no sabía qué hacer con ella. Aún así, sigue manteniendo el mérito de haber conseguido que unos personajes tan atípicos pudieran sostener el peso de su popia historia sin injerencias de ningún tipo (apenas hay breves cameos de Reed Richards o Namor), planteando interesantes (y desconocidos hasta la fecha) conceptos de los habitantes de Attilan como el sistema de castas o los ritos de iniciación. En resumen: con la perspectiva de los años, queda claro que no estábamos ante la obra maestra que todos creímos en su día, pero sigue siendo una historia auto-conclusiva que merece la pena recuperar, sobre todo en formato tomo que facilita su lectura. Nuff said!

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