Información general:
reseña del quinto álbum de estudio (y último, si no contamos los incluidos en
el grandes éxitos publicado en su despedida) del grupo de rock Pereza, lanzado
por Sony BMG en 2009, compuesto por 17 canciones y del que se extrajeron los singles
“Violento amor”, “Lady Madrid” y “Pirata”. El álbum llegó pronto a disco de oro
con más de treinta mil copias vendidas.
Crítica: aunque
al principio sonase más a pose de márketing que a una realidad contextual, lo
cierto es que Pereza pronto vieron el filón de que no tenían mucha competencia
en España con esa música pop-rock que estaba más cerca de los Stones que, por
ejemplo, lo que hacían La Oreja de Van Gogh. Así pues, casi obligada la
colaboración con Calamaro (en esa “Amelie” que suena muy del estilo del
argentino tras conocer a Javier Limón) y Ariel Rot (enuna épica y nostálgica
“Llévame al baile” que empieza como el “Imagine” de John Lennon y acaba
haciéndote sacar el mechero para iluminar la sala); ambas colaboraciones que
demuestran su claro reflejo en esos Rodriguez cuyo hueco vinieron a ocupar
ellos. Pero “Aviones” tiene mucho más, claro. Es puro Pereza, con esas letras
sencillas que hablan de groupies peligrosas y juergas en el backstage, pero
también de melancolía perenne y referencias pop muy actuales (en su momento)
como la mencionada sonrisa de la protagonista de Amelie o ese edificio Windsor
que se quemó misteriosamente una noche y del que seguimos sin saber qué pasó
exactamente. Aún así, el álbum tiene la novedad de ser el más acústico de su
discografía, con aires más polvorientos y country que nunca (en “Escupe”,
incluso con banjo incluido y saxofón tocado por Tuli, ex miembro del grupo en
sus comienzos) que les acercan más sonoramente a su amiguete Quique González,
lo que les permitió una Puro Teatro Tour en pequeñas salas que, al tiempo, les
daba un respiro tras la gira de grandes conciertos de “Aproximaciones”. Pero
como decía, “Aviones” no deja de ser un disco de Pereza. Y lo mejor que tenían
Pereza; lo que les hizo subir rápidamente en las radiofórmulas, es que tanto
Rubén como Leiva eran muy prolíficos y eclécticos. Podían sonar canallas y
románticos a la vez; esa pose de “chulo autodestructivo” sin llegar a ser un
yonqui que vuelve locas a las pibas y que permite que un estribillo tan tonto
como el de “Backstage”; “Te quiero nena…ah, ah” suene a “cool”, y “Que parezca
un accidente” (a mi juicio, el mejor corte del LP), resulte una simpática pieza
de indie-pop a pesar de su letra que parece abogar por la violencia de género.
Un tema, por cierto, que vuelve a aparecer en “El día que no pueda más”, otro
sobresaliente tema, aunque en esta ocasión sea en vertiente desgarradora y
cruda. Menos acertadas y más pueriles son el inocente blues de “Señor kioskero”
o “Pirata” (sorprendente tercer single), aunque la línea entre resultar “tonto”
y en cambio caer “mono” es muy delgada, porque otra canción tan básica como
“Voy a comerte” te hace esbozar una sonrisa a pesar de su cursilada. Cuestión
de gustos, en fin, y de querer llegar casi a la veintena en el tracklist. Pero
quizás sea el precio a pagar por seguir siendo “comerciales” y a la par
regalarnos una letra tan excelente como la de “Champagne”. De lo mejor del
disco: “Descorchaste un champage en mitad del polvo, como en las películas
porno… No sé cómo lo hacías, estuviste tan fina follando en la cocina (…)
Escuchábamos Antony & The Johnsons para ponernos tontos”.
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