Año: 2014. Escrita y
dirigida por: Alberto Rodríguez (“Grupo 7”). Intérpretes: Raúl Arévalo
(“Primos”), Javier Gutiérrez (Satur en “Águila Roja”), Antonio de la Torre
(“Caníbal”), Nerea Barros (“El tiempo entre costuras”), Jesús Castro (“El
niño”), Jesús Carroza (“7 vírgenes”). Premios: es la gran favorita de los
próximos Goya con 17 nominaciones.
Sinopsis: en
1980, dos policías de Madrid son enviados a orillas del Guadalquivir para
investigar la desaparición de dos hermanas durante las fiestas del pueblo. Uno
de ellos es joven, idealista y representa el futuro, mientras que el otro es un
tipo duro y sin escrúpulos, auto-destructivo, con fama de haber sido la mano
dura durante el franquismo. Los dos deberán superar sus diferencias cuando
descubren que el caso no es el primero de la comarca, sino uno más en una larga
lista.
Crítica: “Hay que
dar la noticia a los padres. Sois del pueblo. Os conocen” “Hacedlo vosotros.
Nosotros tenemos que seguir viviendo con ellos”. La casualidad, para bien o
para mal, ha querido hacer coincidir temporalmente el film de Rodríguez con la
serie de “True Detective”, por la contraposición de sus protagonistas, su
ambientación y contexto y sus aires de polvoriento género policíaco. Algo de
eso hay, pero las comparaciones podrían extenderse a “El secreto de sus ojos”,
“Zodiac”, “Memories of Murder” o las novelas de James Ellroy. En realidad,
todas las obras maestras se parecen un poco entre sí. A la que no se parece en
absoluto es a “El niño”, pretendida rival en la próxima edición de los Goya y
de la que está a años luz, por la calidad a la hora de construir sus engranajes
y lo bien que estos funcionan una vez se ensamblan. Y, si la de Monzón se
vendió a bombo y platillo por el descubrimiento de su protagonista (Jesús
Castro, que también tiene aquí un breve papel), “La isla mínima” re-descubre a
dos grandes talentos; dos actores que a menudo suelen mostrar su vis cómica
pero que aquí demuestran que la contención es una virtud, componiendo dos
perfiles muy diferenciados sin caer en lo obvio. Me encanta que sus diferencias
no sean el eje principal de la trama y que su relación no caiga en ese
“compadreo” en el que parecen tener que derivar todas las “buddy movies”. Pero
“La isla mínima” sobrevuela por encima de las demás producciones del año por su
gusto excesivo con el detalle y el modo en que va ofreciendo sus pistas al
espectador, como si el visionado de la cinta fuesen también un crimen en sí
mismo que el público debe descifrar. Y como todo buen crimen, hay maravillosas
pistas falsas, como esa donde se nos hace creer que el final del personaje al
que interpreta Javier va a ser la muerte (que hubiera sido previsible) y…
bueno, mejor no decirlo, por si acaso.
Resumiendo:
muchas veces, hacer una valoración de qué película es la mejor del año, aunque
sea en un coto tan reducido como el de nuestra industria, se convierte en una
tarea difícil que se derime por los gustos y apetencias de quien las juzga. En
esta ocasión, sin embargo, no hay factor de duda posible. “La isla mínima”
tiene ese halo de buen cine que seguirá siendo revisionado y reivindicado con
el paso de los años.
Memorable: hay
veces en que enmarcar una historia dentro de un contexto socio-político y
geográfico concreto no tienen más sentido que el estético o la rigurosidad con
un presumible material original que se adapte. Aquí, todo juega a favor para
crear una ambientación a base de pequeños detalles que te transportan
directamente dentro de la película. Vamos, lo que deberían hacer todas… y no
hacen.
Mejorable: como
señalaba al principio, he escuchado gente ventilarse esta propuesta con una
simple frase: “Es como True Detective”. En realidad, ha tenido suerte: si
hubiese sido estrenada un año después, se la estaría acusando directamente de
plagio.
Parafraseando: en
un lugar y época donde la mujer no significa nada, adquiere especial relevancia
una conversación del tipo: “Tenían fama… ya sabe” “¿Fama de qué?” “Les
gusta pasárselo bien” “¿A usted no?” “Fama de fáciles”.
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